Desde hace cuatro años, en el país el Instituto Materno Perinatal es la única institución realizando este tipo de intervenciones.
A Jessica Vásquez Villanueva y Diana Quispe Cutipa las une una historia dramática. La primera dio a luz a su tercer hijo, la segunda a su único bebé. Una es una mujer adulta próxima para cumplir las cuatro décadas, la otra una estudiante universitaria. Pero las dos vivieron su embarazo entre el desconsuelo y la esperanza.
Cuando escuchó el llanto de Bastiano la mañana del 19 de setiembre del año pasado, Jessica lanzó un suspiro casi de borrón y cuenta nueva para quedarse dormida y sentir, por fin, que los siete meses y medio de gestación habían terminado.
Todo empezó cuando en el hospital Negreiros de EsSalud, durante su control prenatal, le informaron que al parecer tenía bebés siameses, un caso de alto riesgo. Muchos de sus familiares le aconsejaron interrumpir su embarazo para evitar problemas.
“Pero mi decisión fue otra, continué porque quería tener la certeza de que la situación así lo ameritaba. Nadie me entendió. Me sentí sola contra el mundo pues todos esperaban que cambiara. En una de esas consultas, la doctora que veía mi caso me comentó que, en el Instituto Materno Perinatal (exMaternidad de Lima), había un médico que realizaba operaciones dentro del útero”, recuerda.
Esperanza bajo el brazo
Estaba en el cuarto mes cuando llegó al nosocomio de los Barrios Altos, para buscar al especialista. Fue el ginecoobstetra, experto en medicina fetal Walter Ventura Laveriano, quien la atendió y le informó, luego de varios exámenes, que sus bebés sufrían del síndrome de transfusión feto-fetal y sus vidas corrían peligro porque se formaban en la misma placenta.
Pero cuando el doctor le dijo "puedo operar" recuperó la calma. Aunque allí no quedaron las cosas. En el proceso, Jessica tuvo problemas de presión alta y taquicardias que complicaron su salud. Terminadas las pruebas y, ante esas dificultades en su salud, el galeno le aconsejó que lo mejor era la cirugía intrauterina.
La intervención duró 40 minutos, rememora. Fue al sexto mes. Lograron dividir la placenta en dos para que los bebés ocuparan cada uno su lugar. Pero a los cuatro días falleció uno. Y con él dentro suyo siguió el embarazo. No tenía más llanto para superar tremendo dolor. Pero Ventura le habló: "hay otro que espera todavía de ti". Y un mes y medio después llegó Bastiano.
“Nunca se me hubiera ocurrido venir al Instituto Materno Perinatal (INMP) para hacerme mis controles prenatales. Pero la vida me trajo acá cuando otros médicos me decían que este tipo de cirugía no existía en el Perú. Aprendí a luchar por la vida y a valorar cada minuto de la existencia", subraya Jessica.
Valiente desde el vientre
A Mateo Valentino Villacorta Quispe le gusta gritar como barítono y se ríe cuando se escucha, como si fuera otro el que emite sonidos agudos para llamar la atención. A él le detectaron espina bífida. Pero no en el Centro de Salud Santa Luzmila, en Comas, donde acudió su mamá la primera vez para empezar sus controles prenatales.
Tampoco en el centro materno infantil de Comas, adonde la autora de sus días acudió para tomarse unas placas a fin de saber el sexo de su bebé. Diana Quispe Cutipa, de 28 años, se enteró de que había problemas con su bebé cuando los especialistas empezaron a susurrar sobre lo que veían. Hasta que uno le espetó con crueldad que al parecer no tenía cabeza o que padecía de "espina bífida".
La frase "espina bífida" quedó rondando en su cabeza, así que buscó por internet un blog que leía con frecuencia: El Baúl de Antonia. Allí se enteró de que era una enfermedad grave para los bebés, tanto que no se operaba aquí sino en México. Pero como las redes sociales no tienen fronteras, usó el Facebook para ubicar a la mamá del país de los mayas que logró operar a su bebé. Al mismo tiempo se enteró por Internet que en el INMP se hacían ecografías de primera generación.
“A los cuatro meses de embarazo llegué a la ex maternidad de Lima. Me citaron para diciembre y era setiembre cuando me acerqué esa primera vez. Superadas las dificultades para atenderme oportunamente, me confirmaron que mi hijo tenía espina bífida severa y que debía operarlo. Así es como me entero de que no solo en México había cirugía intrauterina.”
El padre de Mateo Valentino aún sigue ausente. No la acompañó a Diana en aquellos momentos y todavía no asume la responsabilidad que le corresponde. Como a Jessica, a ella tampoco la apoyaron. Sus padres, en su afán de ayudarla y evitar riesgos para su vida por el tipo de intervención, le aconsejaron continuar con el embarazo sin importar las secuelas para su nieto.
“Pero todo ya pasó. Mi hijo tiene 11 meses, está sanito, hace terapia física porque no puede caminar todavía, pero no tendrá hidrocefalia y crecerá sano, le encanta la música. Para mí, Mateo es un regalo de Dios y un valiente desde el vientre. Aquí encontré profesionales que me devolvieron la esperanza.”
Cirugía de alta especialización
El INMP es la única institución del Perú que realiza esa compleja cirugía desde hace cuatro años, y el ginecoobstetra, especializado en medicina fetal Walter Ventura Laveriano es el responsable de hacerlo. Este galeno, formado en las aulas sanmarquinas de San Fernando, se interesó desde siempre en ver como un paciente al bebé dentro del vientre materno.
La enfermedad más frecuente en los fetos es el síndrome de transfusión feto–fetal, que afecta el 15% de embarazos gemelares. Este síndrome ocurre cuando los bebés comparten la placenta (monocoriónicos) y los vasos sanguíneos.
Por eso, explica Ventura, uno de ellos es el donador de la sangre y el otro el receptor. "Son bebés enfermos, por eso se tiene que intervenir".
“La operación es mínimamente invasiva, necesita que se ingrese un endoscopio de tres milímetros con cámara y un pequeño láser para suturar la placenta y separarla en dos. Es técnicamente difícil porque hay que hacer un mapeo con la ecografía, ubicar la placenta, al bebé y evitar que el útero se irrite porque se contrae y se puede adelantar el parto.”
En este caso, agrega, la intervención se hace en la semana 20 de gestación. Pero para atender a los pequeños con espina bífida, esta se realiza en la semana 24 porque el feto se encuentra en condiciones más maduras. El éxito de esta operación es del 80%.
Las secuelas por nacer con espina bífida son de por vida. Se conoce, revela Ventura Laveriano, que de 10 mujeres que tienen su bebé con este mal, siete interrumpen su embarazo, dos tiene partos convencionales por cesárea y una elige la cirugía intrauterina.
“Los que nacieron con espina bífida tienen hidrocefalia, hacen meningitis y tienen retardo severo. Sufren de parálisis en las extremidades inferiores y tienen incontinencia de heces y orina. Si superan la hidrocefalia porque tuvieron tratamiento inmediato, mejoran sus posibilidades para caminar, pero la incontinencia es de por vida. La cirugía intrauterina es una alternativa que asegura calidad de vida.”