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Enjaulados
Viernes, Abril 5, 2013 - 11:43

Disímiles y apasionantes como son las economías de Brasil, Chile, Argentina, Perú, México y Colombia, una sospecha comienza a tomar cuerpo: una trampa invisible las amarra a todas.

El puesto que vende frutas y verduras está ubicado sobre la carretera, poco antes de la entrada a Las Brisas, una urbanización de lujo sobre la costa del océano Pacífico, en la zona central de Chile. Es amplio, limpio, ordenado, elegante en su simplicidad. Detrás de él, árboles de aguacate enanos se acurrucan con su fruto sabroso. Lo atiende un hombre delgado que sorprende cuando, al preguntarle por una flor solitaria dentro de un cubo plástico, responde: “Es un lilium. Antes los exportábamos a Miami, pero ahora no. Los fletes aéreos aumentaron mucho y el dólar bajó mucho. No podíamos competir”.

Aun así, las cosas no le van mal. Ni a él ni a esa región. La ruta que va de Matanzas, balneario internacional de surfers, al puerto exportador de San Antonio es de buena calidad. Sólo se ven autos nuevos. El desvío cercano a Santiago, la capital, reluce puntuado de locales similares, especializados en mieles y frutillas. Su aspecto y oferta son rebeldes a la postal folklórica del pequeño productor que vive los malabarismos de la pobreza. Hay risas, packaging cuidado y nadie dejará de cenar esa noche si el comprador elige a la competencia.

Es la carnadura que toma un número simbólico: los US$ 20.000 de ingreso per cápita que el país sudamericano alcanzará este 2013. Se trata de una cifra en paridad de poder de compra (PPP en inglés), a la cual se le otorga el valor de umbral de acceso al club de las naciones desarrolladas. Si bien ayuda el descubrimiento, gracias al último censo, de que los chilenos son 900.000 personas menos que lo que se esperaba (sólo 16,5 millones)  –y por lo tanto a cada uno le toca más de lo que el país produce–, también lo es que la riqueza chilena es tan real como su tercera exportación más importante: el oro (US$ 1.634 millones en 2012); ya no tan novedosa como la segunda, el salmón (US$ 1.985 millones en 2012) y tan sólida como la primera, el cobre (US$ 42.723 millones en 2012).

Pero una cosa es coronar la economía chilena con laureles rojizos, y otra que estos productos son los barrotes de una jaula. Una jaula lo suficientemente cómoda para hacer olvidar a los chilenos que están presos. Y no sólo ellos, sino todo el resto de los latinoamericanos. Cada uno en una pajarera de forma y comodidad distintas, pero todos volando bajo un techo transparente y terco para subir. Es lo que propone la tesis de la Trampa de los Ingresos Medios.

NEURONA EXPORTABLE

Se trata de una constatación histórica. Muchos países que transitan un crecimiento sostenido de más de un lustro, con altos niveles de inversión, bajan bruscamente su velocidad de expansión y pasan del trote a una caminata cansina. Algo que puede durar no pocos años, antes que tomen resuello suficiente para volver a la carrera. Naciones tan distintas como Argentina, Brasil, México lo han vivido. Cuando ocurre más de una vez el país se descubre “atrapado” en un PIB que no puede incrementar.

En enero de este año, los economistas Barry Eichegreen –profesor de Economía en Berkeley–,  Donghyun Park y Kwanho Shin, publicaron un trabajo en el cual aseveran que estos frenazos suelen ocurrir mayormente en naciones que poseen ingresos per cápita de cerca de US$ 11.000 y US$ 15.000-16.000. “Los frenazos son más probables en las economías  con tasas de inversión elevadas, que pueden traducirse a futuro en bajos rendimientos del capital y tipos de cambio reales subvaluados, que proporcionan un desincentivo para subir la escala tecnológica”, dice Eichengreen.

Pero no es una regla fija o efecto de magia numérica. Las desaceleraciones han ocurrido en US$ 19.415 (Bélgica, 1976), US$ 20.409 (Australia, 1969), US$ 21.830 (Holanda, 1974), US$ 26.713 (España, 2001) y a cifras tan altas como US$ 74.229 (Emiratos Árabes, 1980).

La moraleja es que arribar a los US$ 20.000 o 30.000 de ingreso no asegura estar en el mundo desarrollado, simplemente porque los avances que se logran pueden ser sólo cierres de brechas, vía catch ups de productividad en sectores primarios: no se crean nuevos sectores industriales/productivos ni tampoco mejora dramáticamente el capital humano disponible. Es la visión de Enrique Dentice, coordinador del Centro de Investigación y Medición Económica de la UNSAM (Universidad Nacional de San Martín), en Argentina: “De hecho, las economías latinoamericanas que más reformas han llevado adelante son aquellas que han ido a una primarización de sus producciones”, recalca. “En otros casos –agrega–, estas reformas se utilizaron sólo para aprovechar cadenas establecidas  y marcas”.

