Así ve el Dalai Lama el descontento social en el mundo
Martes, Noviembre 29, 2016 - 08:52
Para el líder espiritual del budismo tibetano, las personas no se sienten necesarias y son convertidas en mano de obra, lo que provoca desesperanza en la ciudadanía.
Un fantasma recorre Europa y Estados Unidos: el fantasma del descontento. El Dalai Lama, líder espiritual del budismo tibetano, en colaboración con el científico social Arthur C. Brooks, publicaron en The New York Times un artículo en el que ofrecen una solución a lo que ellos llaman el “descontento global”, que explica al mismo tiempo los hechos recientes en Reino Unido y Estados Unidos —el Brexit y la victoria electoral de Donald Trump—, economías a los que el artículo reconoce como prósperas económicamente.
Porque, ¿cómo es que en países con altos niveles de desarrollo, con economías que no cesan de crecer a ritmos punteros a nivel global, la población haya votado por proyectos contrarios a esa prosperidad? La decisión de los británicos de salir de la Unión Europea no obedece a que su economía estuviera en crisis por pertenecer al bloque integrado, todo lo contrario. Sus indicadores económicos eran positivos. La economía de Estados Unidos creció durante la administración de Barack Obama, entonces ¿por qué los estadounidenses no votaron por Hillary Clinton, que ofrecía continuidad al crecimiento? La lógica dicta que si la economía va bien, la población debe estar bien, entonces ¿por qué estas decisiones que saben a enojo?
El Dalai Lama reconoce en el artículo que vivimos una época en la historia de la Humanidad con niveles de prosperidad nunca antes vistos. Nos dice que hay menos pobres, menos hambre, menos mortandad infantil, y añade que el reconocimiento de los derechos de las mujeres y las minorías ahora es la norma. Y a pesar de todo, el Dalai Lama detecta enojo, descontento, temor por el futuro y desesperanza en la ciudadanía de naciones prósperas. “¿Por qué?”, se pregunta en el artículo. Y responde: las personas no se sienten necesarias.
Para el budismo, el bien máximo es la felicidad y lo contrario a ello es el dolor. La felicidad del budismo viene del interior de la persona, y no del exterior. Esto es importante para entender la inversión de la noción corriente de “necesidad” que está implícita en el artículo: no es lo exterior o los otros lo que me hacen necesario, sino una pulsión interior. El ser necesario —nos dice el Dalai Lama— surge de cada persona como una “sed natural”, como un impulso. Tenemos la necesidad de hacernos necesarios a los otros, compartiendo los saberes que tenemos y que son útiles a todos. Si esta pulsión natural no se ve satisfecha, viene el descontento, el dolor y el miedo.
El Brexit y la victoria de Trump fueron calificados como el triunfo de la estupidez por muchos. Fueron los blancos pobres, ignorantes y desempleados los responsables de esta decisión. La campaña por el “Sí” a la salida del Reino Unido de la Unión Europea y la Trump para llegar a la Casa Blanca en los Estados Unidos prometieron a toda esa gente el volver a ser necesarios, y que la solución sería expulsar a los que les arrebataron el ser necesarios: los migrantes que les quitaron sus empleos. Aquí la idea de “necesidad” es la contraria a la que plantea el Dalai Lama.
¿Son culpables los migrantes? No.
En 1972 Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután —reino que se ubica en la cordillera de los Himalayas— como respuesta a las críticas de la constante pobreza económica de su país, propuso un indicador alterno al del Producto Interno Bruto (PIB): el de la Felicidad Interna Bruta (Gross National Happiness). Este concepto se aplicaba a las peculiaridades de la economía de Bután, cuya cultura estaba basada principalmente en el budismo. El indicador plantea que los gobiernos deben buscar la felicidad de sus gobernados.
Para las políticas económicas dominantes, el PIB es el indicador supremo. Un país es más o menos exitoso de acuerdo a qué tanto haya crecido o disminuído su PIB. Cualquier decisión que se tome para hacer crecer el PIB es válida, porque es necesaria, en la lógica de los gobiernos. No importa si con ello sumen en la pobreza a millones, mientras el PIB crezca.
La Felicidad Interna Bruta, en cambio, no denigra el progreso económico, siempre que éste alivie la pobreza. Plantea estrategias que mantengan el equilibrio en las comunidades, aumentando los niveles de vida de todos, y no la búsqueda de ganancias por encima de todo. Protege el medio ambiente, pues entiende que la felicidad es sólo posible en el equilibrio.
En tiempos donde las políticas económicas tienen como efecto el relegar a su suerte a todos los que no son rentables, que no producen ni consumen, dejándoles morir, la propuesta del Dalai Lama merece ser escuchada.