Los nuevos anticoagulantes orales directos han permitido que el tratamiento de la enfermedad sea más eficaz y seguro, dejando atrás graves riesgos como la posibilidad de hemorragias y la formación de coágulos.
Cuando Ariel tenía 50 años, fue diagnosticado con fibrilación auricular, una enfermedad que altera el latido del corazón. Entonces, el tratamiento de la enfermedad parecía lleno de riesgos: Recibía choques eléctricos para tratar de revertirlo, pero no funcionaba. Entonces comenzó un tratamiento con un medicamento que debía controlarse periódicamente mediante exámenes de sangre. Nada cómodo, pero así buscaban evitar que su corazón generara coágulos que, en el peor y más común de los casos, podrían llegar a su cerebro.
La fibrilación auricular es una arritmia que hace que la aurícula -que es una parte del corazón- desordene sus latidos y se generen coágulos en la aurícula. “Esto puede dar síntomas como dolor en el pecho o falta de aire o bajar la presión, pero la mayor parte no hay síntomas”, advierte el Dr. Federico Bottaro es Médico de staff de Clínica Médica del Hospital Británico en el marco del Encuentro sobre Trombosis y Anticoagulación organizado por el Laboratorio Boehringer Ingelheim en Montevideo.
Bottaro explica que la enfermedad es difícil de detectar, ya que puede ir y venir: “puede que en un electro sea normal, pero sea portador de fibrilación auricular y tener riesgo de alojar un coagulo en el corazón que se vaya al cerebro”. Para ser detectado, se necesitan controles periódicos y exámenes que midan la actividad del corazón por un tiempo más prolongada que un solo electrocardiograma
Un anticuado método
La fibrilación auricular fue tratada desde 1950 solamente con la warfarina, un medicamento que incialmente se utilizaba como veneno para ratas hasta que se descubrió que licuaba la sangre. Tan rústico como suena, el fármaco dependía 100% de la capacidad del médico para su correcta administración.
El Dr. Luciano Sposato, Neurólogo vascular, Investigador y Profesor del Department of Clinical Neurological Sciences, de la Western University (Canadá), explica que los pacientes con la enfermedad son catalogados en el Índice Internacional Normalizado (INR por sus siglas en español). Al recibir guarfarina se buscaba encontrar una dosis -a prueba y error- que dejara al paciente entre los valor 2 y3 de la escala.
Para determinar ese nivel, los pacientes, como Ariel, debían tomarse exámenes de sangre cada 14 días, un lapso en el que podrían estar sobre anticoagulados y tener un riesgo de hemorragia en cualquier parte del cuerpo, o no tener suficiente medicamento en el cuerpo, teniendo la posibilidad de crear coagulos.
Bottaro explica que el fármaco interactúa con muchas cosas en el cuerpo. Su absorción puede ser alterada por la dieta o cualquier medicamento que cambie las bacterias del intestino, como los antibióticos: “El rango de anticoagulación así puede ser muy anarquico y el pacientes medicados podían llegar igual con embolias o eventos de sangrado”.
La calma de los médicos
Hoy, con 71 años, Ariel sigue el tratamiento de su fibrilación pero sin exámenes de sangre, ni choques eléctricos, ni mucho menos hemorragias.
La nueva generación de anticoagulantes es muy reciente. Recién en 2008 el dabigatrán llegó al mercado europeo y se convirtió en el primer anticoagulante oral directo disponible para su consumo.
Bottaro explica que estos nuevos medicamentos permiten receta dosis re determinadas, sin necesidad de exámenes de sangre ni cambios en la cantidad de medicamento: “y el efecto que se logra es igual o un poco mejor que el de la warfarina”.
Para Sposato este medicamento trae seguridad: “A los médicos no nos gusta usar cosas que tienen la potencialidad de dañar al paciente. Usando estos anticoagulantes uno tiene la seguridad de que son mucho más seguros que la warfarina Da cierta tranquilidad al momento de explicarle al paciente que va a tener 65-70% menos probabilidad de tener una hemorragia en el cerebro comparado con lo que estaba tratado hace poco”.
Probablemente una de las principales ventajas de este fármaco radica en que posee un agente reversor, llamado idarucizumab. Este fármaco permite que la anticoagulación sea interrumpida rápidamente para evitar sangrado en accidentes o cirugías.
Aún con estas mejoras es necesario que los médicos incorporen entre sus herramientas los nuevos fármacos.
Gran parte de los pacientes con esta enfermedad son adultos mayores y muchos médicos, explica Bottaro, optaban por no anticoagularlos por miedo a accidentes cerebrovasculares hemorrágicos. Además, explica que en algunos países los médicos recetan aspirinas para anticoagular, aunque las guías médicas europeas ya incluyeron una clase tres advirtiendo que ese medicamento no debe utilizarse para la fibrilación auricular.
Bottaro es tajante: “Hoy sabemos que es algo que no debemos hacer, porque no damos toda la protección que el paciente necesita. No anticoagula”.