La decisión, anunciada el 9 de enero del 2000 por el presidente Jamil Mahuad, divide hasta hoy a impulsores y detractores del esquema.
El sistema dio estabilidad a la economía y a las finanzas familiares, consideran los especialistas, pero durante este tiempo estuvo apuntalada por factores externos. Hoy, por primera vez, enfrenta un entorno adverso con la apreciación del dólar.
A algunos les queda la nostalgia y guardan en sus negocios o casas los billetes de 5, 20, 500 o 1.000 sucres bajo planchas de vidrio. En otros, permanece aún el sabor amargo de las deudas multiplicadas y los ahorros pulverizados, y solo piensan en atesorar dólares. Y, en toda una nueva generación, lo único que hay es una mención histórica de una moneda con la que no crecieron. La dolarización como sistema monetario del Ecuador cumple 15 años, administrada por cuatro gobiernos y ocho en manos del actual, de Rafael Correa, opuesto al sistema, pero dispuesto a mantenerlo porque salir –ha dicho– sería “desastroso”.
La decisión, anunciada el 9 de enero del 2000 por el presidente Jamil Mahuad, divide hasta hoy a impulsores y detractores del esquema: quienes consideran que era el mejor camino ante la crisis, y los que creen que nunca debió haberse adoptado porque significó perder la moneda y la capacidad de reaccionar a una crisis. En lo que ambos lados coinciden es que este 2015 tendrá su prueba de fuego, con la caída de los precios del petróleo y la apreciación del dólar en el mercado mundial.
La dolarización, implementada por Gustavo Noboa tras la caída de Mahuad, se dio como una respuesta a una depreciación incontrolable del sucre y a la espiral inflacionaria que estaba causando, explica el analista económico Walter Spurrier. Entonces, los precios subían de un día a otro y los proveedores, recuerda María Lorena Adum, subgerente de Ventas de importadora Confaida, en la Bahía, exigían dólares y los productos se comercializaban en medio de un tipo de cambio variable.
Para Alberto Acosta, exministro de Energía de este régimen y detractor del sistema, en el país no ha habido nunca hiperinflación, como se dijo entonces, y aunque hubo propuestas concretas ante la crisis, se impuso la dolarización aprovechando una suerte de “entontecimiento generalizado de la sociedad” y la “incapacidad” del gobierno.
Ecuador dolarizó con un tipo de cambio de 1 dólar: 25.000 sucres, una conversión cuestionada y que fue producto de la igualdad contable, según Miguel Dávila, exgerente del Banco Central del Ecuador (BCE) y quien ejecutó el plan encomendado al entonces superintendente de Bancos, Jorge Guzmán. Explica que los activos líquidos del BCE, que formaban parte de la Reserva Monetaria Internacional, se dividieron para el total de pasivos que se podían presentar al canje. Por ejemplo, las monedas y billetes, los depósitos de los bancos en el BCE. “... No había suficientes activos líquidos para disminuir el tipo de cambio”, asegura. Los dólares empezaron a llegar físicamente de EE.UU. en avión.
Quince años después, coinciden él y Spurrier, el sistema ha tenido efectos más positivos que negativos, a nivel macro e individual. La clase media, por ejemplo, ha podido planificar y adquirir deudas –que alcanza a pagar– para una vivienda o un auto. En el caso de vivienda, el nivel de morosidad en el sistema financiero bajó del 8% en el 2002 a 2% en el 2013, según la Superintendencia de Bancos.
Ramón Barros, de 54 años y vendedor de aparatos electrónicos, afirma que el sucre previo a la crisis alcanzaba para comer o vestirse mejor que ahora, pero asegura que el dólar ha permitido endeudarse a largo plazo.
Mauricio Dávalos, exgerente del BCE y exministro Coordinador de la Producción de este régimen, considera que la economía real y la moneda deben ir juntas, por eso la dolarización no es recomendable. Sin embargo, reconoce que ha estabilizado la economía y las finanzas a pesar de los altibajos políticos. Su primer efecto fue la reducción de la inflación a un dígito. Hoy oscila entre el 3% y el 4%.
Sin embargo, es una cifra considerada alta en comparación con el crecimiento económico. “Si el país estuviera creciendo 6% o 7% anual, lo que implicaría que la economía está ganando en productividad, entonces se justificaría mayor inflación, pero no es el caso”, dice Spurrier.
Para Acosta, esa ‘aparente estabilidad cambiaria’ ha creado una burbuja de confianza sobre todo en los consumidores. “Esta es la principal ventaja y a la vez una amenaza, en tanto esta situación ha alentado el consumismo, cubierto en forma creciente por importaciones, sin que el gobierno haya logrado impulsar la producción nacional y menos aún transformar la matriz productiva”.
Dávalos refiere que hoy el país es más dependiente de las importaciones que en el 2000. En el 2006 el Ecuador tenía un componente importado del 29% del PIB; en el 2013, del 34%.