Las reuniones regulares de Rousseff son sólo una señal de cómo la presidenta está llevando a Brasil hacia una postura más confrontacional con el gigante asiático.
Brasilia. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, se ha reunido al menos una vez a la semana durante su joven presidencia con asesores de confianza para tratar de resolver un problema inextricable: China.
Hace apenas unos meses, Brasil y China parecían destinados a disfrutar de una de las alianzas más estratégicas de comienzos del siglo XXI, dos economías de mercados emergentes buscando mayores oportunidades y figurando lado a lado en temas globales clave, como negociaciones comerciales.
Pero no está funcionando mucho de ese modo.
Las reuniones regulares de Rousseff son sólo una señal de cómo la presidenta está llevando a Brasil hacia una postura más confrontacional con China.
Rousseff está tratando de lidiar con lo que ve como una relación cada vez más desequilibrada, pero al mismo tiempo busca alinear las alianzas estratégicas de Brasil con su sueño de convertirlo en un país de clase media a fines de la década.
El problema central es un torrente de importaciones chinas que se han quintuplicado en tamaño desde el 2005, con efectos desastrosos para los fabricantes brasileños y los empleos especializados y bien pagados que Rousseff está tan concentrada en crear.
Pese a que las sesiones semanales de ministros y funcionarios del Ministerio de Hacienda tratan mayormente respecto a cómo mejorar la competitividad de Brasil en el comercio global, "es básicamente una reunión sobre China", dijo un funcionario de alto nivel que participa en las reuniones.
"Las relaciones entre los dos países no son hostiles, pero vamos a tomar medidas para protegernos (...) y presionar por una relación más igualitaria", sostuvo.
En el corto plazo, altas fuentes del gobierno afirman que eso significará más aranceles selectivos en bienes manufacturados de China y una supervisión más estricta por parte de personal de aduanas, así como también más reclamos de competencia desleal contra Pekín.
También es probable que se apliquen nuevas restricciones a compañías mineras extranjeras, dijeron funcionarios, reflejando temores de que China quiera consolidar su tenencia de materias primas brasileñas, al mismo tiempo que ofrece un acceso insuficiente a su propio mercado.
En un alejamiento de la política de su predecesor, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, Rousseff presionará por un yuan más fuerte y un mayor acceso al mercado chino para las compañías brasileñas, como la fabricante de aeronaves Embraer, cuando ella visite al gigante asiático en abril.
En el largo plazo, es probable que Brasil y China mantengan vínculos relativamente tibios y continúen expandiendo el comercio bilateral.
Sin embargo, el cambio que está evolucionando desde que Rousseff comenzó su mandato el 1 de enero podría afectar todo, desde la relación de Brasil con Estados Unidos al futuro de los llamados vínculos "sur-sur" entre países con economías emergentes.
"Es sorprendente que la relación esté cambiando tan rápido", dijo Mauricio Cárdenas, director del programa de Latinoamérica en Brookings Institution, una consultoría en Washington D.C.
"Brasil está buscando claramente mayores cambios (...) Eso podría tener consecuencias para toda Latinoamérica en la medida en que muchos otros países que estén teniendo los mismos problemas (con China) sigan el ejemplo de Brasil", afirmó Cárdenas.
Brasil ingenuo en relación con China. Redefinir una relación con China es más fácil de decir que de hacer.
Mientras Estados Unidos ha luchado por equilibrar sus exigencias de un yuan más fuerte con su deseo de importaciones chinas baratas y financiamiento, Brasil también debe desenredar una madeja de dependencia que ha crecido rápidamente en la última década.
El comercio bilateral saltó desde sólo US$2.000 millones en el 2000 a US$56.200 millones en el 2009.
China ha superado a Estados Unidos como el principal socio comercial de Brasil y fue la principal fuente de inversión extranjera directa el año pasado, de cerca de US$17.000 millones.
El robusto crecimiento del comercio ayudó a la economía de Brasil a expandirse el año pasado a su mayor ritmo en dos décadas. Eso también significa que cualquier esfuerzo por parte de Rousseff para aprobar nuevas medidas proteccionistas podría ser inútil, dijo Qiu Xiaoqi, embajador de China en Brasil.
"El comercio entre China y Brasil creció muy rápidamente debido a una necesidad recíproca. Cuando esa necesidad existe, nadie puede interferir", dijo Qiu a Reuters en una rara entrevista.
Qiu, quien se enorgullece de su conocimiento de la cultura brasileña e insistió en realizar la entrevista en portugués, atribuyó la postura anti-China a "una minoría" de funcionarios del equipo de Rousseff.
También observó que Brasil tuvo un importante superávit comercial con China el año pasado, cerca de US$5.000 millones.
Sin embargo, un examen más pausado muestra que se habría tratado de un déficit que de no haber sido por un aumento extraordinario en el precio del mineral de hierro, responsable de un 40 por ciento de las exportaciones brasileñas hacia China.
"Brasil ha sido ingenuo en su manejo de la relación con China en años recientes. Es mucho más desigual de lo que mucha gente cree", dijo Fernando Henrique Cardoso, líder de un partido opositor y ex presidente de Brasil (1995-2003).