Por Celia de Anca, directora del Centro de Diversidad de IE.
Estos días, estoy presenciando, con una mezcla de interés y sorpresa, un debate abierto y duro entre mujeres, todas ellas influyentes y poderosas, sobre quién es y quién no es feminista.
Estoy segura de que si profundizamos en los personajes, ni Oprah Winfrey piensa que todos los hombres sean en potencia violadores por lo que hay que estar siempre con la guardia alta, ni Catherine Deneuve o Leila Slimani, piensan que las mujeres que han sido agredidas por depredadores sexuales no sean víctimas, que haya que proteger y perseguir a sus autores con todo el peso de la justicia.
Pero la controversia entre ambas, va mucho más allá que una diferencia cultural, entre una visión francesa y una americana de entender el mundo de las relaciones entre hombres y mujeres, que también va de eso….
Lo que realmente se está jugando, de nuevo, es un debate agrio sobre quién es más feminista, lo que algunos expertos han clasificado como la diferencia entre el feminismo de la igualdad, o el feminismo de la diferencia.
Quién es feminista de verdad: ¿aquella la que cree que la feminidad es un rasgo que de ninguna manera tiene que jugar un papel en la esfera pública?, por tanto una igualdad de trato implica que no puede tratarse de modo diferencial a una mujer de un hombre. O quién opina en el feminismo de la diferencia, que la igualdad de derechos no implica necesariamente la igualdad en el trato, y que se puede llevar la feminidad a todas partes incluyendo al trabajo.
Unas y otras, en el debate mediático de estos días, seguro que se sienten profundamente feministas, y sobre todo tratándose de quién se trata, estoy segura que no se sienten en modo alguno inferior a ningún hombre, y francamente no creo que Catherine Deneuve se sienta más sometida que Oprah.
Me ha extrañado una vez más la ausencia masculina. Quizá porque es difícil intervenir en un debate de tanto calado emocional siendo hombre. ¿Tienen primero que disculparse por su condición de hombre, antes de poder opinar?
Una parte del debate, con buen criterio, hace énfasis en la necesidad de acabar con el estado patriarcal de dominación y sometimiento. Un estado que como maravillosamente describía Virginia Wolf en “Una habitación propia”, ha enclaustrado a hombres y mujeres en roles fijos, de los cuales, tan difícil es que te dejen entrar en el papel del otro como que te dejen salir del papel que te han asignado por género.
Algunos antropólogos afirman, que esa separación de roles a la que se refería Virginia Wolf, se produjo hace 10.000 años en la revolución agrícola. En ese primer reparto, el hombre se quedó con el papel de proveedor y por tanto con el control de los alimentos y del poder. A la mujer en contraste, le tocó el de los cuidados, la protección de los hijos y del amor en el hogar. Reparto desigual, sin duda, que ha creado un sinfín de problemas a mujeres que desde hace siglos han querido salir del hogar, y jugar en la esfera pública en igualdad. Coincidimos, hombres y mujeres, en una alta proporción en el Siglo XXI, que tenemos que cambiar los roles sociales para que no se repartan por género sino por deseo individual. Pero necesitamos hacerlo aplaudiendo con las dos manos, porque una mano sola no aplaude, como dice el refrán árabe hombres y mujeres juntos, distintos en género, pero y sobretodo individuos distintos, deberán unirse para contribuir con su diferencia a un proyecto social en el que se persigan y se eliminen los abusos de poder, que es en el fondo de lo que estamos hablando.
Si entre iguales uno o una quiere seducir a otro /otra igual en poder, y estatus, creo que el problema no es el hecho de utilizar la seducción, que entiendo es difícil reprimirlo en la mayoría de los mortales, sino el no poder aceptar el envite si uno/una quiere, o por el contrario enviarlo a freír morcillas si uno/ una quiere, sin que ello suponga un problema en tu trabajo diario. El problema principal, entiendo es que el seductor tenga poder sobre la seducida, (y utilizo ahora los pronombres a propósito, ya que es lo que se está denunciando y es lo más frecuente, hay que reconocerlo). Se trata de luchar juntos, hombres y mujeres por crear en el espacio público y privado, contextos de igualdad, para que entonces, como bien sugería la filósofa y política alemana Hana Arendt, poder mostrar la diferencia que uno trae de serie, sin ser penalizado por ello.
Más allá de haber venido con un género concreto, (incluso esto cuestionado cada vez más), hemos aterrizado en este mundo como personas únicas y diferentes. Hay mujeres que les gusta seducir o ser seducidas, y hay mujeres que no lo soportan, y unas y otras son igualmente feministas si se sienten y luchan por ser iguales en derechos y oportunidades. Quiero pensar que luchamos por una sociedad en la que se trata de igualar los derechos, no igualar a las personas.
Cuántas más mujeres ocupen puestos de responsabilidad y poder y más hombres se queden en casa cuidando amorosamente de sus hijos, más libertad habrá para que los individuos puedan ser ellos mismos, individuos y no un representante del género masculino o femenino. Pero tendremos que luchar por ello con las dos manos, mujeres de distintos tipos con hombres de distintos tipos, que también los hay.