Contulmo, un encuentro de alemanes, chilenos y mapuches
Martes, Agosto 1, 2017 - 15:12
Las tres culturas se mezclan en una ciudad que hace más de un siglo emergió en una tierra boscosa, fría y húmeda.
En Contulmo se encuentran y fusionan tres culturas tan cercanas como distantes: la alemana, chilena y mapuche. Es un sitio único, ubicado 558 kilómetros al sur de Santiago, junto a la cordillera de Nahuelbuta y donde la historia brota en cada esquina.
Si bien en el mundo existen otros lugares donde conviven varias culturas a la vez, en Contulmo, que en lengua de los indígenas mayoritarios de Chile, los mapuches, significa "lugar de paso”, ocurre algo especial.
Las tres culturas, revueltas o separadas, ofrecen posibilidades únicas a los curiosos forasteros que por primera vez se adentran en este poblado de no más de 7.000 habitantes.
Desde cocina intercultural, que mezcla ingredientes típicos de la zona, hasta patrimonio arquitectónico y natural que incluye casas ornamentadas y un lado más silvestre, con árboles y rucas, tradicionales casas mapuches, donde el clásico fogón al centro no deja nunca de chispear.
La historia de Contulmo se remonta hacia fines del siglo XIX. "Los primeros habitantes son chilenos que el propio gobierno de la época lleva a la zona”, cuenta a DW Rodrigo Morales Salazar, curador del Museo Histórico de Contulmo.
Entre 1860 y 1883 el gobierno chileno comienza a hacer ocupación hacia el sur del país, con el fin de ganar un territorio que milenariamente estuvo habitado por pueblos originarios, como los mapuche. Esto marcará el inicio de un conflicto, que perdura hasta hoy, entre el Estado de Chile y el Pueblo Mapuche.
"A partir de 1884 se inicia la traída de otros colonos, esta vez alemanes a Contulmo. Se privilegia la venida de agricultores y gente especializada en la producción agrícola”, explica a DW Rodrigo Morales, quien por parte de madre es descendiente del primer profesor de la escuela alemana de la ciudad, Eugenio Pfaff.
Las primeras 50 familias europeas, la gran mayoría alemanas, emprendieron un largo viaje desde la ciudad de Berlín hasta Hamburgo, donde abordaron el vapor Huddensfiel. Desde allí se trasladaron a Inglaterra, Liverpool, para embarcarse en el trasatlántico Cotopaxi que recaló en Chile a fines de marzo en 1884.
No fue fácil asentarse en Contulmo, además el lugar no estaba dentro de los planes de los europeos, tampoco del gobierno chileno, que esperaba ubicarlos en la ciudad de Traiguén.
Pero debido a que en Traiguén había, por esos años, una peste no controlada, los colonos decidieron cambiar de destino. Tomaron un tren que los llevó a la ciudad de Angol y desde ahí, sólo con carretas, emprendieron un largo viaje hacia Contulmo, entre barrosos caminos y lluvia incesante.
Las difíciles condiciones de la ruta hicieron más larga la travesía. Un mes aproximadamente demoraron los colonos en llegar a su nuevo hogar.
"Debido a la topografía y exceso de cuatreros en la zona, que en su mayoría eran españoles rebeldes, el clima en el lugar era muy belicoso. Pero una vez que los colonos pisan Contulmo se enamoran de esta tierra, porque ven en ella un potencial. Es como un diamante en bruto”, dice a DW Rodrigo Morales.
El Estado de Chile también entregó facilidades a los colonos. A cada familia se le dio, y en forma de crédito, 40 hectáreas y 20 más para la construcción de una casa, además de 23 kilos de clavos y una subvención mensual de $ 15 chilenos durante un año.
En una carreta llegó Pablo Grollmus, alemán, oriundo del pueblo de Oppach. El colono revolucionará la ciudad de Contulmo al introducir una tecnología que incluso hoy sigue vigente.
"El Molino Grollmus comenzó como una rueda de agua hace más de cien años. Empezó a operar oficialmente en 1916 y funciona hasta el día de hoy”, cuenta a DW Helmuth Grollmus Schrerer, actual administrador y dueño de la obra.
La familia Grollmus siempre estuvo a cargo del molino que también, hasta 1964, suministró la energía eléctrica a todo Contulmo. Actualmente en sus instalaciones existe un museo que además revela todo el ingenio de los colonos con la exhibición de reliquias, algunas creadas por ellos mismos, y que hasta hoy siguen funcionando en perfecto estado.
El nieto de Pablo Grollmus, Helmuth Grollmus, agrega que el molino durante décadas fue lugar de encuentro para alemanes, chilenos y mapuches, quienes regularmente traían su trigo a la molienda y procesaban su harina. Hoy, este mismo molino ofrece esa posibilidad de antaño y en él se puede producir afrecho, afrechillo, harinilla, harina y harina flor.
Probablemente esa harina, y por más de un siglo, ha servido para elaborar deliciosas preparaciones, especialmente el irresistible kuchen alemán. Aquí no es difícil encontrarse con una receta mitad chilena, mitad alemana o con influencia del ancestral pueblo mapuche.
En la Cafetería Apex dicen que se hornean kuchenes únicos. Isaura Ewert es descendiente de colonos alemanes y comenzó hace más de veinte años a vender sus recetas, las que aprendió de niña.
"Hacíamos tortas (pasteles) y kuchenes, aunque eran muy diferentes. Muchas de las recetas antiguas han cambiado. El famoso Streuselkuchen o kuchen de migas no se hacía con fruta. Era solo una masa de queque. Después comenzó a evolucionar con el tiempo”, recuerda para DW Isaura Ewert.
Esa evolución la llevó a crear una variada carta. En su cafetería se aprovechan las frutas de temporada como la cereza, frambuesa, la frutilla blanca, oriunda de la zona y la murta o murtilla, un fruto nativo del sudoeste de la Argentina y del centro y sur de Chile, que se une muy bien con la manzana.
Tanto en la casa Kortwich como en el Hotel Licahue −dos construcciones antiquísimas que pertenecieron a familias alemanas− también saben de fusión gastronómica. Ambos ofrecen platos multiculturales que incluyen piñones, un fruto de un árbol centenario llamado Araucaria y especias como el merquén, un aliño preparado con ají seco ahumado que el pueblo mapuche usa en sus recetas.
Entre las elaboraciones clásicas que ofrece Contulmo está el puré de patatas picante, acompañado de pulpa de cerdo con nuez y ciruela o el salmón salteado con piñones aderezados al merquén. Esas, cuentan, son recetas únicas que mezclan historia, sabor, y por sobre todo, a tres culturas.