Preocupados por la acumulación de cuellos de botella, los empresarios llevan años reclamando ambiciosas reformas como un nuevo código tributario y la reducción de la burocracia.
Sao Paulo. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, asumió el poder el año pasado convencida de que Brasil podría seguir creciendo a tasas similares a las de China sin hacer grandes cambios económicos.
Pero esa confianza hoy parece complacencia.
La incapacidad de Rousseff de impulsar ambiciosas reformas económicas ha convertido a Brasil en un lugar costoso para hacer negocios, lo que significa que es probable que la economía se estanque en un mediocre patrón de crecimiento de alrededor de un 3% en los próximos años.
Algunos de los funcionarios que sólo seis meses atrás celebraban el crecimiento al parecer imparable de Brasil como una potencia económica, ahora admiten en privado que tienen pocas opciones buenas para hacer despegar significativamente la actividad tras un crecimiento de apenas 2,7% el año pasado.
"No hay soluciones milagrosas", dijo un funcionario del área económica que pidió no ser identificado. "Va a ser otro año difícil".
La persistente inflación -que al final del 2011 estaba a un máximo de siete años de 6,5% debido a las presiones residuales de precios del boom económico de Brasil- significa que cualquier incentivo fiscal y otras medidas de estímulo para la industria tendrán un alcance relativamente limitado, dijeron el funcionario y otras fuentes.
Otras medidas dramáticas, como draconianos controles de capital para debilitar rápidamente el real, también están fuera de discusión por ahora, explicaron.
Las fuentes citaron las preocupaciones de Rousseff de una nueva crisis como consecuencia de los problemas económicos de Europa o del programa nuclear de Irán, lo que dejaría a Brasil expuesto a una repentina reversión del apetito por el riesgo de los inversores.
Tales consideraciones apuntan al centro del problema de Brasil, evidente para cualquiera que se baje de un avión aquí.
Ya sea por pagar US$40 por una pizza, US$50.000 por un Toyota sedan fabricado en Brasil o una de las tarifas eléctricas más altas del mundo, fabricantes y consumidores están luchando contra el llamado "costo Brasil", un cóctel de altos impuestos, un mercado de trabajo recalentado y una infraestructura deplorable.
Muchos de esos problemas son el producto del éxito de Brasil, con un crecimiento económico por encima del 5% en todos menos un año entre el 2007 y el 2010 y un máximo de 7,5% en el 2011.
El capital invadió la nación sudamericana, la moneda se fortaleció y el desempleo cayó a mínimos históricos disparando los costos en todas las áreas de la economía.
Preocupados por la acumulación de cuellos de botella, los empresarios llevan años reclamando ambiciosas reformas como un nuevo código tributario, la reducción de la burocracia y otras medidas para facilitar el crecimiento.
Pero Rousseff, una economista que hizo carrera en el sector público, optó en cambio por una aproximación gradual porque ella y sus ministros creían que Brasil iba bien.
En una breve entrevista antes de su elección en el 2010, Rousseff fustigó amablemente a un periodista de Reuters por preguntar si hacían falta grandes reformas, respondiendo que aún sin ellas era "posible" que Brasil creciera a un ritmo del 7% anual.
Fernando Pimentel, un viejo aliado de Rousseff y ministro de Comercio e Industria, dijo en esa misma época que Brasil estaba "en una etapa de tremendo crecimiento". Eso significa que su gobierno podría "encender el piloto automático" en algunas áreas de la política económica, dijo.
Hoy nadie hace ese tipo de comentarios.
Los datos del Producto Interno Bruto divulgados este martes mostraron que Brasil escapó por los pelos a una suave recesión en la segunda mitad del 2011. "La economía brasileña fue golpeada en el primer año de Dilma", dijo el diario O Globo en su portada.
El crecimiento económico de Brasil en el 2011 es bueno comparado con el de Europa o Estados Unidos, pero palidece en comparación al de otras naciones de América Latina. Los países emergentes en general crecieron un 6,2% el año pasado, según proyecciones del Fondo Monetario Internacional.
Rousseff y su ministro de Hacienda, Guido Mantega, han culpado del frenazo brasileño a lo que describen como acciones predatorias de las naciones ricas. Decisiones como la del Banco Central Europeo de inyectar la semana pasada fondos de bajo costo en el sistema bancario inundaron de dinero barato a Brasil, donde las tasas de interés son mucho más altas que en el mundo desarrollado.
Ese dinero barato es la principal causa de los elevados costos de Brasil, dijo Rousseff, describiendo la tendencia como una "guerra cambiaria".
Hay pocas dudas de que los fuertes flujos de capital son en parte responsables por los problemas de Brasil. Pero otros mercados emergentes están siendo sometidos a las mismas presiones. Brasil terminó seguramente último entre el grupo BRICS de potencias emergentes, que incluye además a Rusia, India, China y Sudáfrica.
Algunos asesores de Rousseff dicen que la presidenta ve ahora la necesidad de reformas más ambiciosas. Pero explican que su relación con el Congreso, que se ha deteriorado desde que asumió el poder en enero del 2011, hacen en la práctica imposibles esos cambios.
Una larga lista de leyes relativamente simples está frenada en el Congreso desde el año pasado, incluyendo proyectos de ley para el sector minero y forestal. ¿La principal razón? Muchos de los legisladores están furiosos con Rousseff por haber recortado sus fondos discrecionales para controlar la inflación y están retrasando la aprobación de las leyes en protesta.
"El Congreso se acostumbró a hacer muy poco cuando la economía iba bien durante todos esos años", dijo un asesor de la presidenta la semana pasada. "Ella decidió evitarlos siempre que sea posible".
Como consecuencia, Rousseff seguiría apoyándose en acciones relativamente menores que exijan poco apoyo político. Un ejemplo fue la decisión el mes pasado de revisar un acuerdo de libre comercio de autos con México que está afectando a los fabricantes brasileños.
También podrían ayudar los agresivos recortes a las tasas de interés. El Banco Central redujo el miércoles en 75 puntos básicos, al 9,75 por ciento, su tasa referencial, acelerando los recortes para ayudar a la economía.
Y no todo son malas noticias. Los datos del PIB de esta semana muestran que el gasto de los consumidores se recuperó en el 2011. El desempleo sigue cercano a mínimos históricos y muchos brasileños parecen ignorar la desaceleración confiados en un crecimiento que ha sacado a más de 20 millones de personas de la pobreza en la última década.
El FMI dijo en enero que la economía de Brasil crecería apenas un 3% este año, por debajo del promedio de 3,6% para América Latina y del 5,4% en las naciones emergentes y en desarrollo como un todo.
Mantega repitió el martes tras la publicación de los decepcionantes datos del PIB, que aún espera que Brasil crezca un 4,5% en el 2012. Pero ese es el mismo ritmo de crecimiento que pronosticaba para el 2011, hasta septiembre del año pasado.