Sequías, inundaciones, temporales, heladas, granizo, no sólo impactan en lo previsible, sino que sus consecuencias económicas se extienden a toda la sociedad: menos recaudación impositiva, menos empleo directo, menos ingreso de divisas.
Los fenómenos climáticos extremos que sufrió el país desde 1999 significaron la pérdida de al menos US$1.537,5 millones, casi lo que Uruguay ganó por turismo en 2011. Solo la sequía de 2008-2009, peor que las secas históricas, se llevó casi US$900 millones. Las cifras revelan que el país, y en especial el campo, es vulnerable frente a eventos que, cambio climático mediante, serán cada vez más frecuentes y más devastadores.
Sequías, inundaciones, temporales, heladas, granizo, no sólo impactan en lo previsible, sino que sus consecuencias económicas se extienden a toda la sociedad: menos recaudación impositiva, menos empleo directo, menos ingreso de divisas. Y para un país que goza del producto sol y playa, la variabilidad climática irá acorralando los recursos naturales. La erosión de los suelos y las playas y la afectación negativa de la biodiversidad puede herir de muerte al turismo.
Pero todo saldrá más caro a futuro. El informe “La economía del cambio climático en Uruguay”, realizado por Cepal en 2010, concluye que el cambio climático supondrá para Uruguay un costo del 10% del Producto Interno Bruto (PIB, calculado a la cifra de 2008) hacia el año 2050: US$3.700 millones. Este costo podría elevarse a casi US$20.000 millones si se piensa en un panorama muy adverso.
En 10 a 30 años Uruguay recibirá impactos significativos por una naturaleza caprichosa: más lluvias en primavera y verano, heladas más cortas y menos severas, y variabilidad interanual más extrema (años de sequías seguidos de inundaciones). Según los expertos, esto es a corto plazo. Tan corto que se vivió esta semana.
Eventos similares e incluso más fuertes que el ciclón extratropical del miércoles son “esperables con mayor frecuencia”, afirmó Mario Caffera, exencargado de la licenciatura de Meteorología en la Facultad de Ciencias. “Con el calentamiento global, estos ciclones son una ventilación de la superficie terrestre. La tendencia es que pasen más seguido”, agregó. ¿Cuánto? No se sabe. Solo son esperables. Por Paysandú ya pasan varios durante el invierno pero de menor virulencia.
En materia de temperatura, el cambio climático sufrido por Uruguay incidirá en que las temperaturas mínimas sean más altas durante todo el año y las temperaturas máximas sean menores en primavera y en verano por acción de las lluvias.
Estudios científicos indican que se espera un aumento promedio de 1,5 ºC, entre 5% y 20% más de precipitaciones y unos 12 centímetros de mar para los próximos 40 años. Asimismo, soplarán cada vez más los vientos del sureste (sudestada) y cada vez menos los vientos del suroeste (pampero).
El temporal del 23 de agosto de 2005, otro ciclón extratropical pero con vientos de hasta 200 km/h, es principalmente recordado por las 10 víctimas fatales y por la psicosis que generó en la población. Las pérdidas económicas fueron calculadas por las aseguradoras en US$11,5 millones. La caída de 4.000 árboles en Montevideo y el costo de las horas-hombre para las reparaciones implicaron un gasto de US$2 millones.
Las lluvias y vientos de 2005 duraron seis horas. Sus consecuencias hubiesen sido más devastadoras si las peores ráfagas hubieran soplado durante el día. En comparación, el último ciclón duró menos y arrancó 401 árboles. El Comité de Emergencia de Montevideo no tiene previsto, por el momento, realizar el cálculo económico. “Ahora estamos abocados a la operación de restitución”, dijo Daniel Soria, coordinador del Comité de Emergencia de Montevideo, quien aseguró que es “mucho menor” que el de 2005.
Pero, a la vez que son esperables más ciclones, también lo son sus consecuencias. Según Caffera, hoy “tenemos mayor vulnerabilidad” frente a los mismos vientos. “Los árboles son más viejos y hay más corredores de edificios altos, los que aumentan el viento entre ellos. La estancia ya no es aquella cimarrona, hay mucha inversión sobre el terreno, por lo que las pérdidas van a ser mayores y, además, hay una tendencia a ser menos conservadores en la construcción, ahora hay más construcciones de madera”, explicó. En síntesis, “no estamos preparados”.
Los efectos sobre el agro. Fuera de la ciudad, un temporal violento puede acabar con una producción agrícola. También puede ocasionar daños en la infraestructura de los predios. El ingeniero agrónomo Walter Oyanthçabal, director de la Unidad de Proyectos Agropecuarios de Cambio Climático del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) explicó que los temporales de fin de invierno, como el de este miércoles, pueden causar mortandades excepcionales de corderos recién nacidos.
