Según psiquiatras y psicólogos, la ira es una emoción humana que todos en algún momento experimentamos. No es más que una reacción frente a una situación amenazante.
Las tensiones del día a día, la constante y creciente competencia, la lucha por el perfeccionamiento laboral, las exigencias económicas, entre otras, son aspectos que pueden llegar a alterar el estado emocional de los individuos. Este desequilibrio, además de afectar al plano personal, repercute negativamente en el ámbito laboral y desarrollo profesional.
Cuando un empleado está enfadado, debe saber cómo canalizar sus emociones, especialmente en el entorno laboral. No hay duda que dejar aflorar la ira en el trabajo puede truncar el éxito profesional de una persona. En las empresas la capacidad de autocontrol es fundamental para promover y mantener buenas relaciones y un buen clima laboral. Cuando los ambientes no son favorables, los resultados y la productividad de los trabajadores se ven directamente afectados.
Según psiquiatras y psicólogos, la ira es una emoción humana que todos en algún momento experimentamos. No es más que una reacción frente a una situación amenazante.
Expertos en Recursos Humanos señalan que es importante evitar que esas emociones se repriman, supriman o prohíban las organizaciones dado que estos casos son los que generan los arranques de ira. “Tampoco se trata de dar cabida a estallidos poco o nada justificados. Debemos prever estas situaciones creando espacios donde las personas manifiesten sus quejas sin esperar a que se sobrepasen. Esto ayuda a mantener un ambiente mucho más sano emocionalmente”, señala Javier Caparrós, director general de Trabajando.com España.
Para los psicólogos, esto no se suele producir por un hecho puntual sino por un cúmulo de situaciones que nos disgustan o molestan. Por ello, lo ideal es que las personas tengan confianza con sus jefes o con sus pares y puedan expresar lo que sienten. Por su parte, las organizaciones deben crear espacios donde todos los empleados son escuchados: las reuniones, actividades lúdicas fuera del ámbito laboral e incluso los descansos pueden ser buenos momentos y lugares para hablar sobre un tema que inquiete o preocupe.
Un ejemplo de situaciones en las que se debe trabajar en la gestión de las emociones puede ser el caso de un empleado destacado, con excelentes calificaciones, incapaz de relacionarse con los demás o, lo que es peor, de controlar sus emociones.
Hoy en día, cuando entrevistan a un candidato los seleccionadores le dan suma importancia, además de a la experiencia profesional o a la formación, al carácter personal del individuo. Con el tiempo, las compañías han aprendido cuánto favorece para el buen funcionamiento de un equipo de trabajo una persona emocionalmente equilibrada y sana.
Esto no significa que los empleadores no le den importancia a lo intelectual. Es necesario aclarar que ninguna está valorada por encima de la otra, pero su relevancia dependerá del empleo o área donde se desarrolla el trabajo. Por ejemplo, la parte emocional es fundamental en trabajos donde se tenga contacto directo con el cliente.
El problema no está en enfadarse sino en cómo respondemos ante la ira. Es importante que reconozcamos la existencia de esta emoción y aprendamos a gestionarla, bajando nuestro nivel de irritabilidad para que se pueda desarrollar una conversación de manera tranquila.
“Tenemos que poner especial atención cuando esta reacción de enfado es reiterada en una persona, ya que pueden ser señales de estados de ansiedad, estrés, cansancio, depresión o incluso de algún tipo de trastorno de conducta”, comenta Caparrós.