Francisca Werth empezó a escribir poesía cuando era niña, sin imaginar siquiera que su vida tomaría más tarde la senda de la escritura y la ilustración.
Una tarde de invierno, hace dos años, mientras Francisca Werth Coello (44) recorría una feria de Cerro Navia, reclutando participantes para un taller creativo que desarrollaba con Bibliobús, se le acercó Isidora(7), que se hacía acompañar por su mamá. “Hazme un dinosaurio”, le pidió a la escritora.
“Me acordé de ‘El Principito’”, recuerda. Se puso a dibujar y la niña vociferó: “Harto feo lo que hiciste”. Acto seguido, la menor se puso a trazar un reptil (en la foto). Cuando estuvo listo se lo mostró a Francisca y ella quedó perpleja: “Le quedó sensacional”, recuerda.
Ese momento se le quedó grabado a la también ilustradora y emprendedora. “La pequeña se puso a crear, tomó un papel y dibujó. Eso es precisamente lo que busco con mis talleres: generar el espacio para que se exprese el alma del otro. Mi meta es ser un puente”, remarca y le brilla la mirada.
Esta experiencia resume la misión que se ha trazado esta mujer inquieta y locuaz –es la mayor de tres hermanos- que desde niña escribía poesía, y lo que se le viniera a la cabeza, y después perseguía a su madre, en la casa de Las Condes donde se crió, para que leyera sus notas.
“Yo era introvertida y me gustaba mucho observar. En esos años quería ser filósofa. Cuando mi mamá me preguntaba qué estaba haciendo yo le respondía que sólo miraba a mi alrededor”. Atisbar el mundo con curiosidad fue determinante para lo que vendría después.
Cuando egresó de enseñanza media (estudió en el Colegio del Sagrado de Corazón de Apoquindo y en el Liceo 7) estudió secretariado y luego publicidad. Estaba un poco perdida con sus reales intereses, pero siempre le daba vueltas una idea: debía escribir, crear, dar forma a lo que tenía adentro, y apoyar también la creatividad en los otros.
Se inscribió en talleres de cuento con Ana María Güiraldes; de poesía con Floridor Pérez y de otros escritores. No había tiempo que perder. Estudió un diplomado en gestión cultural y al terminar tuvo un clic: crearía un emprendimiento. Fue así como nació “Gestión literaria el valor de la palabra” desde el cual apoyaba el lanzamiento de libros.
Como poeta participó en la antología poética “Catorce/quince”, del foro de escritores, y como narradora intervino con microcuentos en la Antología correspondiente al IV Encuentro Literario “Al sur de la palabra”, de Letras de Chile. Realizó también la presentación escrita del libro de microcuentos “Con pocas palabras”.
Alzheimer de su abuela
Hace nueve años, mientras vivía con su abuela materna, que en esa época tenía 93 y estaba afectada dealzheimer, comprobó que esa mujer, a quien amaba, se comunicaba con un lenguaje intrincado, a veces metafórico, que sólo ella podía entender desde el afecto.
En estos enfermos“las palabras se repiten, no tienen el sentido inicial, a veces se pierde el significado, pero siempre está el ánimo de comunicarse con el otro”, remarca.
Para Francisca resultó clave el día en que fueron al supermercado y su abuelita, al cancelar en la caja, sacó su billetera de la que extrajo un crucifijo, una foto familiar y un santito. “Ella estaba pagando con su familia, que era lo que más quería”.
Se dio cuenta que debía inmortalizar esos pasajes, que para el mundo exterior podían resultar dolorosos, pero que para ella estaban llenos de simbolismo. Decidió entonces lanzar, en forma independiente, un libro de poesía gráfica el que llamó “niñAbuela”, en el que plasmó sensaciones y abordó la patología, incógnitas y aprendizajes.
“Quise rescatar la memoria y transmitir ese afecto que te deja la poesía en la metáfora”, manifiesta.
Su libro partió con un poema que tituló como le decían a ella cuando era pequeña: “Uvita dorada”.
“Mi otro nombre era Uvita Dorada
así me llamabas y yo me convertía
lo habías visto y lo decías tú
las lunas mejillas
el sol pintado en la cara de la infancia”
La obra tuvo una gran acogida y Francisca se sorprende, porque todavía las personas se lo comentan.
Resultados ilustrados
En 2013 tomó cursos de ilustración y se le ocurrió hacer relatos ilustrados personalizados en español e inglés. Ya le había dado el vamos al emprendimiento“En el Árbol”.
Partió escribiendo sobre su padre, que había fallecido hacía poco tiempo. Quería que el resto de sus familiares conocieran aspectos de él que tal vez les resultaban desconocidos.
La idea prendió y son muchas las personas que recurren actualmente a estas creaciones, que rescatan anécdotas, detalles de la memoria familiar, para regalarlos a matrimonios o en los cumpleaños. “Son dos o tres párrafos que se enmarcan en madera de mañío. La idea es que queden en el tiempo, que perduren”, acota.
Tiempo después, se convirtió en colaboradora de la revista infantil “Carrusel” donde ha publicado cuentos y recomendaciones de libros para niños.
Como es una locomotora y no para nunca con todas las cosas que se le ocurren (se levanta a las cinco de la mañana a trabajar) ha desarrollado en el Café Literario del Parque Bustamante talleres de literatura, escritura e ilustración para adultos. Para extranjeros que quieren reforzar su español con lectura y escritura creativa ha impartido “Basic Creative Workshops”.
Otra experiencia inolvidable –admite- fueron los talleres que elaboró para inspirar la escritura de cartas, experiencia organizada por CorreosChile, en el que participaron personas entre 4 y 75 años.
Ahí la marcó mucho una abuela que quería escribirle una misiva a su nieta, que como muchos niños y jóvenes de hoy ni siquiera conocen las esquelas. “La carta es hacer memoria, está el registro, la observación”, apunta Werth.
- ¿Cómo se puede encantar a los niños con la lecto escritura o la creatividad en tiempos donde la tecnología la lleva?
- Mi aporte, más que la palabra, que cobra forma con el material reciclable, es poder hacer que se detengan y disfruten mirando. Es decir, que aprendan a observar y ver la grandeza del otro.
En este punto se acuerda de su abuelo paterno que era arquitecto y muy observador: “A veces nos preguntaba a mí y mis hermanas: ‘¿Se fijaron en el brillo del mar?’, ¿no será el alfiler que es el remo de la cáscara de nuez de los enanitos?’ Sííí, gritábamos nosotros. Él nos enseñó a mirar".
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