Con todo, las inundaciones de 2007, las peores desde 1959, con 14 mil evacuados, tuvieron un costo de US$21 millones, casi el 3% del PIB de los tres departamentos afectados. En eventos anteriores se relevaron costos que oscilaron entre 1 millón y 3 millones.
Sequía. Uruguay ha visto convertirse praderas en yermos en los últimos años. La sequía es uno de los riesgos climáticos que afectan con mayor intensidad el desempeño de la actividad agropecuaria y, consecuentemente, de la actividad agroindustrial y servicios vinculados.
Desde el punto de vista técnico, las sequías son cíclicas (separadas por 10 años) pero los déficits hídricos de 2004-2005, 2005-2006 y 2011-2012 han acortado la distancia y maximizado las secuelas. Por la de 1999-2000 el país perdió US$191 millones. Y por la 2008/2009 la Asociación Rural del Uruguay (ARU) cuantificó un agujero de US$868,7 millones. El 11% de estos correspondió a la agricultura, 3% a la citricultura, 11% a la lechería y 75% a la producción de carne.
“Los sistemas productivos se tienen que preparar para sufrir estrés cada vez más intensos y más frecuentes [debido a que] estamos en un país donde la variabilidad climática es muy importante”, declaró Oyanthçabal.
La Oficina de Programación y Política Agropecuaria estimó que una eventual sequía prolongada provocaría pérdidas al país por más de US$1.000 millones, por el efecto que ocasionaría en el sector ganadero, que registraría perjuicios por un valor de US$342 millones. En materia de empleo, se perderían más de 8.000 puestos de trabajo.
La oficina del MGAP explica en un informe que las pérdidas ganaderas tienen un efecto multiplicador superior al que puede representar una caída de un ingreso similar en otros sectores de actividad económica, dada la fuerte interdependencia de la ganadería con la agroindustria y los servicios.
En ganadería las pérdidas serían de US$250 millones por concepto de valor final de vacas y novillos no faenados; US$13 millones por aumento de la mortandad; US$59 millones por praderas artificiales permanentes; y US$20 millones asociados a pérdidas de mejoras forrajeras.
Un régimen de heladas más cortas y menos severas es, a priori, positivo. Sin embargo, todavía no se han visto los beneficios. En agosto, el MGAP declaró el estado de emergencia agropecuaria en el litoral oeste por los daños registrados en la citricultura por una helada que cayó con temperaturas a nivel del suelo de -11 ºC. La pérdida de frutas ascendió a 36% de las 300 mil toneladas que estaba previsto cosechar. Solo por fruta inutilizada, el sector perdió US$35 millones, más US$10 millones de pérdida de masa salarial. El fenómeno causó también gran mortandad de plantas, lo que incidirá en las próximas cosechas.
Turismo y cambio climático. Los veraneantes ocupan cada centímetro de costa uruguaya sin advertir que la arena desaparece debajo de sus pies. Más temperatura, más precipitaciones (sobre todo entre octubre y febrero) y menos playas definen el futuro escenario climático de Uruguay. ¿Qué será del sector que hoy le disputa el privilegio al sector cárnico de ser la principal fuente de divisas del país?
El aumento de la temperatura favorecería el ingreso de turistas, pero sería contrarrestado por mayores precipitaciones estivales. Según el estudio de la Cepal, el panorama es ventajoso en las próximas décadas, pero luego se torna negativo por los efectos de la suba del nivel medio del mar.
El aumento del nivel del mar y de la erosión costera son efectos del cambio climático que ya han impactado. Cada año se esfuman hasta cuatro metros de playa en Neptunia, alrededor de 1 metro entre el balneario Solís y Playa Hermosa y 50 centímetros en Colonia.
El resultado es que las playas quedan inutilizables para los bañistas. Esto determinaría la pérdida de US$ 61 millones anuales en el escenario de mayor afectación.
Para contrarrestar el cambio climático, los expertos coinciden en que se debe diseñar y ejecutar un plan específico para al menos atenuar las posibles sequías e inundaciones, entre otros eventos extremos.
“La clave está en reducir la vulnerabilidad y en hacer nuestros sistemas productivos más resilientes”, apuntó Oyanthçabal. Instrumentos imprescindibles son el mejoramiento genético de plantas para resistencia al estrés hídrico, más reservorios de agua (en tajamares o represas) para la distribución en bebederos o para riego, reserva de forraje en pie, más reserva en fardos o silos, y no dejar el suelo desnudo, ya que las lluvias intensas tienen un alto poder corrosivo. Los productores también deben acceder a seguros para estos fenómenos. En cuestión de energía, más énfasis a las energías renovables y, entre casa, mejorar el aislamiento térmico. A medida que el cambio climático mete la cola, al país le queda solo una salida: los sistemas productivos deben adaptarse o morir en el intento.