En general hay consenso en que la detención ocurre cuando la productividad total de una economía llega a su techo y no hay una vía clara para seguir avanzando. En no pocos casos esa economía, gracias al ingreso de inversores o reformas, estaba haciendo mucho más con lo mismo de siempre gracias a avances tecnológicos importados directamente. O aprovechaba la ampliación de una frontera física que alimentaba un boom productivo, gracias también a crédito disponible para explotarla. Es la situación del impacto en Brasil de los paquetes tecnológicos de semillas y la acción del BNDES en el Cerrado y en Rondônia.

“Sí, a Brasil le ha ido muy bien con algo que siempre despreció: la agroindustria”, dice en Buenos Aires Eduardo Fracchia,  director del Área Académica de Economía  en el Centro GESE de la IAE Business School. Gracias a ello, puntualiza, “Brasil está funcionando ahora con los dos pulmones, el agro y el de la manufactura. Aunque tal vez no le alcance”. Fracchia coincide en que Brasil y México son los países que uno tiende a pensar que tienen más base para enfrentar la senda del crecimiento constante, mientras que al resto la volatilidad de precios de las materias primas los puede afectar fuertemente. Pero  si de exportaciones sofisticadas se trata, la realidad regional es dura: “En general las manufacturas de uso industrial son de baja o mediana tecnología: faltan neuronas en la exportación”.

MACRO COJA

No es un secreto. Pero pronto podría resultar más letal de lo que creemos. A ojos de Eichengreen, países como los de la región,  si quieren mantener sus altas tasas de crecimiento actuales, tienen una misión crucial: “Ascender en la escala tecnológica en la producción de bienes tecnológicamente más sofisticados”, dice. No sólo porque se venden mejor y generan un tejido más denso de empresas, sino por algo en lo que no solemos pensar: en el mundo hay muchas naciones empujándonos a codazos desde abajo. Así, la migración a más tecnología debe hacerse, “en parte, con el fin de salir del camino de menor costo de los países en desarrollo que comienzan a penetrar en los mercados mundiales de productos de baja tecnología (usando plantas de maquila, ensamblaje y similares)”.

El economista estadounidense identifica el uso de una moneda devaluada como fuente parcial de esta dificultad. En Santiago de Chile, el economista Ricardo Ffrench-Davies discrepa. “No estamos haciendo las correcciones para avanzar sostenidamente en una situación de dependencia de ingresos externos que están sujetos a precios transitoriamente altos y con ingresos de capitales que huyen de EE.UU. y Europa”, dice. El resultado es la apreciación de las monedas de Perú, Brasil, Chile y Colombia, entre otros. “El quantitative easing nos llega a nosotros y nos hace daño”.

A juicio de Ffrench-Davies, los niveles de desalineamiento del cambio de cerca de 10% a 15% no ayudan a las empresas a esforzarse por ser más productivas: “Pretender aumentos de productividad del 10% a 15% es de una ingenuidad conmovedora”, dice. El efecto real es la salida del mercado de los pequeños exportadores. “América Latina es buena para hacer macro para la inflación, pero pésima para hacer macro para el desarrollo productivo”, remata.

A su juicio, el camino debería ser el tomado por Perú, “que se ha atrevido a intervenir la cuenta de capital usando encajes de hasta el 50%”.  En Lima, Hugo Perea, economista jefe, BBVA Research Perú, comparte el juicio. “El Banco Central se ha mostrado activo en tratar de acotar el ritmo de apreciación. No busca cambiar la tendencia, sino controlar factores transitorios, como el influjo de capitales”. Se trata de evitar un boom de crédito y consumo  insostenible. “Es dinero bien invertido”, asevera,  

Con un ingreso per cápita 2012 de US$ 11.000 (PPP), una tasa de inversión total que ronda el 28%, las expectativas de crecimiento son altas: 6% promedio para 2015-17. Perú literalmente vuela. “A Colombia la habíamos superado en 2012 o lo haremos este año”, afirma Perea.

