Tras años de intentos cada vez más desesperados para impulsar el crecimiento, existe el temor entre sus autoridades de que la política monetaria se haya quedado sin municiones efectivas y de que los futuros estímulos puedan incluso ser dañinos.
Frácfort. El fracaso ampliamente esperado de los líderes del grupo G-20 para acordar nuevas medidas que fortalezcan la economía mundial en una reunión en Shanghái el fin de semana ha devuelto la responsabilidad a los bancos centrales.
Pero tras años de intentos cada vez más desesperados para impulsar el crecimiento, existe el temor entre sus autoridades de que la política monetaria se haya quedado sin municiones efectivas y de que los futuros estímulos puedan incluso ser dañinos.
"La política monetaria es extremadamente expansiva, hasta el punto de que incluso podría ser contraproducente en términos de los efectos secundarios negativos para los bancos, las decisiones y el crecimiento", dijo el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, en la reunión del G-20.
"Las decisiones fiscales y monetarias han alcanzado sus límites (...) Si queremos que la economía real crezca, no hay atajos que eviten las reformas", añadió.
El G-20 reconoció que la política monetaria por sí sola no es suficiente para combatir los crecientes riesgos globales, pero los líderes no lograron esbozar nuevas medidas concretas, ofreciendo sólo promesas vagas y generales.
Frente a un nuevo paradigma de bajo crecimiento y el legado de la crisis, los bancos centrales han mantenido las tasas de interés cerca e incluso por debajo de cero durante años, esperando en vano a que los gobiernos realicen reformas en lugar de señalar a la política monetaria.
Atravesando territorio desconocido, los bancos centrales más pequeños como el suizo, sueco o danés incluso rebajaron los tasas a terreno negativo, elevando las perspectivas de que la política monetaria aún tenga algún margen. El Banco de Japón y el Banco Central Europeo (BCE) siguieron sus pasos, pero los resultados han sido dispares y con efectos secundarios.
"Algunas cosas pueden ser técnicamente posibles, pero es algo diferente a que sean realizables", dijo el miembro del banco japonés Takahide Kiuchi. "La realidad en Japón es que cada vez es más difícil dar pasos en los que los méritos compensen los costos", dijo Kiuchi, sugiriendo que la entidad podría haber agotado sus opciones cuando redujo su tasa referencial por debajo de cero el mes pasado.
Aunque el recorte puso la rentabilidad de los bonos a territorio negativo, no logró apuntalar las bolsas ni detener la poco bienvenida apreciación del yen, lo que implica que la decisión no logró sus objetivos.
En un mundo de políticas monetarias poco convencionales impera la ley de rendimientos decrecientes, de modo que cada nueva medida rinde menos y conlleva un mayor riesgo.
Las tasas bajas y las compras de deuda de los bancos centrales, una parte clave de la política monetaria no convencional, alimentan las burbujas de precios de los activos, particularmente los inmobiliarios, y mantienen en funcionamiento empresas "zombi" al permitirles acceso al crédito barato, reduciendo lentamente la competitividad.
Los tasas reducidas también minan los beneficios bancarios, eventualmente reduciendo la capacidad de crédito de las entidades, a la vez que las medidas no convencionales impactan en los mercados reduciendo la liquidez y el acceso a los mismos.
Mientras China, Japón, el BCE y Suiza buscan un tipo de cambio más débil, los bancos afrontan el riesgo de una guerra abierta de divisas, perdiendo su capacidad de impulsar los precios y competitividad mediante la devaluación.
"Los bancos centrales deberían repensar su estrategia", dijo Michael Heise, economista jefe de Allianz, aseguradora y uno de los mayores inversores del mundo. "El poder de los bancos centrales es limitado. Hemos confiado de más en los bancos centrales para arreglar el problema, pero no está bajo su control", dijo.