Esta escuela de cocina y centro de eventos se encuentra, actualmente, en España y Chile. Si bien aún no hay planes claros de expansión, Bogotá y el DF son los más serios candidatos.
Carlos Pascal escribe en la pizarra la receta y los ingredientes a utilizar ese día en la cocina. Al frente hay un gran mesón con ollas y utensilios. Al rededor, unas diez personas - no todas conocidas entre sí- conversan mientras sostienen en la mano una copa de vino. La clase en Kitchen Club está por comenzar.
Para lograr lo planeado, todos deberán cocinar. Eso es lo entretenido y novedoso, pues es una instancia colaborativa, donde el centro es aprender, pero también, pasarlo bien.
Este cocinero y arquitecto chileno vivía en España cuando se le ocurrió montar este concepto, el cuál ha tenido tan buena acogida que no sólo cuenta con dos centros en Madrid, sino también en Chile.
Cambiar el compás por los cuchillos ha enriquecido a Pascal, pues asegura que es más feliz cocinando que haciendo arquitectura, porque la gente lo felicita y le da gracias cuando cocina y enseña algo que aporta. Eso, alimenta de sobre manera su corazón.
- ¿Cómo se gesta este concepto de cocina colaborativa cuando todavía no era algo masivo?
- El concepto viene de una cosa bien básica, de cuando hacía clases de cocina en mi casa. Me pregunté ¿qué hago para ganar más plata? en ese momento trabajaba como arquitecto y no quería seguir haciendo maquetas por la noche y pensé en echar mano a un don que tenga, y dije 'sé cocinar más o menos bien' y se me ocurrió ofrecer clases de cocina. No es que yo se lo haya visto a alguien.
- Arriesgado hacer algo así sin ser chef...
- Al final, la cocina es algo súper cercano, a todo el mundo le gusta comer y a mucha gente le gusta cocinar. La idea era que hiciera lo que hiciera tenía que cobrar, porque ese era el primer fin. La verdad, es que no me parecía complicado. Siempre he cocinado mucho. Cuando me fui a vivir a Madrid la gente que compartía piso me molestaban porque nadie cocinaba y yo hacía muchas comidas en mi casa e invitaba a gente y me decían podrías enseñar. Ahí fui tomando ideas, porque mucha gente me decía 'qué rico esto, ¿cómo lo haces?' o 'me podrías enseñar, porque no vas a mi casa y me haces clases' y ahí partió todo, me valoré. Entonces, fue bastante natural y de ahí vino la idea básica de hacer el Kitchen. Cuando empecé a hacer clases de cocina en mi casa fue fácil y rápido el éxito. Al final trasladé ese concepto de una reunión en una casa a un sector profesional. El concepto es súper chileno, porque nos gustan las fiestas en casa, mientras que el español es poco de invitar y cuando iban a mi casa lo pasaban súper bien. Por otra parte, me tocó trabajar en un proyecto del Basque Culinary Center y empecé a estudiar un montón a los vascos y me di cuenta que había un elemento que se parecía a lo que yo hacía y que eran los Txoko o las sociedades gastronómicas. Los vascos en una época de su vida llegó la ley seca y como les prohibieron tomar se crearon estas sociedades donde se juntaban amigos a cocinar con la excusa de beber a puertas cerradas. El cuento romántico es que los Txoko permanecen hasta el día de hoy. Me pareció súper entretenido este tema, porque es algo que también estaba en la cultura española, con una visión diferente, pero que tiene que ver con lo que yo hacía. Esa fue una idea que me gustó mucho como concepto y dije, quizás no esté tan perdido. Si lo hacen los vacos, por qué no lo podrán hacer los madrileños. En Madrid también hay, pero no es tan conocido el concepto.
- La clave en Kitchen Club es el tema de la experiencia ¿Cómo fue instalar eso en Chile, un país donde ese concepto aún no era tan popular?
