Consultado en campaña sobre el asesinato del periodista Jamal Kashoggi, la respuesta de Joseph Biden fue categórica: dijo que creía que Kashoggi había sido asesinado y desmembrado por orden del príncipe heredero, Mohamed Bin Salman (como sostenía la Agencia Central de Inteligencia estadounidense). Añadió que, como presidente, no vendería más armas al régimen saudí, al cual contribuiría a convertir en un paria internacional.
Aunque Biden no cumplió con esa amenaza, cuando menos nadie cuestionó la naturaleza de los hechos en torno a ese homicidio: lo único que negó el régimen saudí fue que el príncipe heredero estuviera involucrado. No ocurre lo mismo con el asesinato de la periodista Shireen Abu Akleh en territorios palestinos ocupados. Horas después del hecho, el entonces Primer Ministro israelí, Naftalí Bennett, sostuvo que “existe una probabilidad considerable de que palestinos armados, que disparaban en forma desenfrenada”, fueran los asesinos. Fue corregido por el Jefe de Estado Mayor israelí, Aviv Kochavi, quien sostuvo que “en este momento, no es posible determinar quién realizó los disparos que dieron muerte a Abu Akleh”. Finalmente, las fuerzas armadas israelíes sostuvieron que, dado que el homicidio se produjo en una “situación de combate activo”, no se abriría una investigación criminal en torno al mismo.
Existe, sin embargo, suficiente evidencia como para saber que la afirmación de que Abu Akleh fue víctima de un fuego cruzado es falsa. En primer lugar, tanto pobladores como periodistas presentes en el lugar de los hechos (incluyendo al reportero Ali Al Samudi, quien también fue herido de bala), niegan que existiera un tiroteo cuando Abu Akleh fue asesinada. En segundo lugar, existen filmaciones (algunas disponibles en internet) que comprueban que, en el instante previo a los disparos contra ambos periodistas, reinaba la calma en el lugar. La organización israelí B’Tselem, con base en las imágenes de milicianos palestinos disparando difundidas por el ejército israelí, identificó su ubicación y concluyó que, incluso asumiendo que fueran del día en cuestión, “no podían ser los disparos que dieron muerte a la periodista Shireen Abu Akleh”.
La investigación que la agencia CNN dio a conocer el 26 de mayo llega a la misma conclusión: no había palestinos armados ni intercambio de fuego en las inmediaciones cuando Abu Akleh fue asesinada, y los disparos que le dieron muerte no provinieron de una ráfaga de fusil automático, sino que fueron disparos puntuales en dirección hacia los periodistas.
La propia investigación del gobierno estadounidense, el principal aliado de Israel en el mundo, concluía que lo más probable era que los disparos proviniesen de soldados israelíes, aunque añadía que “no encontró razón para creer que haya sido un asesinato intencional”. No queda claro cómo el único oficial a cargo del reporte llegó a una conclusión sobre la intención del autor de los disparos (quien no ha sido identificado). En todo caso, eso no sólo contradice las investigaciones independientes (como la de CNN), sino además ignora el contexto en el que todo ello ocurre. El reporte sobre derechos humanos en el mundo del Departamento de Estado de los Estados Unidos de 2021, sostiene que “existen reportes creíbles de asesinatos ilegales o arbitrarios” por parte de Israel. Y esas prácticas se extienden a los periodistas. Según el recuento de la organización Reporteros sin Fronteras, al menos 30 periodistas han sido asesinados por fuego israelí en Cisjordania y Gaza desde 2000, durante el ejercicio de su profesión.
Según reporte de France24 cuando, con base en ese recuento, se le preguntó a un vocero del ejército israelí si podía “identificar un caso durante este siglo en el cual un soldado hubiese enfrentado cargos tras la muerte de un periodista, no presentó ningún ejemplo”. Tras investigar, entre otra, la misma evidencia, la entonces fiscal de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, concluyó que existía “base razonable para proceder con una investigación”.