El cronista mexicano Carlos Meraz recuerda en esta columna un sabroso encuentro con el artista argentino hace casi 20 años.
El hombre de la arremolinada melena azabache, que contrasta con su impecable traje oscuro ausente de corbata e inmaculada camisa blanca, requiere una cerveza para sobrellevar el infierno veraniego en Madrid y para que su acento porteño pueda capotear una faena de preguntas-respuestas, en la tarde de medios en las oficinas del sello discográfico Dro East West, ubicadas en las inmediaciones de la plaza de toros Las Ventas.
Del rol de fallido gígolo, que flirtea con una conductora de televisión, que ya sea por nervios, por coqueta o por algún trastorno se ríe de todo mientras sus generosos pechos saltan bajo la mirada del rock star, oculta en sus polarizadas gafas de aviador, Andrés Calamaro termina fatigado de su ronda de cuestionamientos de una sublime banalidad, que sólo tolera por la abrumadora belleza de la rubia estrella del telediario local.
El otrora líder de la banda bonaerense Los Abuelos de la Nada y del combo hispano-argentino Los Rodríguez contiene el torrente de testosterona y libera el flujo neuronal para su entrevista conmigo, un periodista mexicano de vacaciones en el otro lado del Atlántico que quien coincide con el lanzamiento del ambicioso álbum doble, con 37 canciones como su edad de entonces —ahora se aproxima a los 57— y un título que en sí es casi una declaración de principios: Honestidad brutal.
Por mi cabeza ya ronda el encabezado para la publicación: Calamaro en su tinta. Por la cabeza del músico de ensortijada cabellera —que en el futuro será apodado El salmón, en alusión al nombre de la siguiente obra, la primera en el siglo XXI y la más prolífica de su discografía, al editarse como un box set con cinco discos— corre la imperiosa orden de liarse un porrito, con parsimonia y destreza, mezclando algo de tabaco con hachís.
Los efectos del chocolate, como se conoce coloquialmente a la resina concentrada de cannabis, generan una introspectiva charla en la que el compositor radicado en España en cada bocanada libera el subconsciente y salta de espontáneo al redondel periodístico, sin muleta ni espada, como en su tema Media Verónica, de su anterior grabación de 1997, Alta suciedad.
"La honestidad no es una virtud, es una obligación. La brutalidad, en cambio, es un derecho que tienen algunos sistemas nerviosos frágiles", advierte con tono nasal sobre la última frase impresa en el texto que abre su octavo disco solista.
El ego argentino sale a flote cuando le pregunto por qué nunca había incluido a México en su giras internacionales. Se baja las gafas a mitad del puente nasal y me suelta: “¿Para qué? Para actuar una noche ante mil personas en el Hard Rock Live... si en mis tours por España y Argentina me presento en arenas o estadios”.
- ¿Qué te ha dado España que te negó Argentina?
- El hachís. Lo fumo todo el año y es un placer, aparte de que culturalmente el "chocolate" es el eslabón perdido entre España y África.
- ¿Sientes haber cumplido con la trinidad musical del 'sexo, drogas y rock & roll'?
- He cumplido con los tópicos más espectaculares, gloriosos y miserables, no me lo reprocho ni me da vergüenza, porque todo lo he manejado con control y puedo seguir viviendo así el resto de mi vida; pero a la vez te recuerdo que Los Rodríguez cantamos Salud, dinero y amor y, posiblemente, esta trinidad sea el antídoto de la otra.
- ¿Crees que hay vida inteligente en el rock?
- Sí, y muchos tienen que llevarse su vida inteligente a otra parte, porque es difícil dedicarse al rock toda la vida y vivir de eso, como dice Bob Dylan, para hacerlo hace falta una afición suicida. Ingresé a esta vida por mi fascinación hacia los instrumentos eléctricos y luego estudié piano; yo era un aficionado al rock que cambiaba discos, conseguía revistas de otros países y fotos de conciertos. Si en ese entonces hubiese existido un Tower Records en Buenos Aires y yo, a los 17 años de edad, tuviese una American Express dorada, ¡cómo lo habría disfrutado!; ahora puedo hacerlo, pero al final ya no me queda esa sensación de dicha, de placer. Pues, como decía el boxeador argentino Oscar Ringo Bonavena: “La experiencia es un peine que te regala la vida cuando te quedas calvo”.
La contundente máxima de Bonavena me noqueó al instante —no literalmente como al púgil en su memorable pelea contra el legendario Muhammad Alí, quien lo mandó a la lona en tres ocasiones, aunque resistió estoicamente los 15 rounds pactados— y entre más años pasan más sacude mi mente y más fuerza cobra.
Hablando de peleas, el quilombo mediático entre Andrés Calamaro y Charly García pasa en ese entonces por su momento más ríspido. La amistad ya es una herida que no cicatriza y el mutuo respeto se fracturó. El motivo: Mónica, la mujer del músico del look dylaniano y la peligrosa fascinación de ella por el mítico artista de bigote bicolor, prominente nariz y oído absoluto (habilidad para reconocer sonidos, incluso cotidianos, y situarlos de manera automática y exacta en la escala musical).
Tras un intercambio de jabs y uppercuts verbales: “Donde juegan los grandes, no juegan los chicos”, le propinó Charly para desatar la furia de Calamaro, quien presa de los celos arremetió al irlo a buscar a su apartamento, con sed de venganza empuñando un bate de beisbol, por un supuesto affaire con Mónica.
- Se ha difundido que retaste a Charly García a una pelea de box, ¿cómo andas en condición física y musical para vencerlo?
- Charly tiene mucha condición musical, en todo caso prefiero el veredicto del encontronazo musical y popular, que lo decida el público; físicamente, Charly es un alcohólico y no hay que ensañarse pegándole a un borracho, aparte no me lo imagino boxeando, sino mordiéndome o tirándome del pelo. Mis problemas con él no son musicales sino personales, Charly hace cosas que yo nunca haría... Arruina su propio trabajo con la excusa de que es un genio a quien Prince le está robando un tema.
El tiempo es más sabio que cualquiera, y al final la batalla verbal no trascendió a lo físico entre estos pesos pesados del rock argentino. No hubo vencedor ni vencido y la musa de la discordia —a la que se dice Calamaro le compuso su emblemático tema Flaca— no se quedó con ninguno de los dos. La amistad volvería; ella, no.