En la capital del país sudamericano, Santiago, existe un recorrido donde se pueden conocer museos, edificios y monumentos relacionados. Los ciudadanos los preservan intactos para jamás olvidar su pasado.
Mientras se avanza por la avenida General Bernardo O’Higgins, la ciudad empieza a hablar por sí sola. La Alameda, como también se le conoce a dicha vía, hoy flanqueada por vías de hasta cuatro carriles, es considerada la columna vertebral histórica de Santiago, la capital de Chile. A lo largo de 7,7 kilómetros les cuenta a los transeúntes acerca de su pasado y exhibe con orgullo las conquistas modernas por las que se destaca en el continente.
A pocos pasos del Palacio de la Moneda, sede de la Presidencia de la República, se levantan más de una veintena de efigies, entre las que se destacan, además de O’Higgins, los militares Simón Bolívar, José de San Martín y José Miguel Carrera, cuyas campañas fueron decisivas para consolidar la independencia del continente.
Los edificios, los monumentos históricos y las banderas que se erigen rumbo al Barrio Cívico son insoslayables; tienen el objetivo de mantener intacto el pasado entre sus pobladores. A partir de ese lugar se inicia la Ruta de la Memoria de Santiago, un circuito pensado para conocer de cerca los hechos ocurridos entre 1973 y 1990, periodo en el que el país estuvo bajo la dictadura militar encabezada por el general Augusto Pinochet.
Los guías abordan el tema con prudencia. Algunos miran de lado a lado cuando van a referirse a las desapariciones, asesinatos, actos de tortura y violación sistemática de Derechos Humanos, ocurridos durante el régimen. “Afortunadamente ya hay pocos pinochetistas; generalmente son los de la derecha extrema y de posiciones muy acomodadas”, relata uno de ellos en voz baja. Otros guías, no obstante, prefieren no revelar sus afiliaciones políticas.
El recorrido suele iniciar en la sede presidencial. Allí se cuentan los hechos que ocurrieron desde la madrugada del 11 de septiembre de 1973. “Las Fuerzas Armadas se tomaron la ciudad y miembros de la infantería de Marina avanzaban hacia el Palacio de la Moneda, en donde al poco tiempo después llegó el presidente Salvador Allende. Los militares golpistas le exigían que entregara su cargo a la Junta de Gobierno e incluso le ofrecieron sacarlo del país, pero el presidente se negó. Hacia las 10:30 de la mañana, los tanques, las tanquetas y la infantería abrieron fuego contra La Moneda”, relatan mientras señalan los orificios de las balas que aún permanecen en la fachada de la edificación.
Junto a la estatua de Allende describen las hipótesis que se tejieron durante más de 40 años sobre su muerte. Pero recuerdan que los tribunales chilenos ratificaron que el mandatario, según los últimos hallazgos, se sentó en un sofá del Salón Independencia, apoyó el fusil en sus piernas, lo puso en su mentón y luego disparó. Su cuerpo finalmente salió por la famosa puerta Morandé 80, mientras la estructura ardía en llamas. Este espacio es considerado un símbolo de la resistencia.
Otro escenario que también mantiene viva la memoria chilena es la casa Londres 38, que pasó de ser sede del Partido Socialista a un centro de detención y tortura utilizado por la Dirección de Inteligencia durante la dictadura. En 2005, el inmueble fue convertido en monumento histórico del país, tras una lucha intensa emprendida por víctimas, familiares de desaparecidos y defensores de derechos.
Y el lugar que quizás alberga la mayor cantidad de documentos, cartas, objetos y archivos es el Museo de la Memoria, que ofrece la posibilidad de visibilizar la historiografía reciente: el golpe de Estado, la represión, la resistencia, los exiliados, así como las políticas públicas encaminadas a buscar verdad y justicia sobre los hechos ocurridos durante la dictadura.
Sin embargo, cada esquina o escenario cotidiano adquiere un valor histórico irreductible. Ya sea el Estadio Nacional de Chile, que fue convertido en centro de detención en 1973, o el Cementerio General, en donde reposan los cuerpos de Allende y del músico Víctor Jara, quien fue torturado y asesinado, y de más de un centenar de prisioneros, la memoria parece vivir en cada callejón de Santiago. El compromiso de sus ciudadanos consiste en no ceder un paso frente al olvido.