Carlos Alvarez celebra sus 34 años en el humor y recuerda, como si fuera ayer, cuando se presentó ante un imponente Augusto Ferrando, quien le daría la oportunidad de mostrar su talento para la imitación sin imaginar que se convertiría en una de las figuras más sólidas de la escena peruana.

 

Aunque hoy lo tiene todo, Carlos recuerda sus inicios con alegría, cuando compartía sets con íconos de la imitación peruana de los que asegura absorbía con solo admirarlos.

 

De ellos aprendió la disciplina y la exigencia. Eso lo hizo amante de marcar siempre la pauta en la innovación artística y que hoy lo tiene con sentimientos encontrados cuando enciende el televisor.

 

Hoy lo podemos ver a través de la señal de Willax a diario y los viernes y sábado en una temporada con su show "Aquí no pasa nada" en el teatro Canout hasta julio.

 

- Extraño mucho la TV de los 80. Ahora estamos  exponencialmente a la otra orilla. La TV ha cambiado totalmente. Por un lado para bien por el avance tecnológico, pero pésima en cuanto al contenido. Nos hemos dejado llevar por el escándalo.

 

- Los mismos compañeros alimentan eso. Ellos dan los insumos para que esto se degenere. O la política del banner que es otra cosa que está pasando. El canal tiene que estar volteando la marca porque ya es algo insólito. Hay pues esta negociación de cuánto me dan, sino no salgo. Estamos pues ante el mercantilismo del espectáculo. Y, lamentablemente,  el talento y la profesión  ha quedado de lado y yo lamento muchísimo eso.

 

- Siempre hemos buscado hacer cosas nuevas. No saco chicas voluptuosas o en paños menores. Puedo tener en mi elenco  chicas lindas, pero tienen que tener talento. Hemos descubierto nuevos valores y no tengo que estarlas exhibiendo, pues con su talento marcan una diferencia.  Es cierto que gusta ver una cara bonita, eso no se puede negar, pero no podemos basar el éxito en eso.

 

- La primera fue por imitar a Pinochet. La mandó el embajador. El mismo Genaro Delgado Parker, que en paz descanse,  la recibió porque la señal de Panamericana en aquel entonces llegaba a Tarapacá. Pero igual lo seguimos haciendo, en ese sentido me apoyó. Recuerdo que cuando fui a Chile me pasó la anécdota de los carabineros que me sacaron porque me había disfrazado de Pinochet y me soltaron bien alejado de Santiago.

 

- Si es político les conviene, ¿no? (ríe). Hay un poder subterráneo que llega a la gente cuando el personaje pega y es muy famoso. Pero nosotros  no le lavamos la cara a nadie. Ese es el sentido de mi trabajo.

 

-Con la adrenalina a cien. No te vas a dormir ni a descansar porque es imposible. Y sí, he descuidado mi salud que debo encauzarla sí o sí  porque los años no pasan por gusto.

 

- Soy demasiado exigente y quizá por eso tengo esa fama de perfeccionista y me he ganado algunos anticuerpos por eso. Pero es mi manera de trabajar. Acabo un show y me reúno a ver qué funcionó o no. A veces empalmamos con otras presentaciones o tenemos shows previos. A veces  actúamos a las 6 y 30 de la mañana o hemos tenido en un solo día hasta diez shows. Así es mi vida.

 

- De mucho trabajo, pero contento y orgulloso porque he demostrado que el  humor político tiene una relevancia y hace ver a la gente lo que los políticos a veces trata de disfrazar.  Y solo agradecerle a todos mis personajes porque cada uno ha tenido una vida propia y he podido vivir intensamente a través de ellos.

Cecilia Fernández/ Andina