Con temperaturas que llegan a los -40°C y el sol brillando las 24 horas, transcurre la expedición por uno de los lugares más fascinantes y recónditos del planeta.
El paisaje se extiende hasta el horizonte en un mar de hielo infinito. El frío es extremo y la luz de un sol que no se esconde en todo el día ciega la vista. Desde aquí sólo se puede avanzar en una dirección: el sur.
Esto es el Polo Norte, un lugar al que desde la antigüedad los exploradores soñaron con llegar, como si el punto más al norte del planeta fuera una especie de imán que los atraía.
Robert Peary es recordado como el hombre que más cerca llegó. Una hazaña que proclamó el 6 de abril de 1909. En realidad se quedó a unos kilómetros del verdadero Polo. Sin embargo, su conquista, que alcanzó subido en un trineo de perros y acompañado por Mathew Henson y cuatro habitantes de Groenlandia, fue todo un hito.
Peary tardó más de un mes en llegar al Polo Norte. Hoy se puede arribar en unas horas. Gracias a la técnica aprendida durante la guerra fría, de instalar bases espías rusas sobre el hielo ártico, cada mes de abril se construye en medio de la nada la base Barneo, que permite el aterrizaje de un avión comercial. Desde aquí, un par de helicópteros pueden llevar a los turistas hasta el Polo Norte.
El punto más septentrional de la Tierra no es estático, por lo que, a diferencia del Polo Sur, no se puede indicar con un poste. Así que cada día, cuando aterriza el helicóptero con nuevos visitantes, se monta un pilar de madera y se extienden unas pieles de oso sobre el hielo. Cuando arriban rusos adinerados, que han contratado el viaje desde Moscú, la tarde transcurre entre vodka y caviar.
Además del helicóptero y una complicada travesía que sale desde cualquier punto de la costa del océano Ártico (Rusia, Canadá, Groenlandia o Alaska) y suele tardar dos meses, hay otra forma de llegar. Se trata de una expedición que consiste en recorrer el último grado hasta el Polo Norte. Desde el Ecuador hasta este punto, la semiesfera terrestre se divide en 90 grados.
En esta ruta se hace el tramo del grado 89 al 90, unos 111 kilómetros a través del hielo. Para ello, desde la base Barneo se toma un helicóptero al paralelo 89. Un guía profesional acompaña la expedición. Este experto es quien logra encontrar la dirección correcta orientándose con la posición del sol y la hora, pues en este punto del planeta las brújulas no funcionan.
Los intrépidos turistas debemos llevar lo necesario para sobrevivir unos 10 días en el hielo, con temperaturas que pueden llegar a los -40ºC. Comida, combustible, una tienda de campaña, sacos de dormir y ropa de invierno ocupan la mayor parte del equipaje, que viaja sobre trineos.
Avanzar por el hielo marino es una experiencia tranquila la mayor parte del trayecto, pero como las corrientes del agua y el viento lo mueven, puede fragmentarse en placas que quedan a la deriva. Cuando éstas chocan entre sí, forman tramos en que el hielo se levanta como si fuera una barricada y hay que pasar tirando de las cuerdas sujetas a los trineos.
Con los esquíes en los pies y los bastones como apoyo, se intenta superar estos obstáculos. Es uno de los momentos más duros del viaje. También hay dificultades si las placas de hielo se separan creando grietas o canales de agua que a las pocas horas se congelan. Si son demasiado grandes, lo mejor es armar el campamento y esperar a que el hielo sea lo suficientemente grueso para pasar.
El campamento, que se monta siempre al final de cada jornada, es una extensión llana, alejada de cualquier grieta y con nieve, en la que se preparan bebidas calientes, la cena y el desayuno. Levantar cada tienda es un arduo trabajo de equipo. Hay que alistar el suelo, cubrir el techo y preparar la nieve para fundir. En su interior, los infiernillos proporcionan calor y secan la ropa húmeda.
El frío y el esfuerzo obligan a ingerir una dieta con el doble del valor energético de lo que usualmente consumimos en casa. El sol no se pone tras el horizonte, gira sobre nuestras cabezas e ilumina el interior de la tienda cuando sacamos el infiernillo y entramos a los sacos de dormir.
Sin calor, la temperatura llega hasta los -15ºC, pero con dos sacos por persona y la mayor cantidad de prendas encima es posible dormir caliente. A la mañana siguiente, un desayuno fuerte nos permite aguantar los rigores de la jornada.
Así transcurren las diez etapas hasta llegar al Polo. Los kilómetros finales son los más emocionantes. Con el GPS en la mano hay que buscar el punto exacto. Dígito a dígito, en la pantalla del aparato va aproximándose el número anhelado. Al final, por un breve espacio de tiempo, el Polo aparece en la pantalla: 89,999ºN. Aunque no se llega hasta los 90ºN, por una fracción de segundo el Polo Norte estuvo bajo nuestros pies.
Por un instante, sobre el hielo ártico, por encima de más de cuatro mil metros cúbicos de agua salada, estuvimos sobre el eje de la Tierra, en donde nuestro planeta cada día da una vuelta entera. Es hora de abrazarse con los compañeros de expedición y celebrar el fin de esta travesía. Al volver a casa permanece la satisfacción de haber conocido el lugar más remoto del mundo, de una dureza extrema pero con una indefinible belleza.