Este increíble mundo de fantasía se está transformando para que sus visitantes disfruten más. Además de incluir platos saludables, se creó una manilla mágica para evitar las filas y enviar las compras al hotel.
Habrá quienes no quieran esperar entre dos y cuatro horas para entrar a una atracción y quienes no quieran comer sólo gigantescas piernas de pavo, hamburguesas y papas fritas. También visitantes que no deseen cargar paquetes dentro de este universo de antojos a las afueras de Orlando (Florida), que durante 47 años ha sido el sueño de familias enteras. Para ellos hay nuevas alternativas: Disney World se reinventa para que jueguen y disfruten sin perder la paciencia.
En la recepción de los hoteles Disney, los huéspedes ya no reciben una tarjeta para abrir la habitación; ahora se les entrega una banda personalizada. Esta pulsera mágica abre la puerta del cuarto y sirve como entrada a los parques. También ayuda a ingresar, sin hacer largas filas, a las atracciones que se hayan reservado en la aplicación de Disney que se descarga de manera gratuita en el celular.
La manilla también puede comprarse en los parques y permite cargar las compras para que lleguen a la habitación del hotel.
Por eso muchos dicen que se trata de “una experiencia distinta”. Son los mismos que aplauden que actualmente en los restaurantes de comida rápida también se ofrezcan ensaladas de quinua y frutas, y no sólo la clásica hamburguesa con papas fritas.
Aun así, hay cosas que no cambiarán nunca. En cualquiera de las calles de Magic Kingdom todavía es fácil perderse mientras se persigue con la mirada a alguno de los tantos personajes que conocemos desde niños.
Allí están todos, con sus trajes perfectos y saludos incansables, bailando en la terraza del castillo de Cenicienta. Por todas partes hay niñas con vestidos de princesas y peinados elaboradísimos, de esos que retan a cualquier mamá, porque estuvieron en la boutique Bibbidi Babidi Bu.
En cada atracción se encuentran Mickeys escondidos, como el que está a la salida de la nueva montaña rusa de los siete enanitos, trazado entre las piedras. Quizás por eso este parque sigue fascinando: porque todo tiene historia.
Cuando se le pregunta a un guía, por ejemplo, dónde queda cualquier lugar, señala con dos dedos juntos y no con uno, tal como Walt Disney, el creador de este universo, solía hacer mientras sostenía un cigarrillo.
Y mientras algunas atracciones se resisten a envejecer, otras se renuevan. La biblioteca de la Bella y la Bestia es una de ellas. La historia la cuenta la señora Potts, la inolvidable tetera de la película, que invita a los asistentes a interpretar un papel en el relato que narra Lumiere, el encantador candelabro afrancesado, junto a Bella; o está el mundo bajo el mar de La Sirenita, con audio animatronics, es decir, robots inventados por los creativos de Walt Disney Imagineering, programados para moverse al ritmo de la música y verse tan reales que engañan la razón.
Claro, uno no piensa en nada de eso cuando se sube a la almeja colorida y se zambulle en el océano, allí donde las sirenas bailan con sus aletas y curiosean entre barcos hundidos.
Si se trata de los clásicos que se han quedado en la memoria de varias generaciones, cómo no mencionar la Torre del Terror, en el parque Hollywood Studios, aquel hotel refinado y distinguido que el 31 de octubre de 1939 se detuvo en el tiempo. Cuenta la leyenda que esa noche cayó un rayo tan poderoso que desapareció a una pareja, un niño y dos adultos cuando subían en el ascensor. Desde entonces el hotel cayó en desgracia.
Quienes lo visitan pasan por el lobby destruido y luego por una olvidada biblioteca, donde un televisor viejo proyecta un episodio “perdido” de The Twilight Zone (La dimensión desconocida), una serie estadounidense igual de antigua. Rod Serling, su presentador, es quien invita a entrar al desvencijado ascensor para descubrir el secreto de la desaparición de los cinco desafortunados.
El ascensor sube, piso tras piso, en la oscuridad, hasta que genera una visión fantasmal de los perdidos. Luego se detiene en un vestíbulo con un ornamentado espejo en el que se ve el propio reflejo y se escucha la voz de Serling: “Despídete del mundo real”. Después, todo es vértigo en la barriga: el ascensor se descuelga haciendo gritar a los pasajeros.
Un imperdible, como el Rock ‘n’ Roller Coaster, que recrea una limosina loca que la banda rockera Aerosmith dejó para que sus fans pudieran ir a su concierto, también en el parque Hollywood Studios. Una de esas montañas rusas emocionantes, como el Space Mountain, en Magic Kingdom, y Expedición Everest, en Animal Kingdom, que los pequeños que miden más de 120 centímetros y los grandes repiten hasta el cansancio. Otra novedad está en Epcot, con la montaña rusa animada que cada pasajero programa para disfrutar de una experiencia única.
Quienes prefieran atracciones más tranquilas, no se pueden perder Toy Story Mania, donde se juega al tiro al blanco desde carros de juguete, con pelotas sobre tableros en tercera dimensión, y los simuladores del espacio como Star Tours, Mission Space y el de viajes como Soarin’ y Test Track.
Pero si de espectáculos se trata, basta ver Fantasmic, una puesta en escena donde las luces, los juegos pirotécnicos, el fuego y el agua ayudan a narrar la pelea de Mickey con los clásicos antagonistas de las películas de Disney.
Esto sin mencionar la belleza, delicadeza, acrobacia e imaginación que despliega La Nouba, el espectáculo del Cirque du Soleil que se presenta en el parque temático Epcot. Allí también es donde los más grandes toman vino y saborean comidas del mundo, en el Food and Wine Festival.
En fin, después de casi cinco décadas de existencia, Disney World, el universo que Walt Disney creó y no pudo conocer porque murió un año antes de su apertura, sigue dándole rienda suelta a la imaginación y haciendo sentir cada vez más cómodos a sus visitantes para que se diviertan compartiendo en familia y jugando a que lo imposible existe.