Algunas personas que entran al quirófano para realizarse procedimientos estéticos tienen un trastorno corporal dismórfico (TCD) en el que perciben sus rasgos más exagerados de lo que son. Estudio indica que los médicos no suelen ser capaces de detectar síntomas.
El Espectador. Acudir a la consulta de un cirujano plástico cuando se está inconforme con alguna parte del cuerpo se ha convertido en algo cada vez más frecuente. No en vano, según datos de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS), en Colombia se realiza cada cinco minutos alguno de estos procedimientos y el negocio se ha vuelto tan lucrativo que se creó una red de cirujanos plásticos “piratas” que intervienen los cuerpos de las personas sin tener los estudios necesarios.
Es por esto que algunos médicos, tanto de las asociaciones de cirujanos plásticos como de otras especializaciones, han señalado que muchos de estos procedimientos se realizan injustificadamente. Es más, algunos incluso creen que detrás de los pacientes que llegan a estas consultas se esconde algún trastorno psiquiátrico que los cirujanos no son capaces de identificar.
Para comprobar si esta última hipótesis es cierta, investigadores de la Universidad de Michigan, la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y el Centro de Cirugía Facial Plástica de Baltimore, todas instituciones con sede en Estados Unidos, se reunieron a estudiar si existía una prevalencia del trastorno dismórfico corporal (TDC) entre los pacientes que quería realizarse una cirugía plástica y estimar cuál es la capacidad que tienen los cirujanos para detectarla.
Más allá de que se quiera tener una nariz más respingada o menos barriga, como sucede con la mayoría de personas que tienen alguna parte del cuerpo que no les agrada, los pacientes con TDC creen que este defecto interviene en sus vidas, por lo que se convierte en una obsesión incontrolable sobre la cual piensan gran parte del día. Según la Asociación de Ansiedad y Depresión Americana, el TDC se “caracteriza por preocupaciones persistentes e intrusivas con un defecto imaginario o leve en la apariencia”.
Para realizar el estudio, cuyos resultados fueron publicados este mes en la revista médica JAMA Facial Plastic Surgery, los investigadores analizaron a 597 personas que tenían la intención de realizarse una cirugía plástica facial o una cirugía plástica ocular, entre marzo de 2015 y febrero de 2016. Después, rastreando si tenían algún trastorno, les aplicaron un cuestionario psicológico para ver si daban positivo para el TDC.
Igualmente, para comprobar si los cirujanos eran capaces de detectar el trastorno, les pidieron que evaluaran independientemente si los participantes lo presentaban. ¿Los resultados? Mientras el equipo que condujo el estudio identificó que el 10 % de las personas tenían TDC, los cirujanos sólo vieron esta característica en menos del 5 % de ellos.
Ante esto, la doctora Lisa Ishii, una de las autoras del estudio, explicó a la cadena CBS News que para ellos fue una sorpresa ver cuántos pacientes presentaban TDC y la facilidad con la que los cirujanos obviaban estos signos. Una situación que, según ella, se da porque muchos están cegados con la idea de ayudar a sus pacientes.
Sin embargo, para otro de los líderes de la investigación, el doctor Rodney Rohrich, la razón tiene que ver más con que los pacientes con este tipo de trastorno son expertos en engañar al médico. “No van a llenar el cuestionario a conciencia, y si un cirujano se niega a hacerles el procedimiento, finalmente encuentran a otro nuevo que los opere”, afirmó a CBS.
Por tal razón, aunque el estudio aclara que estos resultados son de los pocos que hay sobre el tema y no pueden llevar a grandes conclusiones, recomienda hacer una implementación rutinaria de los tests que ayudan a identificar el TDC antes de entrar al quirófano. Sobre todo porque, por experiencia, se sabe que las personas que tienen este trastorno no suelen quedar contentas con los resultados y entran en un círculo vicioso de cirugías plásticas en el que quedan atrapadas eternamente.