A un kilómetro de la cascada se ubica la casa agroturística Rumisitana, donde hay servicio de hospedaje, alimentación, paseos a caballo y caminatas ecológicas.
Un sendero de cascarilla y un pasamanos de madera conducen al visitante a una refrescante cascada, que se desliza delicadamente sobre rocas gigantes y, cuando el agua golpea, se forma una especie de paraguas. Es de allí de donde este atractivo turístico obtiene su nombre: La Piragua.
Este lugar, un pedazo de bosque nublado enclavado en la serranía ecuatoriana, está ubicado en la parroquia de Nanegal, en el noroccidente de la provincia de Pichincha, a una hora y 15 minutos de la capital ecuatoriana, Quito, y a 1.200 metros sobre el nivel del mar.
“Es mejor que no se agarren del pasamanos; puede haber tarántulas”, advierte Sebastián Almeida Dillon, técnico de Estructuración de Producto Turístico de Quito Turismo.
Según el especialista, en el bosque que rodea esta cascada se pueden encontrar osos de anteojos, pumas, cabezas de mate, pájaros yumbos y diversas especies de colibríes. “La pesca especializada del lugar es la tilapia”, explica.
Junto al agua hay una edificación de madera y piedra. Hay vestidores y baños limpios, así como basureros estratégicamente distribuidos y se destaca del lugar que no se observa ni un solo desperdicio en el suelo.
Huele a humedad y a lodo: es un día lluvioso, pero refrescante. El fuerte calor característico de Nanegal es opacado por unas pocas e insistentes gotas de lluvia.
Un grupo de adolescentes se baña en la cascada. “¡Achachay!”, gritan, para expresar el frío que sienten mientras se empujan unos a otros al paraguas de agua que se forma entre la cascada y la roca gigante. Se salpican, se retan, se empujan, se hacen caer… Una veintena de jóvenes en pantaloneta y camiseta ríe, grita y se divierte en La Piragua.
Son los estudiantes del segundo de bachillerato del colegio Maurice Ravel de Quito. Sus profesores decidieron llevarlos al lugar para potenciar los valores turísticos y el compañerismo. “Los chicos están contentos. Me ha encantado este lugar, hay una pureza, una naturaleza hermosos”, destaca la maestra encargada, Nelvis Reyes.
Una caminata con animales y cultivos
A un kilómetro de la cascada se ubica la casa agroturística Rumisitana, donde hay servicio de hospedaje, alimentación, paseos a caballo y caminatas ecológicas.
En este lugar la población se dedica a la ganadería y agricultura, así como a cultivos orgánicos y al turismo. Fernando Salvador es el hijo de la propietaria de Rumisitana y fue el guía de un recorrido para mostrar a los visitantes las opciones de la vida rural en este escondido atractivo turístico alejado del ruido de la capital.
“Antes, la diversión de los niños era pararse en la parte alta del monte y lanzar piedras. Eso es lo que significa la palabra ‘Rumisitana’: el lugar donde se lanzan las piedras”, indica.
El recorrido se inicia por el sitio de ordeño mecánico, adonde las vacas van dos veces al día, antes de ir a los pastizales. Alrededor de 150 litros de leche se recogen diariamente, los cuales son almacenados en una tina de frío que mantiene el producto a cuatro grados centígrados.
La empresa Nestlé compra la leche de Rumisitana y la recoge cada 48 horas. “Somos pequeños productores”, asegura la propietaria del lugar, Wilma Peñaherrera.
La tierra aledaña está arada. Los cultivos de maíz han sido recientemente cosechados y lo que queda de ello es un almacenamiento de silo (hierba) para las épocas de sequía.
“En total tenemos nueve hectáreas de potreros. Entre quebradas y espacios de bosques tenemos alrededor de 24 hectáreas”, apunta Salvador.
Seis terneras caminan libremente. Lamen las manos de toda persona que se les acerque. Viven en potreros pequeños, toman leche y forman parte de los 26 animales que viven en Rumisitana.
Además, estos pequeños productores tienen sus propios cultivos de hortalizas donde se ve lechuga, col, brócoli, culantro, perejil, tomate y pimiento, además de un nuevo cultivo de café. “Trabajamos con la comunidad. Estas hortalizas son para el consumo de las mujeres de la comunidad, pero estamos enfocándonos para comercializarlas en Quito”, explica Salvador.
A poca distancia de la gran ciudad este espacio conjuga en pocos kilómetros naturaleza, vida de hacienda, turismo comunitario y pequeñas iniciativas productivas, variadas opciones para quienes decidan visitarlo.