A los veinte años, el joven que nació prematuro y recibió el método canguro demuestra ventajas sobre aquellos que naciendo en las mismas condiciones permanecieron en una incubadora.
El Espectador. Desde que nacen, miles de bebés prematuros o de bajo peso han recibido los beneficios del Programa Canguro en los cinco continentes. Así sucedió con las gemelas hijas de una madre soltera que se ganaba la vida vendiendo arepas en una esquina de Suba. Nacieron cuando su hermano tenía 15 años y el padre simplemente desapareció. En esas condiciones –bastante precarias, por cierto–, ingresó al Programa y su hijo adolescente dejó de estudiar un tiempo para ayudarle a “cangurear” a las gemelas. Veinte años después, las niñas estudian en el Sena, adoran a su hermano y ayudan a su madre.
Esta es una de las 716 historias de familia que la trabajadora social Marta Girón tuvo que rastrear para que el grupo liderado por la pediatra Nathalie Charpak, de la Fundación Canguro, pudiera llevar a cabo un exhaustivo proyecto de investigación científica que buscó responder las preguntas que le rondaban en la cabeza desde hacía meses: ¿Esos beneficios que han sido documentados en el primer año de vida del bebé, persisten 20 años más tarde? ¿Será posible que el Programa Canguro tenga efectos protectores de largo plazo para que los niños puedan superar obstáculos cognitivos, sociales y académicos? Bonitas preguntas. Las respuestas, más que interesantes, son positivas.
Con el apoyo de la iniciativa canadiense Grand Challenges Canadá/Saving Brains, Charpak organizó un grupo multidisciplinario que incluyó epidemiólogos, radiólogos, pediatras, salubristas, economistas e ingenieros de universidades como Javeriana, Andes, Rosario y Laval de Canadá, y hospitales como el San Ignacio, Universitario Infantil San José y St. Justine. Tres años lleva la investigación y unos de sus resultados acaban de ser publicados en la revista científica Pediatrics.
Historia que empieza por los archivos
Haciendo las veces de detective privado, Marta Girón empezó por desempolvar las historias clínicas de los bebés y buscar entre sus recuerdos, pues desde entonces trabajaba en la Fundación. “Muchas de ellas le quedan a uno plasmadas en la memoria”, dice. “Como les hacía visita domiciliaria en el primer año, yo quedaba con el recuerdo muy grabado de las mamás”. Así que empezó a contactarlas una por una y, claro, todas se acordaban del “cangurito”; “algunas lloraban de la emoción y otras eran más cautas y prevenidas”, dice. “Utilizaba todos los recuerdos de esa época para generarles confianza”.
La propuesta era invitarlos a todos a una jornada de tres días para evaluar su salud, principalmente su desarrollo neurológico, cognitivo y social a través de exámenes y pruebas.
También utilizaron información obtenida de los medios de comunicación, de las redes sociales, incluso del Fosyga y la Registraduría del Estado Civil. Así, localizaron a 494 (69%) jóvenes que nacieron prematuros en 1993 y 1994, de los cuales 39 no aceptaron participar en la investigación, 11 no vivían en Bogotá y tres habían muerto, así que en realidad 441 formaron parte del estudio. Con el propósito de que la muestra fuera homogénea, los científicos seleccionaron a los 264 niños que habían pesado menos de 1.800 gramos para tomar en ellos imágenes cerebrales. Del grupo Canguro participaron 139 y del grupo control, aquellos que permanecieron en incubadora hasta que fueron dados de alta, participaron 125. A las mamás se les dio un CD con tres videos donde salían sus bebés a las 40 semanas –cuando ellas los amamantaban– y dos a los doce meses: uno en el que se evaluaba la relación de seguridad de la madre con su bebé y otro donde ella le enseñaba juegos.
Un mes antes de iniciar las pruebas se les hicieron exámenes de ojos y oídos, dado que en niños prematuros son comunes problemas en éstos. Entregaron gafas y audífonos a quienes los necesitaban.
