Contando en sus bandas a músicos de la talla de Andrés Calamaro, Fito Páez, Fabiana Cantilo, Pablo Guyot y Willi Iturri, entre otros, se ha cansado de llenar estadios en Argentina y en la región.
El 23 de octubre de 1951 fue un día más para la mayoría de los argentinos, en un país gobernado por la férrea mano de Juan Domingo Perón. En la familia García Moreno, sin embargo, se trató de una jornada especial: a las 12:50 nacía Carlos Alberto, criatura que desde niño demostraría cualidades especiales y que se lo conocería para siempre con la sola mención de su apodo: Charly.
Una simple, pero sorprendente melodía sacada en un pianito de juguete, escuchada por su madre Carmen, fue el inicio de una trayectoria tan amplia que no sólo habla de más de treinta discos publicados, grabaciones en los principales estudios del mundo, recitales con figuras de los más amplios linajes y una seguidilla de discos de oro y platino, sino que –más importante aún- de una obra de amplios y valientes significados.
Es que esa alegre melodía tocada por un púber Charly mostró un tempranísimo talento natural, cultivado con la férrea mano de la profesora Julieta Sandoval en el conservatorio Thibaud Piazzini. A pesar de la aparente rigidez de los clásicos, que Charly en realidad disfrutaba pero que de repente gustaba de zafar, el cantante hacía pasar muchas rabias a su tutora musical.
En varias presentaciones públicas, en plena interpretación de Bach, por ejemplo, improvisaba. Nadie se daba cuenta, sólo Sandoval, a quien –sencillamente- la respiración se le descompasaba.
Y es que, además, Charly posee hasta hoy una cualidad que sólo ostenta una persona en un millón y que –incluso- es difícil de encontrar en los propios músicos: el llamado oído absoluto. Es decir, capta sin ayuda en qué nota musical se registran los sonidos. Todos: desde las bocinas de la calle, pasando por el toco-toc o el timbre de la casa, hasta la voz con la que la gente habla.
Su secundaria la realiza en el Instituto Dámaso Centeno, del porteño barrio de Caballito, donde conoce a quien sería su primer gran compañero en las rutas musicales: Nito Mestre.
La afinidad los fue llevando de los actos escolares a los escenarios de pequeños boliches y diversas plazas, donde se fueron haciendo conocidos, hasta que en 1972, hace cuarenta años y bajo el nombre de Sui Géneris, ven la luz con su primer disco, “Vida”, con el que alcanzan inusitada resonancia (vendiendo más de 100.000 copias) y del cual quedaron como innegable herencia temas como “Quizás porque”, “Necesito” y “Mariel y el capitán”.
Sui Géneris fue y sigue siendo fundamental aquí en la Argentina a la hora de escribir cualquier historia de música popular.
Luego de cinco álbumes y de haber alcanzado todo lo posible en Argentina, Mestre y García se despidieron en 1975 con un mítico recital llamado “Adios Sui Géneris”, tras lo cual Charly –imbuido ya con la tecnología del sintetizador, el melotrón y otros instrumentos eléctricos- formó junto a Luis Alberto Spinetta “La máquina de hacer pájaros”, agrupación más conceptual que lo hace seguir una corriente compositiva que dos años después concreta con extraordinaria calidad en cuarteto de otra dimensión: Seru Girán.
En esta extraordinaria banda, junto a Oscar Moro en batería, David Lebón en guitarra y Pedro Aznar en bajo inmortaliza muchas letras con una gran poesía como “Seminare”, “No llores por mi Argentina” y la brillante “Mientras miro las nuevas olas”.
Seru Girán desarrolla su carrera en plena dictadura militar y sus letras, si bien poéticas, daban clara cuenta de los años presentes. Como en “Alicia en el país”, en donde dice “No cuentes lo que hay detrás de aquel espejo/ No tendrás poder/ Ni abogados, ni testigos”.
La separación del cuarteto en 1982 coincide con el inicio de la carrera solista de García, que lo sube definitivamente al pedestal de máximo exponente del rock argentino (para muchos aquí, compartido con Luis Alberto Spinetta), en medio del bélico clima generado por el conflicto de las Malvinas.
Mientras la mayoría de la música se centraba en la protesta pura, Charly se muestra como un verdadero revolucionario e impone un rock bailable y desacartonado, resumido en una espectacular tríada: “Yendo de la cama al living” (1982), “Clics modernos” (1983) y “Piano bar” (1984), desde donde surgen temas que han quedado en la memoria popular como “Nos siguen pegando abajo”, “Demoliendo hoteles”, “No bombardeen Buenos Aires”, “Dinosuarios”, “Inconsciente colectivo”, “Raros peinados nuevos”, “Cerca de la revolución” y “Rap del exilio”, entre otros en los que se pasea por la ironía fina y profunda o remece con una lírica potentemente lúcida.
En esos tres años logra reunir en sus bandas de apoyo músicos de la talla de Andrés Calamaro, Gustavo Bazterrica, Cachorro López, Fito Páez, Pablo Guyot, Willi Iturri y Alfredo Toth (estos últimos luego formarían la exitosa banda GIT). Charly se cansó de llenar estadios tanto en Argentina como en América Latina.
Hoy Charly no se arrepiente de nada. “Hacer discos no quiere decir que hay que venderlos. Uno necesita cosas que la gente no entienda en su momento”, ha dicho con plena tranquilidad de conciencia. Y es que, a esas alturas de su vida, ya no está para cosas. Él, como dice en “Mientras miro las nuevas olas”, “yo ya soy parte del mar”…
Vea también en Revista Cultura y Tendencias
La difícil carrera de Pablo Neruda para ganar el Premio Nobel