- Para mi, Chile y España no son tan diferentes, tiene muchos matices y detalles que hacen que cada uno tenga su identidad, pero en el fondo, son bastantes parecidos. Las cosas que ocurren en Santiago comenzaron a pasar seis o diez años antes en España, que al final es nuestro referente con Europa, si dejamos de mirar a Estados Unidos. En España a nadie le pareció extraño cuando abrimos porque allá los restaurantes se convertían más en sitios experienciales. Nosotros lo que hicimos fue agarrar ese concepto experiencial y llevarlo a un mercado que nadie tomaba en cuenta en ese momento, que eran las clases de cocina. Nosotros llevamos a un tema de docencia, metiéndole un panorama para que sea entretenido ir al Kitchen. Creo que marcó una diferencia rápido y la prensa tuvo una súper buena acogida, porque llevábamos unos meses y nos pusieron de contraportada de El Mundo. Cuando llegamos a Chile, nosotros teníamos muy definido cuál era el concepto de Kitchen Club y nos hemos dado cuenta que es un concepto que puede funcionar en cualquier lado.
- ¿Tienen planes de expansión?
- Hay meses que sí y meses que no. El Kitchen, como concepto, es muy difícil replicarlo en otra ciudad que no sea una capital, porque necesitamos de una masa crítica y que haya de un eje gastronómico importante. Nosotros también trabajamos con el turismo, con un montón de sectores, y eso es lo que hace que sea factible el Kitchen. Siempre nos están tentando en Miami y México, pero no se llega a nada.
- ¿Algún lugar que te gustaría a ti o que crees que sería una buena plaza?
- Bogotá y el DF, creo que son dos ciudades interesantes y también me gustaría aprender de eso. Hay una motivación porque hacerlo en Barcelona sería súper fácil, sería como quedarme donde mismo, en cambio, creo que esos países son interesantes. También podría llegar a serlo Lima, pero es un mercado muy chiquitito.
- ¿No hay un plazo?
- Todo puede ser. Así han partido todos los otros tres Kitchen, del calentamiento de un momento, aunque la idea está dando vuelta hace tiempo y si crecemos va a ser de la misma manera. Chile es por un tema romántico y no quedarnos en España.
- Y en Chile tuvieron un buen recibimiento...
- Súper rápido y mucho más que en España. Llegamos a Chile y partimos desde cero con un local que allá nos demoramos tres años en hacer. En Chile abrimos en noviembre, comenzamos a puertas cerradas haciendo las actividades igual como la hacíamos en España y funcionó perfecto, a la gente le encantó. En España no sólo tengo gente de Madrid, tengo gente de otras ciudades y también muchos extranjeros que toman clases.
- ¿Cuál es el perfil de la gente que va al Kitchen?
- Es un perfil definido pero diverso, son personas que les gusta cocinar. En España y en Chile son un poco diferente porque en Chile estamos enfocados en un tema de clases sociales, que, para mi gusto es una estupidez. Desde un principio, es algo que he querido romper en el Kitchen. La denominación A,B,C1,C2,C3 existe sólamente en Chile. El 60% son hombres, los que están cocinando más que las mujeres, tanto en España como en Chile. En Chile ha habido una evolución, igual como cuando partimos, al principio decían esto era más para las mujeres y después se dieron cuenta que no y se empezó a correr la voz entre los hombres. En edades es súper diverso, hay desde un chico que tiene 16 años y que lo manda su mamá para que si de verdad quiere estudiar gastronomía sepa cómo se viene la mano hasta señores que se acaban de jubilar y ahora se pueden dedicar a lo que quieren. Hay muchos adolescentes que le gusta cocinar, que en el mundo de la cocina se llama foodie. Siempre hay gente de todos lados y de todos los tipos y eso es lo entretenido.
- ¿Cómo te impacta y beneficia que grandes cocineros colaboren en Kitchen?
- Es un proyecto colaborativo y como es una casa abierta tiene que ser transversal, eso va no solamente de la gente que llega sino también de la gente que viene a trabajar con nosotros, eso nos enriquece mucho. Cuando venía a Chile, me empecé a juntar con cada uno de los cocineros latinoamericanos, antes de abrir vine todos los meses durante un año. La idea, en ese sentido, era que Kitchen tuviera toda la estructura, que fuese un polo gastronómico, pero que fuera la casa de todos, que fuese el lugar donde pasan todas las cosas gastronómicas de Santiago y para eso tienes que trabajar colaborativamente.