La crisis griega y las dudas sobre el euro están cambiando el equilibrio de poder en ese continente. Los ganadores y perdedores de los eventos europeos.
Todo comenzó en Grecia, país cuna de la democracia occidental, pero cuyo idioma y cultura también nos dieron las palabras crisis y caos.
Cuando a mediados de abril quedó claro que el Estado griego estaba en la bancarrota, porque durante años había maquillado sus cuentas fiscales eludiendo los estándares de la Unión Europea, comenzó un ciclo que a muchos les hizo temer lo peor. Los inversionistas internacionales comenzaron a apostar en contra de Atenas, disparando las tasas de su deuda soberana.
En Berlín, París y Bruselas, esta última sede de la Unión Europea (UE), cundió el pánico. Sabían que Grecia era sólo el comienzo y que otros países de la UE, como España, Italia y Portugal, estaban en una situación fiscal similar a la griega. No bastaba con el paquete de rescate a Grecia, había que enviar una señal potente de que Europa, y su moneda única, el euro, contaban con el respaldo político europeo.
Así, en reuniones frenéticas durante el fin de semana del 15 y 16 de mayo, la UE acordó un paquete de 750 millones de euros (unos US$ 950.000 millones) para respaldar a las economías más débiles de la región y dar una señal clara de estabilidad al mundo. Los mercados se calmaron. Las tasas sobre la deuda griega bajaron de más de 12% a 7%.
En esos mismos días se celebraba en Madrid la cumbre entre la UE y América Latina. A diferencia de ocasiones anteriores, esta vez Latinoamérica se sentía en una situación de poder. Mientras Europa lidiaba con un potencial colapso, nuestra región podía mostrar cifras y logros considerables en medio de una crisis.
Sin embargo, nuestra región debería seguir de cerca y con preocupación la situación en Europa. Y no sólo porque la UE es el segundo socio comercial más importante de la región. Una caída en Europa podría arrastrar al resto del mundo a una segunda recesión, en especial dada la actual situación delicada de Estados Unidos.
A continuación, un repaso de la crisis europea desde el punto de vista de sus principales actores.
SARKOZY, EL GANADOR
El mandatario francés, Nicolás Sarkozy, ha sido el gran ganador político de la crisis europea. Sarkozy nunca dudó que la Unión Europea tenía que hacer lo que fuera necesario para rescatar a Grecia y respaldar el euro con el fin de dar una señal clara al mundo de que Europa está unida en torno a su integración y su moneda y que no es un terreno de juego para “los especuladores financieros globales”.
Sarkozy se sabe ganador y le gusta mostrarlo. A mediados de mayo, mientras su par alemana Angela Merkel iba rumbo a Moscú para participar de las celebraciones rusas por los 65 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Sarkozy daba una conferencia de prensa en solitario en Bruselas anunciando que el plan de rescate de Grecia y el paquete de rescate al euro “son 95% franceses”. Y fiel a su estilo declaró que “en Grecia soy considerado un héroe”.
Desde que llegó al poder en 2007, Sarkozy ha insistido que la UE necesita una sofisticada autoridad política central, ya que tener una moneda que se autogobierna es tan peligroso como dejar que los mercados se regulen a sí mismos. En su visión, esa autoridad se debería concentrar en el círculo de hierro de la Unión Europea, que está en los 16 países que conforman la Eurozona y no los 27 que forman parte de la Unión. Obviamente, todos en Europa saben que los dardos del presidente francés al final apuntan a que sean las economías más grandes y poderosas de la UE las que lleven la batuta: Alemania y Francia. Probablemente se refería a eso cuando habló que “el Consejo de la Zona Euro” había adoptado un plan francés. Tal consejo no figura en ninguno de los tratados de la UE.
El mayor logro del gobierno galo fue doblarles la mano a los alemanes en cuanto al papel que debe desempeñar el Banco Central Europeo en esta crisis. Históricamente, los franceses siempre han visto en el banco central un instrumento para impulsar sus exportaciones (al depreciar la moneda) y crear empleos. Para los alemanes, en cambio, su rol esencial ha sido el de cuidar los precios, es decir, el valor de la moneda y la inflación. En la era pre-euro, los banqueros centrales alemanes eran conocidos por su ortodoxia monetaria, otorgándole al marco alemán una estabilidad que duró décadas. Y fue ése el modelo que se impuso con la introducción del euro en 2001.