Ya con su consentimiento informado, entraron a la investigación. En el primer día, los muchachos asistieron a citas con pediatras y sicólogos para obtener información sobre su salud, sus hábitos y dinámica de vida, así como sobre su conducta, sus emociones, y medir su IQ, integración visual motora, nivel de atención, posible depresión, apego a la mamá y autoestima.
El segundo día la evaluación se concentró en su cerebro a través de dos métodos: la estimulación magnética transcraneana, que permite evaluar las áreas funcionales del cerebro (ver, oír, emocionarse, pensar, moverse, entre otras), una resonancia magnética anatómica e imágenes con tensor de difusión –tractografías–, para profundizar en la parte neuronal y la conectividad cerebral del individuo.
El tercer día se hizo una visita domiciliaria en la cual se evaluaron el ambiente familiar, la historia educativa del paciente y se entrevistó a su mejor amigo para conocer su percepción sobre él.
Todos los datos obtenidos se subieron a una gran base de datos que les permite adelantar varios tipos de estudios. “Este es solamente la punta del iceberg”, señala Charpak, diciendo que hay varias tesis de maestría y doctorado que se están adelantando con base en estos datos.
Los resultados, más que prometedores
Veinte años después, los investigadores encontraron que los bebés canguro tienen mayor tasa de sobrevivencia. Quienes duraron más tiempo cargados en posición canguro son menos hiperactivos, menos agresivos y son menos los que tienen conducta antisocial, comparados con el grupo control. Tienen mejor motricidad fina y hay menos ausentismo escolar.
“Cuando la madre tiene baja escolaridad, tenemos un mayor impacto sobre el resultado de los niños, lo que se explica porque Canguro es una intervención multidisciplinaria y parte de lo que hacemos es que estamos cambiando el comportamiento de estas madres al aumentar su sensibilidad hacia las necesidades de sus hijos. Así las equiparamos a madres provenientes de ambientes más favorables”, explica la epidemióloga Julieta Villegas, coautora del estudio.
La investigación confirmó además que Canguro tiene un impacto sobre la dinámica familiar. La participación del padre –o del hermano, en el caso con que comienza este relato– siempre la promueve el Programa Canguro, porque la piel de los hombres es un grado centígrado más caliente que la de las mujeres. “Les proponemos que en las noches que hace más frío, lo carguen”. Este hecho puede haber resultado en un efecto colateral que no esperaban: “Sabíamos que cuando el papá lo había cargado, estaba más presente al año. Comprobamos que hay menos divorcio a los veinte años y mayor unión familiar”, afirma Charpak. Y confirmaron también que el contacto piel a piel en el pecho del papá o de la mamá protege el cerebro del bebé y permite su adecuado desarrollo.
Clínicas “cangurizadas”
“Este método debería cubrir a los 18 millones de niños que nacen anualmente prematuros o de bajo peso en el mundo”, concluye el estudio y demuestra que aunque ya existen varias clínicas “cangurizadas”, el “Programa Canguro debe ser integrado en los cuidados neonatales”, no solo porque apoya el crecimiento anatómico y funcional de sus cerebros, sino porque modifica el entorno familiar para estimularlo año tras año.
“Estos niños pueden presentar secuelas ‘menores’ a lo largo de la vida, tales como déficits cognitivos leves, alteraciones en la coordinación de la motricidad fina, problemas en la audición y la visión”, explica Villegas, secuelas que pueden pasar inadvertidas especialmente en países en desarrollo. Mediante el seguimiento durante el primer año de vida “el Programa Madre Canguro identifica estas secuelas y brinda una intervención oportuna”.
Una de las madres contactadas en el estudio reclamó: “¿Cómo pudieron abandonarnos durante 19 años?”. Es la enseñanza y el aliciente para continuar investigando, porque ahora al Programa Canguro no le interesa solo la sobrevivencia de los bebés, sino su desarrollo y evolución hasta la adultez. El reto será continuar los estudios por el resto de la vida de sus pacientes.