Se diferencian en las rutinas de trabajo que tienen.
El límite parece ser bastante sutil para diferenciar a los que aman lo que hacen y a quienes simplemente son adictos al trabajo. En un artículo de EXAME, el coach Alexandre Rangel, socio de Alliance Coaching, dice que para él la diferencia está en que amar el trabajo frecuentemente produce el famoso "estado de flow", que consiste en un estado mental en que el profesional se siente completamente absorto por lo que está haciendo, como si estuviera en un túnel, sólo enfocándose en su objetivo.
Cuando se está en este estado, usted puede trabajar sin interrupción hasta altas horas de la noche sin darse cuenta. Pero hay un detalle: pese al ritmo frenético, usted lo hace con placer. Según el coach, un profesional apasionado puede vivir esos episodios de producción desenfrenada.
Comportamientos tóxicos
La rutina del trabajólico es bastante diferente. Para esta persona el exceso no es episódico, es un modus operandi, explica André Caldeira, especialista en gestión de carrera y autor del libro "Mucho trabajo y poco estrés" (Editora Évora). "Él no sabe trabajar de una forma que no sea compulsiva".
En ese caso, no pasan los agradables momentos de "flujo": las largas sesiones de actividad tienden a ser frías, mecánicas y frustrantes.
Para el trabajólico, el trabajo es exactamente como una droga. "Él no siente más satisfacción, sólo intenta saciar una necesidad patológica de jamás ser visto como incompetente por los demás", afirma Rangel.
El resulatado de ese comportamiento es devastador: aislamiento social, degradación de las relaciones afectivas, baja en el desempeño y mala salud física y mental.