MÁS DE LO MISMO

Justamente Colombia, nación caribeña y andina a la vez, también se tensa por la apreciación. “Según el índice de The Economist, estamos como el país con la segunda moneda más apreciada, después de Brasil”, explica –en Bogotá– Juan Mauricio Ramírez, subdirector del centro de estudios Fedesarrollo.  Eso después   que la tasa de inversión creciera durante 10 años seguidos. “Colombia ha aumentado su dependencia de la minería y el petróleo”, dice. “Cuando se observa la balanza comercial, tenemos un superávit de 30.000 millones en minería y un déficit de 30.000 millones en el sector industrial. Estamos frente a un fenómeno de enfermedad holandesa”.

Por el lado positivo, el gobierno redistribuyó el sistema de reparto territorial de las regalías mineras y creó una regla de ahorro fiscal del 25% de los ingresos tributarios y directos provenientes de Ecopetrol. Lanzó, además, un programa de mejoramiento de infraestructura que aumentó los kilómetros de carreteras de dos pistas 60 km (2006) a 1.200 km (2012). “No ha sido suficiente, pero es mejor que nada”, destaca Ramírez. Y, sin duda, es una mejora impresionante luego que, hace apenas 11 años, el país estuviese en la lista de los 10 Estados fracasados. “Tenemos acá la Visión 2032: superar los US$ 18.000 per cápita ese año y reducir la pobreza al 13%”.

Con  50% de sus habitantes bajo la línea de pobreza, México posee la ventaja, frente a Colombia, de ser más rico: US$ 15.300 por cabeza (2012, estimado). Pero también está atrapado. Es lo que afirma el reciente informe Futuro para todos, coordinado por Barry Eichgreen y Claudio Loser, antiguo economista jefe para América Latina del Banco Mundial, y Harinder Kohli. “México está en la trampa del ingreso medio”, dice. “Los países que han caído en dicha trampa tienen salarios que son muy altos como para permitirles ser globalmente competitivos en manufactura básica asociada con mano de obra barata”. Y tampoco disponen de “las capacidades tecnológicas, el capital humano y las instituciones necesarias para producir productos más sofisticados y competir con los países avanzados”. Así, “comparado con el resto del mundo, el país ha estado esencialmente en la misma posición relativa durante los últimos treinta años”.

¿En qué falla México? Eichgreen estima que nunca superamos la primera fase del acceso a la clase media mundial: importar tecnología. “Tomar el siguiente paso, que consiste en adaptar la tecnología importada a las condiciones propias y encarnarla en las exportaciones con alto contenido local, requiere de un conjunto de trabajadores altamente cualificados”. El problema es que no están.

LAS POLÍTICAS

En el DF mexicano, una voz se manifiesta en contra de una salida de la trampa centrada en la educación. “Creo que esta postura (poner la educación primero) es básicamente una tontería: es la necesidad de la industria o de la guerra la que produce la tecnología que produce el desarrollo”, dice Julio Boltvinik Kalinka, economista de la UNAM y de East Anglia, autor del libro Pobreza y distribución del ingreso en México.  Sugiere que el pensamiento convencional ve el problema patas arriba: “El factor que más pesa es la decisión económico-política. El rol educativo de las universidades depende de los proyectos económicos de un país”.

Si bien Corea del Sur y Taiwán pueden ser un ejemplo de ello, no hay que olvidar que su industrialización se forjó en regímenes autoritarios dentro de países pequeños. En el gigantesco Brasil, Embraer y Petrobras son ejemplo de una política sectorial de sofisticación exitosa, pero que no alcanza a arrastrar a toda la economía.  “En los últimos años fueron creadas varias leyes y fondos en Brasil  para financiar la innovación. Sin embargo, esas medidas no resultaron en el aumento de la actividad innovadora”, explica –en Rio de Janeiro– Fernando Augusto Adeodato Veloso, experto en economía aplicada de la Fundación Getúlio Vargas y secretario ejecutivo de la Sociedad Brasileña de Econometría. “Las razones no están claras, pero parecen estar asociadas a la complejidad y burocracia de la legislación, además de la baja demanda por parte de las empresas”. De hecho Brasil gastaba (2010) 1,6% de su PIB en I+D, cerca de US$ 25.450 millones (Chile gasta 0,42% y de un PIB bastante más pequeño). Para Veloso, la dificultad es transitar de un Estado híper activo a otro que  regule mercados y provea bienes públicos de calidad como la educación. Esto ayuda a entender por qué Brasil todavía no supera el nivel de ingreso promedio.

En Las Brisas, el vendedor de fruta no pierde la esperanza. “Ahora tenemos una vecina que plantó otra flor y la estamos ayudando a que pueda exportar”. A ver si el techo de la trampa deja espacio para que él pueda batir más sus alas.

Autores

Rodrigo Lara Serrano