Ahora, Sarkozy impuso su visión de tener un banco central más activista y más alineado con los intereses políticos de los gobiernos nacionales de la UE. Pese a la resistencia de Alemania, que unió a su alrededor a un grupo integrado por Holanda, Finlandia y Suecia, el gobierno galo logró que el BCE relajara sus estándares y se preste ahora para comprar deuda de los países más aproblemados de la Eurozona.
MERKEL, LA DECEPCIÓN.
La canciller alemana, Angela Merkel, se ve en la incómoda situación de no haber sido el gran articulador político del paquete de rescate y, sin embargo, ser el que más dinero tiene que poner sobre la mesa para financiarlo. Casi 123 millones de euros del total de 750 millones provendrán de las arcas de Berlín. Y eso ha puesto en una débil situación a la canciller Angela Merkel, cuya popularidad ha descendido a su nivel más bajo en años.
El hecho que Alemania se haya visto forzada al papel de actor acompañante de Francia, pese a que tradicionalmente ha llevado la batuta en la UE, se debe a que el propio gobierno alemán titubeó frente a la crisis griega. Antes de concretarse, el rescate era altamente impopular en Alemania. Según sondeos, un 85% de los alemanes rechazaba la idea de que ellos tuvieran que pagar por la irresponsabilidad fiscal griega y proveer dinero para que éstos “puedan seguir disfrutando del sol, la playa y jubilaciones generosas”, en palabras del influyente semanario alemán Der Spiegel.
Además, Merkel tenía puesta su mirada en las elecciones regionales en el importante estado de Renania del Norte Westfalia, unos comicios clave para la salud política de su coalición gobernante.
Muchos analistas acusan a Merkel de demagogia, ya que Berlín sabía que los bancos alemanes figuran entre los mayores acreedores de la deuda griega y que, por lo tanto, estaba en el propio interés de Alemania rescatar a Grecia. Al final, la canciller alemana sufrió por partida doble: no sólo tuvo que abrir la billetera, sino que también perdió rotundamente esas elecciones.
Sin embargo, los alemanes obtuvieron algunas victorias menores, que algunos medios europeos llamaron, no sin cierta ironía, “éxitos de procedimiento”. Lograron que los eventuales pagos del arca de 750 millones de euros sean parciales, sean acompañados por estrictas medidas presupuestarias de los gobiernos que reciben pagos y que éstos tengan que seguir medidas disciplinarias presupuestarias impuestas por el Fondo Monetario Internacional. Los franceses, en cambio, querían que la Comisión Europea, el mayor órgano político de la UE, tuviera potestad absoluta sobre esos fondos, sin injerencia del FMI.
Fue Alemania, respaldado por los austríacos, finlandeses y holandeses, por ejemplo, la que vetó el primer plan de ajuste de España y le exigió recortes mucho más profundos.
TRICHET, EL PERDEDOR
Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), es visto por muchos como el gran perjudicado de esta crisis, debido a que su banco perdió la independencia política que caracterizaba a la institución monetaria europea.
El hecho que el BCE cediera a la presión de las demandas políticas y ahora comience a comprar bonos soberanos con el fin de reducir los costos de endeudamiento de las economías más aproblemadas de la Eurozona, cambia radicalmente la labor del ente rector. Su misión central siempre ha sido combatir la inflación, pero ahora parece ser el instrumento de los políticos más poderosos de Europa.
Esta nueva política monetaria impuesta sucede en momentos en que la austeridad que se está imponiendo a varios países europeos afectará fuertemente el consumo interno y, por ende, el crecimiento económico. Esto podría obligar al BCE a seguir manteniendo bajas las tasas de interés, lo que para muchos economistas despierta indeseados fantasmas inflacionarios.
