Dos estudios sobre los efectos nocivos de los teléfonos móviles, liderados por los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU., no descartaron una conexión, pero la matizan.
Hace 45 años, el 3 de abril de 1973, Martin Cooper, directivo de Motorola, realizó la primera llamada desde un teléfono móvil. El DynaTAC 8000X, que pesaba 1 kilogramo, desató un cambio global en la forma como nos comunicamos los humanos. Hoy, más de 2.000 millones de personas en el mundo llevan uno de estos aparatos en sus bolsillos. Pero casi a la par con el surgimiento de la telefonía celular, creció la preocupación por sus efectos sobre la salud.
El debate ha sido intenso a lo largo de estas décadas en torno a una misma pregunta: ¿hasta qué punto la radiación electromagnética no ionizante que generan los dispositivos celulares puede causar alteraciones en los tejidos biológicos? En mayo de 2011, ante la incertidumbre y la poca información de calidad disponible, la Organización Mundial de la Salud y la Agencia Internacional de Investigación clasificaron los campos electromagnéticos asociados a los celulares y otros dispositivos tecnológicos en el grupo de riesgo 2B, es decir, que eran “posiblemente cancerígenos para los humanos”.
Para ese momento se había planteado que el uso excesivo del celular parecía estar asociado a dos tipos de cáncer: gliomas (tumores malignos en la glia, un grupo de células que cumplen un papel de nodrizas o andamio de otras células) y neuromas acústicos (un tumor benigno que crece en el nervio que conecta el oído al cerebro). Uno de los estudios analizados mostró un incremento del 40 % de riesgo de gliomas entre aquellos que usaban el teléfono más de 30 minutos cada día durante 10 años.
En un intento por zanjar el debate, y debido a la importancia del tema para la salud pública mundial, la Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos y los Institutos Nacionales de Salud lanzaron un ambicioso programa de investigación, soportado con US$25 millones.
En un intento por zanjar el debate, y debido a la importancia del tema para la salud pública mundial, la Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos y los Institutos Nacionales de Salud lanzaron un ambicioso programa de investigación, soportado con US$25 millones. Los resultados de dos estudios, con ratones y ratas expuestos a lo largo de dos años a diferentes niveles de radiación, acaban de ser presentados a la opinión pública, pero por ahora no lograron zanjar el debate, sino avivarlo.
Los ratones y ratas recibieron, en unas cámaras especialmente diseñadas para irradiar todo su cuerpo, niveles de radicación entre 1,5 vatios por kilogramo hasta un máximo de 10 vatios por kilogramo. Esos niveles igualan y exceden los permitidos por la regulación de la mayoría de países. El período de exposición comenzó en algunos casos durante el embarazo del animal y se prolongó durante nueve horas al día durante los dos años del experimento. “Lo cual no es una situación que la mayoría de la gente experimente al usar teléfonos celulares”, dijo John Bucher, científico del Programa Nacional de Toxicología y quien codirigió los estudios, durante una rueda de prensa telefónica con medios internacionales.
El hallazgo más claro para los científicos fue el mayor riesgo de aparición de un tumor benigno conocido como schwannoma, en células nerviosas del corazón. Sin embargo, el tumor sólo apareció en ratas macho, pero no en las hembras. Los estudios arrojaron datos mucho más difíciles de interpretar y problemáticos que estos en relación con linfomas, cáncer de próstata, piel, pulmón, hígado y cerebro, así como efectos no cancerígenos como bajo peso al nacer, evidencia de daño en el ADN y afecciones cardíacas. Curiosamente los dos trabajos también asociaron de forma débil la radiación excesiva a una mayor supervivencia y niveles más bajos de enfermedad renal.
Mientras David Carpenter, de la Universidad Estatal de Nueva York, calificaba como “increíblemente importantes” por tratarse de “la primera evidencia clara que muestra que este tipo de campos de radiofrecuencia aumentan los riesgos para todos los tipos de cáncer”, su colega Jonathan Samet, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Estatal de Colorado y experto en el tema, consideró que los nuevos resultados no van a alterar la actual clasificación de los celulares como “posiblemente carcinógenos para los humanos”.
De hecho Bucher, advirtió a los periodistas que la debilidad de la asociación que encontraron entre la radiación que generan los celulares y los cambios biológicos en animales es tan débil que él por ahora no piensa cambiar sus hábitos.