La OMS ha advertido sobre el excesivo uso de este procedimiento y ha llamado a reducir las cifras.
Hablar de la epidemia en que se ha convertido el excesivo número de cesáreas practicadas en el mundo no es una novedad. En varias ocasiones la Organización Mundial (OMS) ha advertido sobre lo perjudicial que es porcentajes más elevados de lo normal. Hace dos años había reiterado su preocupación: “En muchos países en desarrollo y desarrollados hay una epidemia de cesáreas, aun en los casos en los que no son médicamente necesarias”. En Brasil, el 40% de los niños nacen de esa manera. En Colombia, el 50%, aunque en regiones como el Atlántico esa cifra llega a 70%.
Hasta el momento, la evidencia apunta a que, por un lado, las mujeres que se someten a este tipo de procedimientos pueden presentar hemorragias en futuros partos, infecciones, anormalidades en la implantación de la placenta y complicaciones embólicas, además de una recuperación más lenta y más dolorosa. Por otro, los recién nacidos pueden tener dificultades respiratorias o de hospitalización, y pueden ser más propensos a algunas alergias o enfermedades autoinmunes. Las bacterias presentes en las vaginas de la madre garantizan una mejor salud futura a los bebés.
Pero hoy hay también otro indicio que advierte sobre lo perjudicial que puede ser este hábito: es posible que exista una relación entre la obesidad y las cesáreas. Así lo sugiere un estudio publicado en Science Advances, liderado por la doctora María Domínguez-Bello, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York.
Aunque la idea no es nueva, Domínguez intentó comprobarla haciendo experimentos con ratones. Tras obtener 69 crías, de las cuales 35 nacieron de manera natural y 34 por cesárea, las crió de manera idéntica. Sus resultados indicaron que, a las 15 semanas de edad, los roedores que habían nacido naturalmente pesaban, en promedio, 39 gramos. Mientras tanto, los otros, pesaban 45 gramos.
Después Domínguez los examinó para comprobar la presencia de bacterias en los intestinos de las crías. Lo que encontró fue la pista final para enlazar estos procedimientos con la obesidad. Los nacidos por parto presentaban una combinación normal. Por su parte, los que habían nacido por cesárea carecían de Bacteroides, Ruminococcaceae y Clostridiales, unos grupos asociados comúnmente a cuerpos delgados.
Hasta el momento la solución a este problema que cada día incrementa no es clara, pero Domínguez tiene una idea que podría funcionar pese a sonar desagradable: untar en la cara del bebé (nacido por cesárea) un paño que antes haya pasado por la vagina de la madre. Así podría transmitirle los microorganismos presentes en ese órgano y garantizar una vida más saludable.