Hace unos meses, el francés Trichet era celebrado como uno de los grandes ganadores de la crisis internacional, debido a su actitud calmada y un manejo adecuado de la crisis bancaria y financiera que se inició en Estados Unidos en 2007. Ahora se ha visto forzado a varios tragos amargos. Hace unos meses dijo que sería una “humillación” que el FMI estuviera involucrado en el rescate griego, para unas semanas después aceptar la injerencia del organismo internacional. En las frenéticas reuniones del fin de semana del 15 y 16 de mayo, que llevaron al anuncio del fondo de 750 millones de euros a las 2 am del lunes 17, anuncio emitido justo a tiempo para calmar a los mercados asiáticos que abrían a esa hora, el BCE fue un acto secundario. Después que Sarkozy convenciera a su par alemana Merkel de las drásticas medidas, Trichet no tenía más opción que asentir.
Además, sus días parecen estar contados. El mandato de Trichet termina el próximo año y está claro que los alemanes vetarán su continuidad y buscarán un reemplazante que se ajuste más a su ideal de independencia del banco central. Merkel ya está promoviendo activamente a Alex Weber, presidente del banco central alemán, como sucesor de Trichet. Weber fue de los pocos que en las duras negociaciones de mediados de mayo vetan la idea que el BCE se involucrara en adquirir la deuda de los países mediterráneos.
RODRÍGUEZ ZAPATERO, EL SOMETIDO
Para el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, la crisis europea ha sido un duro golpe para su imagen y su capital político interno. España, junto a Portugal, Italia, Grecia, ha sido sindicada por los poderosos de la UE como uno de los países fiscalmente irresponsables que han contribuido a arrastrar a la Eurozona a su crisis actual. La UE a duras penas pudo lidiar con el colapso griego, pero si se sumaba España, todo el continente estaba en peligro de derrumbarse financieramente.
Un primer plan de austeridad elaborado por el gobierno español, que preveía recortar este año el déficit en 0,5% del PIB, fue tajantemente rechazado por Alemania. Cuando Elena Salgado, ministra de Economía y Hacienda española, fue a una reunión de ministros de Finanzas en Bruselas a mediados de mayo, se encontró con la desagradable sorpresa que el tema no eran medidas de rescate generales para el euro, sino concretamente las propuestas de austeridad de España, pese a que su país actualmente tiene la presidencia rotatoria de la UE. Al final, España, que se ha visto enormemente beneficiada de su ingreso en la UE en 1986, aceptó el dictado de Bruselas, en concreto el de Alemania, y se tuvo que comprometer a recortes equivalentes a 1,5% del PIB este año y 2% en 2011.
Pocos días después, Rodríguez Zapatero tuvo que anunciarles a los españoles un duro programa de ahorro que incluso incluía las pensiones, además de recortes salariales para todos los funcionarios públicos y una reforma al mercado laboral. La prensa española hablaba abiertamente de una “intervención” en su país de la Unión Europea, lo que ha llevado a que el respaldo al premier español se haya desplomado.
CAMERON Y BERLUSCONI, LOS OBSERVADORES
La crisis europea pilló al Reino Unido justo en medio de un cambio de gobierno y de partido gobernante. Pero laboristas y conservadores ingleses siempre siguieron la línea doctrinaria que esbozó la ex premier Margaret Thatcher en los años 80: somos europeos, pero no tanto. El hecho de que Londres no sea parte de la Eurozona –los ingleses siguen fieles a su libra esterlina– les permite observar con cierta distancia los acontecimientos en el continente.
Inglaterra aparece como desacoplada de Europa, y el nuevo primer ministro conservador, David Cameron, anunció un ambicioso paquete de reformas internas que apunta más a los problemas internos propios, que no son tan distintos a los de sus vecinos europeos, que a una solución regional.
Algo similar, aunque desde la otra vereda, sucede con el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi. Pese a su afán de protagonismo, el mandatario italiano ha estado inusualmente callado. Sindicada como uno de los países que tienen que ser respaldados por la Unión Europea, Italia ha estado prácticamente ausente de las negociaciones en Bruselas. Al igual como España, ese país se verá obligado a seguir los dictados de París y Berlín para poner en orden su casa.