En el aniversario de la institución, la directora de la entidad asegura que, pese a los grandes avances médicos en un siglo, el 70% de la mortalidad la siguen poniendo el 50% de los más pobres.
María Paulina Baena Jaramillo, El Espectador. La historia del Instituto Nacional de Salud (INS) empezó con un gato. A comienzos de siglo XX, el animal que merodeaba la casona colonial de Antonio Samper Brush, fundador de la Empresa de Energía de Bogotá, mordió a una de sus hijas y a la empleada del servicio. Las contagió de rabia. Pero en el país no había forma de combatir la enfermedad y morían cientos de personas por esta causa. Entonces las niñas fueron enviadas en barco a Estados Unidos y allí las vacunaron.
Bernardo Samper Sordo, uno de los hijos del industrial, presenció el ataque y decidió estudiar medicina en la Universidad Nacional. El 24 de enero de 1917 se alió con el doctor Jorge Martínez Santamaría, quien había tenido la experiencia de un pariente cercano contagiado de difteria, una enfermedad infecciosa provocada por una bacteria, que afecta la nariz, la garganta y la laringe y produce fiebre y dificultad para respirar. Ese día ambos fundaron el Laboratorio Samper Martínez, que hoy es el Instituto Nacional de Salud (INS).
Desde su inicio, el laboratorio realizó varios descubrimientos que fueron útiles para la salud pública del país. Comenzó a producir los primeros sueros antirrábicos y antidiftéricos y a presionar para hacer cumplir la normativa de vacunación de mascotas. En 1926, el Estado compró la empresa privada y la convirtió en el Laboratorio Nacional de Higiene, cuya misión hasta 1958 consistió en la investigación aplicada, pasando del enfoque higienista al de la medicina tropical y la salud pública, lo que permitió avanzar en alternativas terapéuticas para la producción de sueros y vacunas.
Desarrolló el suero antiofídico polivalente, con el cual, en sus 10 primeros años de uso, salvó la vida de 16.000 colombianos afectados por la mordedura de serpientes venenosas. “Acabamos de hacer suero de serpiente coral que es muy difícil y muy costoso. Desafortunadamente no es un medicamento que sea del interés de la salud pública, porque es barato y no es competitivo en el mercado”, comenta Martha Lucía Ospina, epidemióloga y directora del INS, quien sostiene que al año se presentan 4.200 accidentes y 1.300 muertes por ataques de estos reptiles.
Luego vino la epidemia de la viruela en el mundo, que fue declarada oficialmente erradicada en 1980, y el INS produjo la vacuna para atender la epidemia en el país. En 1945 no había medicamento para contrarrestar la malaria, porque estaba cerrado el comercio con Europa debido a la Segunda Guerra Mundial, entonces el instituto las hizo nacionalmente. Más tarde, en la década de los años sesenta, se fusionó con el Instituto Carlos Finlay para el estudio de la fiebre amarilla y creó la vacuna, y años después hizo una alianza con los laboratorios estatales para la producción de BCG (vacuna antituberculosa).
Mientras Martha Lucía Ospina repasa estos hitos comenta que el instituto realizó la primera Encuesta Nacional de Salud. “No se sabía absolutamente nada acerca de las razones por las que se morían los colombianos”, comenta Ospina. Con ese documento se descubrió que la principal causa de mortalidad de Colombia era la diarrea por déficit de agua potable. De ahí que el instituto se dedicara a construir, durante 15 años, acueductos rurales, pozos sépticos y pozos de agua y se inventara las sales de rehidratación oral. Fue determinante ese trabajo porque ese indicador de mortalidad cayó abruptamente y pasó de 20% a 4%.
El problema es que “el 70% de la mortalidad la sigue poniendo el 50% de la población más pobre”, cuenta Ospina. Para ella, Colombia ha mejorado mucho en indicadores de salud en ricos, pero ese no es el mismo panorama que enfrentan los pobres. “La enfermedad diarreica no es nuestra primera causa de muerte, pero es todavía una marca de pobreza”, remata la epidemióloga.
Hacia los años setenta llegó la diáspora de investigadores que se habían ido a estudiar maestrías y doctorados a Europa o Estados Unidos. Cuando aterrizaron en el país su opción fue colonizar laboratorios de universidades como la de Antioquia o la Nacional. Pero también el instituto les abrió las puertas, creando un área robusta de investigación.
En 1993, cuando apareció la Ley 100, el INS perdió un brazo y se creó el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima). Luego, programas como los de vacunación, control de vectores y maternidad, que eran dirigidos por el instituto, migraron al Ministerio de Salud.
Hoy, el instituto conserva la vigilancia y funciona como “los ojos del sistema de salud que acompaña a los territorios y responde ante una alarma”, dice Martha Lucía Ospina, quien llegó en mayo de 2016, cuando convirtieron a la entidad en un instituto de ciencia, tecnología e innovación. “Ahí llego yo y lo encuentro un poco extraño. Con un presupuesto disminuido y procesos poco claros. Con un pie en salud y otro en ciencia y tecnología”, complementa.
En su cumpleaños número cien y siguiendo las órdenes de la modernización, el INS estrena uno de los mejores bioterios de América Latina. Con una inversión de $19.000 millones (US$ 6,4 millones), este centro que concentra a 160 roedores permitirá observar el comportamiento de diferentes virus y bacterias de manera segura.
Como explica Ricardo Vanegas, veterinario y coordinador del grupo animal del bioterio, las ratas y ratones que llegaron de Boston el pasado 22 de diciembre están libres de patógenos y a partir de ellos “se desarrollará aún más la ciencia con animales en laboratorio y se hará que los resultados sean confiables. Con el bioterio, las personas van a recibir un avance en su salud, por ejemplo, en la forma de atacar un brote a partir de los resultados obtenidos”, asegura.
Mientras la investigación avanza, para Martha Ospina, los retos para tecnificar el instituto no son menores. Según ella, el sistema de salud en Colombia sí es bueno y la cobertura en Colombia es del 99%. Lo que reconoce es que hay un problema de atención que obedece a las expectativas ilimitadas de la población. Sumado a eso, “acá la presión tecnológica hace que matemos a un zancudo con un cañón. Hay un sobreuso y sobrediagnóstico impresionante de exámenes y pruebas. Entonces, el sistema está desangrado por el hiperconsumo que empeorará el servicio de los sistemas de salud”, concluye.