Turquía es un país visagra entre Europa y Asia, con una importancia geopolítica elemental por su relevancia para el comercio por el estrecho del Bósforo.
No, la intentona golpista en Turquía se quedó en un mero susto, pero eso no quiere decir que haya terminado la historia. Las noticias se sucedieron a última hora del viernes 15 de julio en Europa, cuando en América los mercados estaban a punto de cerrar. Pero eso no evitó que salieran incólumes. Tras el cierre, todavía los inversionistas pueden operar en lo que se conoce como el mercado “After Hours”, y en esa última hora de negociación se hicieron muy visibles los impactos sobre los mercados.
Se notó, sobre todo, en la lira turca. Desde que las noticias empezaron a recorrer los cables noticiosos hasta el cierre del “After Hours”, la divisa se hundió más de un 4 por ciento. Respecto al cierre del día previo, el desplome fue de un 4.8%, la peor jornada para la lira turca en un día desde la crisis de 2008. También se resintieron, en esa última hora, las divisas emergentes como el rand sudafricano (-2.4%) y el peso mexicano (-1.4%). El fondo negociable (ETF) de la bolsa turca, el iShares MSCI de Turquía, se hundió 2.5%, en tanto el S&P 500, que cerró el viernes prácticamente plano, cedía en el “After Hours” un 0.5%.
El mercado petrolero recibió también un notable impacto. En la bolsa de futuros de Londres, el barril de Brent, más sensible a los acontecimientos de Turquía, cerró la jornada en 47.61. Una hora después, luego de los movimientos en el “After Hours”, se elevaba hasta los 48.25 dólares, o un 1.3% adicional. En Nueva York, en el Nymex, el WTI pasaba de 45.95 dólares a 46.28.
En contraste, los capitales buscaron resguardo en los tradicionales activos refugio. La tasa del bono de 10 años de Estados Unidos, que antes de conocerse las noticias del golpe de Turquía, se situaba en 1.59%, descendió en la última hora a 1.55%. También subieron de manera notoria, en el “After Hours”, el oro y la plata, con un 0.7% cada uno, y el yen, que se fortaleció un 0.5% en la última hora, volviendo a ser la divisa que más avanzó ante una situación de incertidumbre.
Viendo lo acontecido en los mercados durante esa última hora de negociación “After Hours”, se podría conjeturar que si los militares hubieran triunfado en su intentona de golpe de Estado, la jornada del lunes habría resultado en una sesión de fuerte aversión al riesgo.
Normalidad, aún lejos. Ahora bien, tampoco hay que pensar que el fracaso del golpe de Estado regresa a los mercados a la normalidad. Turquía es una de las economías emergentes más potentes del mundo, una de las referencias fundamentales para los mercados globales. Pero además es un país visagra entre Europa y Asia, con una importancia geopolítica elemental por su relevancia para el comercio por el estrecho del Bósforo, sobre todo para los buques petroleros, y por su situación estratégica como miembro de la OTAN.
Su presidente, Recep Tayyip Erdogan, despierta poca simpatía entre los líderes occidentales. Fue nombrado primer ministro en el año 2003 al llegar al poder de la mano del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), fundado por él. Pese a que se define como un partido liberal conservador de tendencia europeísta, así como de carácter laico en respeto a uno de los principios fundacionales que instauró el padre de la actual Turquía, Mustafá Kemal Atatürk, la realidad es que desde el poder ha promovido políticas islamistas, atentando contra los valores laicos, y ha adquirido un marcado sesgo autoritario. Desde el 2014, que asumió el cargo de presidente, ha impulsado la transformación del sistema parlamentario turco a otro presidencialista con objeto de aumentar su poder.
Pero además, sus aliados occidentales cada vez están más incómodos con su política exterior. La hostilidad hacia el pueblo kurdo, su animadversión al régimen sirio de Bashar al-Asad y el consiguiente coqueteo con el Estado Islámico y otros grupos radicales que le pueden servir a sus intereses en su lucha contra los kurdos no es la mejor carta de presentación.
En consecuencia, la asonada militar puede enturbiar aún más las relaciones con Estados Unidos y Europa. Por varios motivos. Uno, porque el fallido intento de golpe de Estado ha sido aprovechado por Erdogan para dar un golpe de fuerza, hasta el punto de llegar a especularse que pudo ser él mismo quien urdió un autogolpe. La purga que ha desencadenado en el ejército y el sistema judicial turcos, vistos como los guardianes del laicismo de Atatürk, refuerza la deriva autoritaria e islamista de Erdogan, y difumina aún más la división de poderes. Dos, porque fue evidente la frialdad con la que respondieron sus aliados a las noticias golpistas, como si existiera cierto beneplácito. Y tres, porque encima Erdogan insinuó que la intentona tuvo su origen en Estados Unidos, en el clérigo musulmán Fetulá Gülen, un antiguo aliado de Erdogan ahora exiliado en Pensilvania, lo que ha tensado las relaciones bilaterales.
Incertidumbre. De modo que tras el nerviosismo del “After Hours” del viernes, no está claro que el fracaso del golpe vaya a traer de nuevo la tranquilidad a los mercados este lunes, y será crucial observar cómo se comporta la lira turca y la prima de riesgo del país. Y esto por dos aspectos: el energético y el de la seguridad mundial.
En lo que se refiere al petróleo, los estrechos de Turquía, que incluyen el Dardanelos y el Bósforo, es el paso obligado entre el mar Negro y el Mar Mediterráneo. Los últimos datos disponibles por la Administración de Información de Energía de Estados Unidos (EIA por sus siglas en inglés) señalan que en el 2013, 2.9 millones de barriles al día pasaron por esos puntos. Pero no sólo es el Bósforo: además está el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, el segundo más largo del mundo, que lleva crudo desde el mar Caspio al Mediterráneo a través de Azerbayán, Georgia y Turquía, con una capacidad de 1.0 millones de barriles al día; o el que conduce petróleo de la región kurda de Irán a los puertos mediterráneos de Turquía con una capacidad de 600,000 barriles al día. Lo normal es que el tráfico de crudo, una vez controlado el golpe, no se vea afectado y las tensiones de última hora del viernes se vean aplacadas.
Por el lado de la seguridad mundial, Turquía es un aliado fundamental de la OTAN. Ingresó a la organización en 1952, tres años después de su fundación. Su importancia radica tanto en tres aspectos: su situación estratégica, a las puertas de Oriente Medio; el tamaño de su fuerza, la segunda más numerosa de la organización después de la estadunidense; y su participación en el programa de compartición nuclear de la OTAN, por lo que si bien no tiene armas nucleares de fabricación propia, sí podría hacer uso de ellas en caso de que lo requiera la alianza, y dispone de 90 en la base aérea de Incirlik, desde donde la coalición que lidera Estados Unidos bombardea al Estado Islámico. Finalmente, Turquía está jugando un papel fundamental en el control de inmigrantes sirios a las islas griegas y al resto de la Unión Europea.
Por eso es fundamental para los mercados internacionales, para la lira turca y las divisas emergentes, que Turquía permanezca como un país que mira a occidente, cercano a Europa, laico y de respeto a la libertad y a la democracia. Lo malo es que este fin de semana, en las bellas plazas y puentes de Estambul, los lemas más escuchados eran los de Dios y Erdogan.