Investigadores llegaron a la conclusión de que los campesinos son grandes clientes, sin embargo no les llega una oferta adecuada.
Los bancos y el sistema financiero en general deben ajustarse a las necesidades de los campesinos y no al revés. Ese es uno de los campanazos que puede dar el libro Inclusión financiera rural: El caso del sur del Tolima, publicado por el Banco de la República y cuyos resultados fueron expuestos en el último congreso de Asomicrofinanzas.
La razón está en que hay diferencias entre las dinámicas rurales y las urbanas, por ejemplo, que en el campo los ingresos provienen en gran parte de las cosechas y no de un salario mensual fijo, lo que ocurre principalmente en las ciudades. Por lo tanto, un crédito no se puede cobrar de la misma forma.
La investigación se llevó a cabo en los municipios de Ataco, Planadas y Rioblanco, ubicados en una zona afectada de forma particular por el conflicto armado y que suman el 6 % de la población del Tolima, pero el 17 % de la superficie del departamento. El 23 % de las encuestas se realizaron en la cabecera municipal, mientras que el 77 % se hizo en la zona rural, en donde, en la actualidad, los principales cultivos, o los que más fuerza han tomado durante los últimos años, son el café especial y el cacao de alta calidad.
Según Dairo Estrada, coautor de la obra —junto con Carlos Gustavo Cano y Paola Cuadros-Sierra—, allí “hay una actividad económica muy dinámica” y mucho potencial, no sólo en el ámbito agrícola, sino turístico. Este punto llama la atención, teniendo en cuenta que informes como el de la Misión para la Transformación del Campo han resaltado la necesidad de que la política pública fomente el sector rural, pero no sólo con una perspectiva agropecuaria, sino de provisión de servicios, como los turísticos.
Los habitantes de la zona, según muestran las cifras, son en su mayoría propietarios del lugar que habitan y, desde un punto de vista técnico, hacen un uso adecuado de los suelos. Por eso, para Estrada, estos productores serían “muy atractivos para el sistema financiero”.
Sin embargo, en 2016, año en que se hizo la recolección de la información para el libro, el único banco que tenía presencia física en la zona, con oficina, era el Banco Agrario, una entidad que, a julio de 2017, reportó un indicador de inclusión financiera de 20,14%, con 1,9 millones de clientes de zonas rurales activos.
Según Asobancaria, hoy el sistema financiero tiene presencia en el 100% de los municipios a través de oficinas y/o corresponsales bancarios. De acuerdo con el investigador del Banco de la República, en efecto, “hay muchos corresponsales, pero no les sirven (a los productores) porque son para transacciones muy pequeñas. Eso no está ajustado a sus necesidades”. El mismo gremio reconoce la banca móvil como una de las principales estrategias del sector para llegar a las zonas rurales.
No obstante, para Estrada, “hay algo revelador, y es que mucha gente cree que lo importante es llegar con internet, con banca móvil, en general cosas que la gente no está preparada para utilizar. Hay que llenar de oficinas bancarias las zonas rurales, de una forma eficiente, por supuesto”.
Asobancaria reconoce el reto: “Persisten enormes desafíos para masificar el acceso a las nuevas herramientas tecnológicas, pero se trata de un proceso que no tiene marcha atrás, y del que se verán los mejores frutos en el futuro cercano”.
En definitiva, la falta de oferta financiera ha alejado a los campesinos del acceso a crédito formal, entre otros aspectos. Eso es una especie de paradoja, teniendo en cuenta que la mayoría de habitantes de la zona estudiada está al día con sus deudas y, además, una gran parte de ellos ahorra. El mensaje, según Estrada, no es que en las zonas rurales no interese el acceso al sistema financiero o que las tasas les parezcan inconvenientes.
Por el contrario, son factores externos, como las distancias —que implican costos de transporte y tiempo—, los que han impedido mayor inclusión.
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