Polémica tan vieja como el fast food y el delivery de pizza, resuelta: hacer ejercicio es muy bueno para la salud, pero para bajar de peso no sirve de nada.
Loyola University Health System/Cluster Salud. Para bajar de peso, hacer ejercicio no ayuda en nada. Ni en EE.UU. ni en Ghana ni en Jamaica. Y, ya que estamos, tampoco en la bici estacionaria que cualquiera tiene en la terraza, ni en el gimnasio en que se paga un dinero no menor por acceder a esa máquinas hasta más esbeltas que las jóvenes más esbeltas que las usan para “mantenerse”.
No es una opinión. Es un hecho. Un equipo de investigadores dirigidos por la Universidad Loyola de Chicago siguió a un grupo de adultos, en cinco países, durante uno o dos años, registrando su actividad física y encontró que ni la actividad física ni el tiempo sedentario estaban asociados con la baja de peso. De hecho, había una relación con una leve suba de peso.
Negro sobre blanco: "Nuestros resultados del estudio indican que la actividad física no puede protegerlo de ganar peso", dijo la autora principal Lara R. Dugas, profesora asistente en el Departamento de Ciencias de la Salud Pública de la Universidad Loyola Chicago, en la Stritch School of Medicine.
El trabajo sobre el tema de la U. de Loyola es uno de los principales resultados del estudio de modelización del estudio de transición epidemiológica (METS). En METS, los investigadores siguieron adultos de 25 a 40 años que vivían en cinco países: Estados Unidos, Ghana, Sudáfrica, Jamaica y Seychelles (un país insular al este de África). Los adultos estadounidenses viven en Maywood, Illinois, un suburbio de Chicago. Los participantes son predominantemente de ascendencia africana y representan una amplia gama de desarrollo social y económico. Investigador principal de METS y autor principal del estudio Loyola es Amy Luke, PhD, profesora y vicepresidenta del Departamento de Ciencias de la Salud Pública de Loyola.
Parte de la motivación de un trabajo tan amplio fue que investigaciones anteriores habían encontrado que cuando se pregunta a la gente acerca de su actividad física, tienden a exagerar la cantidad que hacen. ¿Por qué no, entonces, medir esa capacidad de manera estricta y hacerlo, en distintos momentos, en países con estilo de vida y dietas muy distintas para discernir su efectividad?
Así, para proporcionar una medida objetiva, a los participantes se les dieron dispositivos de seguimiento llamados acelerómetros en la cintura durante una semana. Los dispositivos midieron el gasto energético de los usuarios y el recuento de pasos. Los investigadores también midieron el peso de los participantes, la altura y la grasa corporal. Después de un examen inicial, se pidió a los participantes que regresaran un año y dos años después.
Incluso, ¡aumentos!
Por ejemplo, en la visita inicial, los participantes de Ghana tuvieron los pesos medios más bajos (63 kilos para hombres y mujeres), y los estadounidenses los pesos más altos (91,6 kilos para las mujeres, 93,4 kilos para los hombres). Los ghaneses también estaban más en forma que los estadounidenses. Setenta y seis de los hombres ghaneses y 44% de las mujeres ghanesas cumplían con las directrices de la actividad física del Surgeon General de EE.UU., mientras que sólo el 44% de los hombres estadounidenses y 20% de las mujeres estadounidenses concordaban con las mismas directrices, básicamente, pautas que recomiendan hacer al menos dos horas y media de ejercicio aeróbico de intensidad moderada (como caminar enérgicamente) por semana.
Cuando pasó el tiempo y se realizó nuevamente la medición, sorprendentemente, el aumento de peso total en cada país fue mayor entre los participantes que cumplieron con las pautas de actividad física. Por ejemplo, los hombres estadounidenses que cumplieron con las directrices ganaron un promedio de 680 gramos por año, mientras que los hombres estadounidenses que no cumplieron con la guía bajaron 276 gramos, también en promedio.
Así, los investigadores no encontraron relaciones significativas entre el tiempo sedentario en la visita inicial y el consiguiente aumento de peso o pérdida de peso. Los únicos factores que se asociaron significativamente con el aumento de peso fueron: el peso en la visita inicial, la edad y el sexo.
Por supuesto, es largamente conocido el lugar común que dice que, al ejercitarse, en términos de peso, lo que se logra es cambiar grasa por músculo. De hecho, un estudio distinto, de la Universidad de Penn State ha mostrado que al hacer solo una dieta efectiva (sin ejercicio), algo más de 2 de cada 10 kilos que se pierden provienen de masa muscular.
El trabajo de la U. de Loyola no implica que ningún tipo de ejercicio influya en la pérdida o ganancia de peso. Basta con ver a los corredores etíopes y a los ciclistas de competición, invariablemente flacos (aunque de piernas mastodónticas, estos últimos) para comprender que es posible ejercitarse y tener un buen peso.
El asunto es que se trata de una combinación: tipo de ejercicio, tipo de dieta, tipo de perfil genético y tipo de bacterias que cada persona tiene en su sistema digestivo. Todo ello conforma un puzle que modela el sistema metabólico individual. El cual es muy sensible. No por nada hay fármacos que hacen engordar o tratamientos que enflaquecen al más gordo.
Pero ¿por qué tiene que ser todo tan complicado? Vamos a lo “simple”, a lo que sabemos sin duda: la actividad física tiene muchos beneficios probados para la salud, desde la reducción del riesgo de enfermedades del corazón, diabetes y cáncer hasta mejorar la salud mental y el estado de ánimo. Las personas físicamente activas tienden a ser más sanas y vivir más tiempo.
Perfecto. Pero, acá viene otro dato “sencillo”, mientras que la actividad física quema calorías, también aumenta el apetito, y la gente suele compensarlo comiendo más o, en esto sí que nadie piensa mucho, siendo menos activo el resto del día.
En buen cristiano: nos enfermamos por el sedentarismo, pero no engordamos por el sedentarismo. Engordamos porque comemos demás. En cantidad y proporcionando mal los alimentos.
Así, para bajar de peso el camino que funciona es el difícil, hay que pasar hambre. No de todo, no desesperadamente, pero sí unos días o semanas un poco largos, en especial cuando los restaurantes y supermercados susurran o gritan, a nuestro paso, “come, come, come más”.