El euro está descendiendo a mínimos históricos con respecto al franco suizo y los tipos de interés de los bonos italianos y españoles han alcanzado máximos nunca vistos. Este último episodio en la crisis de la Eurozona es producto de los temores de que el contagio se propague ahora a Italia. Con una economía de US$2 billones (1,4 billones de euros) y una deuda de US$2,45 billones (1,7 billones de euros), Italia es demasiado grande para hundirse, por lo que las autoridades europeas andan preocupadas.
Aunque tiene poco fundamento el temor de que los tipos de interés italianos podrían subir hasta poner en peligro su solvencia, los mercados financieros están actuando de forma irracional y agravando el miedo y las posibilidades de que se haga realidad esa profecía. El hecho de que las autoridades europeas no logren ni siquiera llegar a un acuerdo sobre cómo gestionar la deuda de Grecia, una economía cuyo tamaño es una sexta parte de la italiana, no inspira confianza sobre su capacidad de manejar una crisis mayor.
Las economías más débiles de la Eurozona, Grecia, Portugal, Irlanda y España, ya se enfrentan a la perspectiva de años de castigo económico, incluidas unas tasas extremadamente altas de desempleo (del 16%, el 12%, el 14% y el 21%, respectivamente). Puesto que el motivo de todo este sufrimiento autoinflingido es salvar al euro, convendría plantearse si merece la pena salvarlo. Y convendría plantear esta pregunta desde el punto de vista de la mayoría de los europeos que trabajan para vivir, es decir, desde un punto de vista progresista.
A veces se expone que la Unión Monetaria, que ahora incluye a 17 países, debe mantenerse por el bien del proyecto europeo. Esto incluye ideales tan loables como la solidaridad europea, la creación de estándares comunes de derechos humanos y de inclusión social, la vigilancia del nacionalismo de extrema derecha y, por supuesto, la integración económica y política que subyacen de dicho progreso. Pero aquí se confunden la Unión Monetaria o la Eurozona con la Unión Europea.
Dinamarca, Suecia y Reino Unido, por ejemplo, forman parte de la UE, pero no pertenecen a la Unión Monetaria. No hay ningún motivo por el que el proyecto europeo no pueda continuar ni por el que la UE no prospere sin el euro.
Y existen buenas razones para esperar que ocurra algo así. El problema es que la Unión Monetaria, a diferencia de la UE, es de modo inequívoco un proyecto de derechas. Si no ha estado claro desde sus inicios, debería estarlo ahora que las economías más débiles de la Eurozona son objeto de castigos antes reservados a los países de ingresos bajos y medios atrapados en las garras del Fondo Monetario Internacional (FMI) y sus gobernadores del G7. En lugar de intentar salir de la recesión mediante el estímulo fiscal y monetario, como hicieron la mayoría de gobiernos del mundo en 2009, a estos gobiernos se les obliga a hacer lo contrario, con un coste social inmenso.
A este daño se añaden insultos, tales como las privatizaciones en Grecia o la "reforma del mercado laboral" en España, los efectos regresivos de la medidas adoptadas en la distribución de los ingresos y la riqueza, y el debilitamiento y la merma del Estado del bienestar, mientras se rescata a los bancos a costa de los contribuyentes: todo esto expone la agenda claramente de derechas de las autoridades europeas, así como su intento de aprovechar la crisis para instaurar cambios políticos de tinte conservador.
El carácter derechista de la Unión Monetaria se institucionalizó desde el principio. Las normas que limitan la deuda pública al 60% del PIB y los déficits presupuestarios anuales al 3% del PIB, aunque en la práctica se infringen, son innecesariamente restrictivas en épocas de recesión y de tasas altas de desempleo. La orden del Banco Central Europeo de preocuparse únicamente por la inflación, sin hablar en absoluto del desempleo, es otro indicador alarmante. La Reserva Federal Estadounidense, por ejemplo, es una institución conservadora, pero por lo menos está estipulado por ley que se debe vigilar el empleo al igual que la inflación.
Y la Reserva Federal, a pesar de su incompetencia al no haber sido capaz de reconocer la burbuja inmobiliaria de US$8 billones (5,6 billones de euros) que hundió la economía estadounidense, ha demostrado ser flexible ante la recesión y la débil recuperación, creando más de US$2 billones (1,4 billones de euros) como parte de una política monetaria expansionista. Sin embargo, los extremistas que dirigen el Banco Central Europeo han estado aumentando los tipos de interés desde abril, a pesar del desempleo que llega a niveles de depresión en las economías más débiles de la eurozona.
Algunos economistas y analistas políticos exponen que para que funcione la Eurozona necesita una unión fiscal, con una mayor coordinación de las políticas presupuestarias. Pero la política fiscal de derechas es contraproducente, tal y como estamos observando, aunque estuviera mejor coordinada. Otros economistas, entre los que me incluyo, alegamos que las grandes diferencias de productividad entre las economías plantean grandes dificultades para una Unión Monetaria. Pero aunque llegaran a solventarse estos problemas, no valdría la pena este esfuerzo por la Eurozona si se trata de un proyecto conservador.
La integración económica europea anterior a la Eurozona tenía un carácter distinto. La Unión Europea hizo esfuerzos por levantar las economías de bajos ingresos y proteger a las vulnerables. Pero las autoridades europeas han demostrado ser implacables en su unión monetaria.
La idea de que el euro debe salvarse en nombre de la solidaridad europea también plantea una noción excesivamente simplificada de la resistencia que han mostrado los contribuyentes de países como Alemania, Países Bajos y Finlandia para "rescatar" a Grecia. Aunque no se puede negar que parte de esta resistencia se basa en prejuicios nacionalistas, a menudo exacerbados por los medios de comunicación, no es la historia completa.
A muchos europeos no les gusta tener que pagar por rescatar a bancos europeos que realizaron préstamos incobrables. Y las autoridades de la UE no están "ayudando" a Grecia más de lo que están "ayudando" Estados Unidos y la OTAN a Afganistán, por establecer un debate análogo en el que a los que se oponen a las políticas destructivas se les tacha de "retrógrados" y "aislacionistas".
Parece que gran parte de la izquierda europea no entiende el carácter conservador de las instituciones, las autoridades y en especial las políticas macroeconómicas a las que se enfrentan en la eurozona. Esto es parte de un problema más general relativo a la malinterpretación pública de la política macroeconómica mundial y que ha permitido a los bancos centrales de derechas aplicar políticas destructivas, a veces incluso bajo gobiernos de izquierdas. Estas malinterpretaciones, junto a la falta de aportación democrática, podrían explicar en parte la paradoja de que Europa actualmente aplique más políticas macroeconómicas de derechas que Estados Unidos, a pesar de tener sindicatos más fuertes y otras bases institucionales para contar con una política económica más progresista.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en Center for Economic and Policy Research.