Una encuesta realizada por AmCham China y AmChan Shanghái muestra que el número de empresas que han trasladado su producción fuera de China debido a las tarifas supera ya el 40%.
"Si quieres paz, préparate para la guerra", la vieja expresión latina que se ha convertido en una máxima del mundo militar, también aplica a los negocios.
Como otros miles de empresarios estadounidenses, Larry Sloven, un septuagenario de Long Island, en Nueva York, ha tenido que desmantelar su red de operaciones comerciales en China y llevársela a otro país asiático, forzado por la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Aunque el aumento del costo de la mano de obra y el endurecimiento de la regulación en China ya lo habían llevado a considerar esta opción con anterioridad, ha sido el cruce de hostilidades arancelarias entre ambos países lo que finalmente lo ha llevado a tomar la decisión.
Compañías estadounidenses como Capstone, con sede en Florida, para cuya filial asiática trabaja Sloven gestionando su red de fabricantes, invierten anualmente más de US$200.000 millones en la compra de productos electrónicos y de maquinaria fabricados en China.
Cuando Washington impuso los primeros aranceles en julio de 2018, los principales productos con los que trabajaba Capstone, como las bombillas LED alimentadas por baterías y elementos de iluminación con sensor de movimiento, así como los prototipos de “mobiliario inteligente” en los que Sloven cifra el futuro de la compañía, no estaban incluidos en la lista.
Con todo, su intuición le decía que las relaciones entre las dos mayores economías del mundo iban a empeorar. Así pues, puso sus miras en Tailandia como destino de un posible segundo centro de producción, y comenzó a establecer contactos para instalar allí la producción de sus muebles inteligentes, entre los que se incluye un espejo que también es una pantalla táctil con conexión a internet.
Poco después su intuición resultó ser acertada, cuando Donald Trump anunció que aumentaría hasta los US$250.000 millones la cantidad afectada por los aranceles de Estados Unidos sobre productos chinos, entre los cuales esta vez sí estaban incluidos los productos de Capstone.
Posteriormente una encuesta de Amcham China, que representa a las empresas estadounidenses, mostró que un tercio de sus miembros planeaban trasladar fuera de China el suministro de componentes o el montaje de algunos de sus productos.
No obstante, la urgencia por abandonar China pareció amainar a principios de 2019, cuando Estados Unidos y China acordaron una tregua provisional en la cumbre del G-20 en Buenos Aires, sugiriendo sus representantes comerciales que llegarían a un acuerdo antes de la fecha límite fijada en marzo.
Sin embargo, cuando venció el plazo de marzo sin llegar a un acuerdo y los aranceles permanecieron inalterados, Sloven no cejó en su plan de trasladarse a Tailandia. Después de realizar una serie de pruebas piloto de ensamblaje de su espejo inteligente, así como de prepararse para superar las auditorías pertinentes relativas al cumplimiento con la normativa laboral y medioambiental, decidiendo ser prudente, calculó que todo el proceso todavía le llevaría otros seis meses.
Con independencia de lo que sucediera con la guerra comercial, se sentía preparado para cualquier escenario.
“Mejor prepararse para la guerra”, se dijo. “Así estarás listo en caso de que te ataquen”.
No obstante, también tenía trabajo que hacer en China: sus proveedores en Shenzhen, Dongguan y Cantón estaban seguros de que el conflicto arancelario se desinflaría, y se mostraban reacios a negociar nuevos acuerdos que enviarían al extranjero componentes y materias primas para su montaje.
Pero Sloven estaba determinado a seguir adelante con su plan en Tailandia, preocupado por el cariz que estaba adoptando la guerra comercial en la economía de China.
Su abogada comercial, Sally Peng, explicó que el creciente número de despidos estaba vaciando las fábricas chinas, que bien por falta de experiencia o por falta de recursos eran incapaces de automatizar sus procesos o de encontrar nuevos mercados a los que exportar, limitándose a seguir adelante con la esperanza de que se alcanzaría un acuerdo con Estados Unidos.
Estaban perdiendo dinero “cada día”, dijo Peng, confiados en que “con el tiempo todo volverá a la normalidad”.
“Creo que en cinco años todo esto habrá desaparecido”, añadió.
Ese mismo día, los jefes de Sloven en Florida publicaron los resultados de Capstone de 2018, que mostraban con elocuencia los efectos de la guerra comercial: los ingresos por ventas habían caído de US$36,8 millones en 2017 a US$12,8 millones, con unas pérdidas netas de US$1 millón frente al beneficio neto de US$3,1 millones del año anterior.
El 10 de mayo Trump anunció una nueva subida de los aranceles, hasta el 25%. Esto aumentó la urgencia de Sloven y de muchos otros por salir de China, como mostró una encuesta realizada por AmCham China y AmChan Shanghái según la cual el número de empresas que habían trasladado su producción o que planeaban hacerlo superaba ya el 40%.
Gracias a un inesperado giro de la fortuna -la familia del socio tailandés de Sloven provenía de una región de China en la que se hablaba el dialecto en que habla su socio chino-, la compañía china acabó por ceder y aceptó enviar suministros a Tailandia.
No obstante, todavía era preciso cumplir con la burocracia tailandesa para escapar a los aranceles estadounidenses: al menos el 35% de la producción debe ser fabricada en el país para que pueda ser considerado tailandesa, lo cual debe acreditar una auditoría que suele tardar entre cuatro y cinco semanas.
El envío a Estados Unidos desde Tailandia, por su parte, toma entre 8 a 10 días más que desde China.
“Todo el mundo va a tener que lidiar con estos problemas en la cadena de suministro”, dijo Sloven.
Con todo, Sloven cree que podrá fabricar su espejo inteligente al mismo precio que en China sin el inconveniente de los aranceles.
A pesar de esto, admitió que “nunca dejará de haber dificultades”.