Se trata de una de las organizaciones médicas más prestigiosas del planeta, que reúne a más de 13 mil investigadores.
“¡Bienvenido, Cochrane Colombia! El lanzamiento del nuevo centro profundizará y ampliará el alcance y el impacto de las actividades de Cochrane sobre la salud y la toma de decisiones de atención médica en Colombia y, por lo tanto, mejorará los resultados de salud para 50 millones de ciudadanos”.
El tuit que publicó hace 15 días la cuenta de Cochrane Colaboration pasó inadvertido. El 4 de marzo, mientras buena parte de la atención del país estaba concentrada en el regreso de Juan Guaidó a Venezuela y en el análisis de los múltiples caminos que se abrían para el Acuerdo de Paz en caso de que el presidente Duque decidiera objetar la JEP, en la Universidad Javeriana, en Bogotá, se anunció una buena noticia.
Después de unas dos décadas de esfuerzos, una de las organizaciones médicas más relevantes del planeta abrió oficialmente su capítulo en Colombia. Centro Nacional Cochrane, fue el nombre con el que lo bautizaron.
Es difícil encontrar alguien en el mundo de la salud que no conozca la Colaboración Cochrane. Fundada hace más de 25 años, ha promovido una práctica que poco a poco se ha expandido por todos los continentes.
La “medicina basada en la evidencia”, como la suelen llamar, ha impulsado algo crucial a la hora de hacer ciencia: recopila y resume la mejor ciencia existente, para que quienes deben tomar decisiones tengan la información apropiada sobre prácticas y tratamientos. Hoy está en más 130 países y ha reclutado unos 13.000 miembros que revisan con lupa las publicaciones relacionadas con salud.
La profesora María Ximena Rojas prefiere explicar con palabras más precisas lo que significa esa tarea. Ella, enfermera y Ph.D. en metodología de investigación biomédica, es la directora de Cochrane Colombia. También es profesora asociada del Departamento de Epidemiología Clínica y Bioestadística de la Universidad Javeriana. Por cerca de 20 años ha impulsado, junto con muchos otros colegas, la idea de promover esa práctica que en, términos un poco más técnicos, define como “revisiones sistemáticas”.
En sus palabras, se trata de hacer exhaustivas búsquedas de estudios científicos sobre un tema determinado para luego agruparlos y evaluarlos críticamente. Es una metodología rigurosa que quiere evitar un problema frecuente en algunos círculos académicos y que han popularizado los medios de comunicación. “Infortunadamente, no a todos los estudios que están publicados se les puede creer”, dice.
“Entonces, lo que hacemos, entre otras cosas, es asegurarnos de su validez, de que no exista sesgo, de que los autores seleccionaron de manera correcta la población para hacer su investigación, de que hicieron análisis de manera correcta. En resumen, que podemos confiar en sus resultados”.
Entre la baraja de análisis que ha publicado la Colaboración Cochrane hay diversos temas. Sus miles de revisores se han encargado de múltiples asuntos: desde desmontar mitos que con frecuencia capturan la atención de los pacientes, hasta analizar con precisión la seguridad y eficacia de algún medicamento. Gastroenterología, ginecología, trastornos genéticos, salud mental, cáncer, tabaco y salud oral son algunos de los temas en su biblioteca. Una investigación sobre la vacuna del papiloma humano y otra sobre el uso de medicamentos a base de cannabis para el dolor neuropático en adultos fueron dos de las más consultadas el año pasado.
Aunque varios investigadores colombianos ya se habían sumado a esa extensa red haciendo colaboraciones voluntarias desde que el pediatra Juan Manuel Lozano (hoy en la Florida International University, EE. UU.) hiciera los primeros acercamientos a principios de este siglo, apenas ahora son reconocidos de manera formal como grupo.
“Lo cierto es que desde hace un buen rato veníamos trabajando en silencio. Hay compañeros bioestadísticos que, incluso, son editores en diferentes grupos de la Cochrane”, dice Rojas. “Pero al montar un centro aquí están reconociendo que hay una disciplina y una capacidad para hacer revisiones de alto nivel. Y ahora que somos centro, tenemos el compromiso de rendirle cuentas a Cochrane para que nos siga manteniendo como grupo”. Se trata de un grupo que, por el momento, tiene tres institutos asociados: el Departamento de Epidemiología Clínica y Bioestadística de la Universidad Javeriana, el Instituto de Investigaciones Clínicas de la Universidad Nacional y el Instituto de Investigaciones Médicas de la Universidad de Antioquia. También cinco centros afiliados entre los que se encuentran el Instituto de Evaluación Tecnológica en Salud (IETS) y la Facultad de Salud de la Universidad del Valle.
Hay un par de puntos más por los que la profesora Rojas cree que este nuevo espacio es crucial. Uno es para hacer medicina basada en la evidencia en temas que no suelen inquietar a países que no están en el trópico. La enfermedad de Chagas es un buen ejemplo. El Tripanosoma cruzi, parásito culpable de provocarla, solo afecta a las poblaciones de América del Sur y América Central. Pero para que eso suceda, dice, “también hay que hacerle entender al país que necesita hacer mucha más investigación primaria. Eso lo deben entender quienes toman las decisiones. Nosotros estamos aquí para que nos consulten, para que tomen decisiones con base en evidencia. Queremos hacerla accesible para todos”.
El otro asunto clave tiene que ver con un tema que la Colaboración Cochrane conoce muy bien y ha criticado con frecuencia: los conflictos de interés que el mundo de la salud suele tener con la industria farmacéutica. Enseñar a los futuros médicos a caminar por esa delgada línea sin traspasarla ha sido uno de sus objetivos. “No soy enemiga de la industria, pero sí es esencial la educación médica”, advierte Rojas. “Así que, además de enseñar a los médicos a ser consumidores críticos de literatura científica, tratamos de hacer al clínico menos permeable a esos conflictos de interés que pueda tener”.