El crecimiento de la demanda doméstica, el aumento de los costos de las empresas locales y el alza de los precios internacionales, convirtieron la meta oficial de inflación en un objetivo prácticamente inalcanzable.
La inflación volvió a ser la principal preocupación de las autoridades económicas. En el terreno de los grandes números, no hay variable que escape más al control del gobierno que el alza de los precios.
El crecimiento de la demanda doméstica, el aumento de los costos de las empresas locales y el alza de los precios internacionales, convirtieron la meta oficial de inflación en un objetivo prácticamente inalcanzable.
Ningún analista en su sano juicio proyecta una inflación dentro del rango meta en los próximos 12 meses. Los aumentos de salarios acordados en la última ronda de negociación colectiva adelantan un crecimiento del poder de compra de entre 3,5% y 4% para este año, que asegura un piso ya de por sí elevado para las presiones internas sobre el nivel de precios.
Pero también es cierto que ninguno de los expertos espera que la inflación se ubique por encima de 10%, que es el límite de consenso entre los expertos a partir del cual el nivel de precios podría entrar en un peligroso espiral ascendente.
Entonces, más de uno podría preguntarse, ¿cuál es el problema de mantener una inflación que si bien está por encima de una meta oficial “arbitraria”, se mantiene en niveles dentro de los cuales se puede controlar? ¿Tan bien estamos que no hay otras prioridades?
La respuesta pasa por la incertidumbre externa. Durante la última reunión del Comité de Política Monetaria (Copom), las autoridades hicieron explícitos los motivos de su preocupación.
En un contexto como el actual, un alza de precios del orden de 8% no es un gran inconveniente. Sin embargo, ante un agravamiento de la situación internacional, la inflación actual reduce casi a cero el margen de acción de las autoridades.
Ante un shock externo, como el que podría ocurrir si se agrava la crisis europea, el tipo de cambio puede aumentar de forma significativa, lo que generaría un empuje adicional sobre el nivel de precios.
Al mismo tiempo, si Uruguay ve amenazado su crecimiento económico, el gobierno va a querer estimular la economía inyectando liquidez, facilitando el crédito e incentivando el consumo y la inversión. Pero con el crecimiento actual de los precios, sería aventurado seguir echando leña al fuego.
La preocupación por el avance de los precios no está en el presente sino en el futuro. Al igual que en otras áreas, como en las cuentas públicas, los planes de financiamiento y el mercado cambiario, las autoridades deberán ganar grados de libertad para que, ante un eventual agravamiento de la coyuntura mundial, el sector público pueda reaccionar como es debido y minimizar el impacto de un shock externo sobre la economía uruguaya. Ese es hoy el principal desafío.