Catalina la Grande, la última mujer que gobernó en Rusia
Viernes, Noviembre 18, 2016 - 11:27
A 220 años de su muerte, aún resuena el legado construido durante el siglo de oro de la nobleza rusa.
Russia Beyond The Headlines | “Toda su vida soñó con hacerse con el poder y, cuando lo consiguió, intentó mantenerlo a toda costa”, escribe el historiador Alexander Orlov sobre Catalina. Una vez en el trono, la joven emperatriz no tardó en atribuirse a sí misma la totalidad del poder: reformó el Senado, dejándolo sin poder legislativo; expropió tierras a la iglesia y a los campesinos, arrebatándoles el poder económico.
Sofía Augusta Federica Anhalt-Zerbst había nacido el 2 de mayo de 1729 en Szczecin, actualmente en Polonia, pero que por entonces pertenecía a Prusia. Proveniente de una familia de pequeños nobles alemanes, se la bautizó como Catalina según la fe ortodoxa y estuvo prometida con el futuro zar Pedro III.
El reinado de Pedro III comenzó en 1761 aunque apenas duró 186 días. No era muy popular entre las élites nobiliarias, a diferencia de su modesta y encantadora esposa. En 1762 la guardia le juró fidelidad a Catalina y Pedro fue arrestado y asesinado poco después, si no por orden de su mujer, al menos con su permiso. Alegando el “evidente y sincero deseo de todos leales súbditos”, Catalina se entronizó a sí misma.
Sin embargo, Catalina II no quería pasar a la historia como una déspota. De manera similar a los reyes europeos del siglo XVIII, era partidaria del despotismo ilustrado, en el que el monarca gobierna individualmente pero “en nombre de su pueblo y por su bien”.
Uno de los mayores proyectos de Catalina fue la creación en 1767 de la Comisión Legislativa (órganos colectivos temporales en la Rusia del siglo XVIII). Su objetivo era crear una nueva ley que respetara todos los intereses de los diferentes estamentos. Se llegó incluso a discutir la abolición de la esclavitud, pero al final la instancia reculó. Como señala Orlov, esto ocurrió por miedo a que los boyardos, insatisfechos, fueran a rebelarse contra la emperatriz.
La época en que gobernó se ha calificado como “el siglo de oro de la nobleza rusa”. Los nobles estaban exentos de servir en el ejército y de pagar impuestos, y también tenían derecho a abrir sus propias fábricas y comerciar. Pasaban su tiempo libre en lujosos bailes que tenían lugar en vastas fincas.
Durante los tiempos de Catalina II los campesinos, que componían la mayor parte de la población, perdieron las libertades que les quedaban: los terratenientes podían enviarlos a realizar trabajos forzados y les tenían prohibido quejarse. La carencia de derechos de los campesinos alcanzó su punto álgido y en 1770 estallaron revoluciones por Rusia. La mayor de ellas fue el levantamiento de Emelián Pugachov (1773-1775). No obstante, todas fueron acalladas.
Catalina ganó guerras no solo dentro del país, sino fuera. Su objetivo era aumentar la influencia rusa en Europa. Consiguió arrebatarle Crimea a los turcos. Además tras la división de Polonia entre Rusia, Austria y Prusia, Rusia se anexionó los territorios de la actual Ucrania, Bielorrusia, Lituania y Letonia.
Hubo dos jefes militares de Catalina que desempeñaron un papel fundamental en las victorias de la emperatriz. Alexander Suvorov fue uno de los mejores generales de la historia de Rusia. El segundo Grigori Potiomkin, fue uno de los amantes de la emperatriz y reformó el ejército siguiendo los estándares europeos.
En tiempos de Catalina se comenzó a crear la colección de pintura del Hermitage, uno de los museos más importantes del mundo. También se invitó a Rusia a los arquitectos europeos de mayor renombre para que levantasen palacios e iglesias de San Petersburgo. Además, en esta época se creó un sistema de escuelas y se abrió el primer instituto de Rusia para mujeres, el Smolni.
La propia emperatriz también llevaba a cabo diferentes labores artísticas. Publicaba el diario satírico Vsiákaya vsiáchina (que significa miscelánea, en ruso) con sus escritos propios, escribía comedias moralizantes y mantenía correspondencia con los filósofos ilustrados franceses Voltaire y Diderot. “Fue justo él, o más bien su obra, los que formaron mi razón y mis convicciones”, escribía Catalina sobre Voltaire. El filósofo, a su vez, tenía a Catalina en profunda estima y hacía las veces de relaciones públicas de la emperatriz en Europa.
Hay numerosas leyendas sobre las perversiones sexuales de la emperatriz (como que contaba con varios cientos de amantes y sus relaciones sexuales con animales) pero la mayoría son pura invención. Aunque es cierto que la regenta de Rusia cambiaba de queridos con bastante asiduidad, especialmente tras la muerte de su marido. El historiador Piotr Bartenev sitúa el total en 23.
Los amantes de Catalina gozaban de gran influencia en la corte, recibían regalos caros, palacios y tierras y hacían una brillante carrera; aunque no siempre de manera merecida. Su último amante tenía 22 años cuando empezaron la relación y Catalina, 60. La relación terminó con el fallecimiento de la emperatriz en 1796.
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