Cignature Films adquirirá los derechos de algunas películas para reemplazar las escenas de cigarrillos con silbatos. Absurdo, pero real.
Escena. En el tocadiscos suena Girl you’ll be a woman soon. Mia Wallace cierra los ojos y baila mientras Vincent Vega discute con el espejo y piensa, piensa, piensa si se tiene que quedar o si se tiene que ir. Mia sigue bailando, colgada en el éxtasis de Urge Overkill, hasta que se cansa y se sienta en un sillón. La música sigue sonando. Se prende un pucho; lo saborea y con el cilindro blanco en la mano, humeante, toma la decisión, esa decisión, la que la hace mirar el paquetito blanco y sopesar los gramos, los gramitos, la decisión que la llevará a meterse por la nariz una raya blanca que torcerá la trama de Pulp Fiction hasta convertirla en la opus magna de Tarantino.
Cambio de escena. Los ventiladores cortan el aire, la luz azul entra por la ventana, Rick Deckard mira a su entrevistada detrás de los micrófonos y ella le pregunta. “¿Le importa si fumo?”, y él le dice que no, porque no afecta el test, así que no hay problema. Entre preguntas, Rachel escupe el humo blanco, que se espesa delante de su rostro formando flores de nicotina quemada. La escena continúa pero la imagen queda; Blade Runner no sería Blade Runner sin ese plano, sin la mano alicaída de la replicante, su mirada honda y el humo circundante.
Cambio de escena, el último. Edward Norton apoya la cara entre las tetillas de un gordo enorme. Entra Marla. Norton, en personaje, lo dice: “Ella arruinó todo”. Minutos después, la diatribas mentales del narrador –Norton, de nuevo– son interrumpidas por el sonido del yesquero de Marla, que busca la combustión; la cámara se enlentece, sobrevuela cerca de su rostro y ella inhala y exhala. Es El club de la pelea; es Marla Singer haciendo su entrada triunfal con el cigarrillo en la mano. El humo sale de su boca/chimenea pintada con una fuerza industrial.
Hace ocho días Radar publicó un pequeñísimo texto titulado “Chau pucho”. En él se comentaba la existencia de una curiosa iniciativa web estadounidense en la que se pretendía reemplazar los cigarrillos de las películas y las series más populares por un “kazoo”, o sea un chifle, silbato, pito o como sea que se denomine eso en el lugar donde usted está leyendo esto. La propuesta es ridícula, pero el comunicado de la empresa, Cignature Films, lo baja a tierra. “En un esfuerzo por mejorar el mundo que nos rodea, nuestro estudio obtendrá cintas y episodios de series que incluyan un significativo consumo de tabaco, y sustituirá cada cigarro con un inocuo kazoo, para luego relanzar públicamente los capítulos y películas online”. Ilustrativo.
Aunque parezca una enorme fake news, está chequeado señores: la web existe, y de verdad comenzó a intervenir. El primer “contenido” fue la serie Mad Men; su episodio piloto se encuentra en la web y disponible sin tabaco y con kazoos (¿harán lo mismo con toda la temporada?). Según Cignature films, seguirán El club de la pelea, Stranger Things y El padrino.
En la esquina inferior derecha de la página hay, además, una pequeña advertencia, un comentario casi al pasar: “Cuidado: el 44% de los adolescentes que comienzan a fumar lo hacen por ver fumadores en las películas”. ¿Quién proporciona este dato? Ni la menor idea, porque además Cignature Films no evacúa esa duda. Sin embargo, sí se pueden encontrar otros porcentajes que, en cierto modo, le dan un poco de sentido al absurdo.
Según un estudio publicado por el colectivo de los Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), en 2016 el 41% de las películas taquilleras tuvieron escenas que implicaban el uso de tabaco. Entre ese año y 2015, el uso del tabaco en las películas aumentó un 80%.
Esto tiene sentido. Es casi imposible cruzarse con películas o series donde el cigarro no esté presente. Y si uno pretende abocarse al cine clásico, la posibilidad de eludir al tabaco es aún más complicada. Sin embargo, también tiene sentido que un niño comience a imitar las costumbres de su héroe de la pantalla grande, aunque eso no esté específicamente vinculado a fumar o no.
Así, en las películas de Disney (y por consiguiente Lucasfilms, Pixar y Marvel) no se fuma desde 2015; la compañía lo prohibió ese año como medida paliativa y para acompañar los esfuerzos de los anti tabaco. El plan es que si en la película se fuma, no sea habilitada para menores de 13 años. Según los CDC, esto posibilitaría una reducción del 18% en el número de adolescentes fumadores y prevendría un millón de muertes por consumo de tabaco.
Más allá de eso, es imposible apartar al cigarro del cine. Está tan metido en su ADN que es vano disociarlo. Sería como intentar eliminar el alcohol, la violencia, las drogas y cosas así. Además, ¿Oskar Schindler sería él sin su pucho a contraluz? ¿Qué fumarían en sus pipas los hobbits a la hora de festejar la derrota de Sauron? ¿Podría el James Bond de Sean Connery completar las misiones sin el cigarro en la boca? ¿Qué compartirían –además de la melancolía– Scarlett Johansson y Bill Murray después del karaoke en Perdidos en Tokio? Un kazoo seguro que no.