Los esfuerzos de Madrid de evitar un rescate parecen condenados por la visión ciegamente financiera del BCE y sus propios políticos.
El neurólogo Oliver Sacks saltó a la fama extramédica gracias al caso de un paciente aquejado del síndrome de Korsakov –por lo demás completamente sano– que no podía reconocer a su mujer, la confundía con un sombrero y trataba de ponérsela sobre la cabeza. Es una metáfora que ilustra lo que es hoy la situación de la economía en la zona del euro, tras el derrumbe de Grecia, Irlanda y Portugal. En esta secuencia, España se presenta como la próxima víctima propiciatoria, al menos hasta que se descubra que la relación deuda/PIB es más alta en Italia. ¿Caerá? ¿Caerán?
La respuesta es positiva para Alejandro Horowicz, economista y profesor de la Universidad de Buenos Aires. “Cuando el déficit pasa del 50% del PIB, si la economía no ruge, el default es inevitable”, dice. En España la cifra es del 60,1% (2010) y habría que ser un optimista patológico para entender el 1% a 1,3% de crecimiento proyectado para este 2011 como un rugido.
Hay un motivo adicional para el pesimismo: el gobierno central de España aplica un ajuste intenso de sus cuentas desde 2009, cuando el déficit era del 53.3%, y aun así éste se sigue expandiendo. Lo que ha ocurrido es que las comunidades autónomas (regiones) y alcaldías anularon su esfuerzo y siguen endeudándose: un 32% en 2010. No se trata de un acceso de locura: tal aumento del gasto es fundamental para aminorar el impacto social.
Los economistas Carmen M. Reinhardt y Kenneth Rogoff han establecido, en su ya clásico “Esta vez es diferente: Una visión panorámica de ocho siglos de crisis financieras”, que, de promedio, un 90% de déficit marca el punto de insolvencia para el cual ya no hay retorno, se ajuste lo que se ajuste. Sin embargo, aparece un misterio aquí: el nivel de deuda de Italia es del 118,9% (2010) y el de Portugal del 83,2%. Pero ha sido este último el que ha necesitado un rescate. “Lo de Portugal no ha tenido que ver con su deuda. El país se estaba manejando bastante mejor que otros países europeos en la salida de la crisis”, explica Robert M. Fishman, autor de “El año del euro: La importancia cultural, social y política de la moneda común europea”. A su juicio, lo que ocurrió fue un ataque de especuladores, tenedores de bonos y analistas de agencias calificadoras que “por escepticismo hacia el modelo de economía mixta portugués, razones ideológicas o ceguera”, impulsaron la insolvencia y posterior rescate. De hecho, cabe recordar que fue el Banco Central Europeo (BCE) el que definió el derrumbe al llamar telefónicamente a los bancos portugueses, amenazándolos con no sostenerlos si seguían financiando la deuda gubernamental. ¿Había otra opción? Para el profesor de la Universidad de Notre Dame, sí: “El BCE pudo haber adquirido bonos portugueses”. El pánico quedaba así anulado.
El problema es que tanto el BCE como entidades respetables como el Instituto de Ciencias Sociales de Lisboa parecen estar afectados por el síndrome de Korsakov y padecen una ceguera respecto a las señales que integran una economía continental. Sólo así se explica que este último haya identificado al aparato judicial luso y las regulaciones del mercado de los arriendos entre particulares como “trabas espectaculares al crecimiento” que explicarían en gran parte la crisis.
“Ésta es una novela que ya sabemos cómo se sale, porque ya la vivimos, pero para ellos (europeos) es nuevo”, dice Evaldo Alves, profesor de Economía Internacional de la FGV-EASP en Brasil sobre la perplejidad que se observa en los países afectados. Para Alves, “la crisis es mucho más grande, de toda Europa, porque todos los países europeos están altamente endeudados”. España en particular vive una crisis de productividad por no haber invertido para mejorar su aparato productivo y, según el académico, “va a pasar por un fuerte ajuste para salir de la crisis. Portugal tiene mejores chances de salir más rápido”.
En el caso español, pone por ejemplo el Banco Santander, cuya filial brasileña es una de las que más aportan a las utilidades del grupo. “España va a usar este mecanismo”, dice Alves. En otras palabras, algunos sectores –eléctricas, finanzas, parte de construcción– resistirán los ajustes combinados por la expansión en el exterior, pero “la recuperación va a durar mucho tiempo”.
En la península Ibérica domina la visión convencional sobre el problema. En declaraciones a Wharton Knowledge, Juan Carlos Martínez Lázaro, profesor de Entorno Económico del IE Business School, dijo: “Las dos claves para que España no caiga son, por un lado, que se mantenga el proceso de reformas iniciado, como el de las pensiones, el del mercado laboral y del sistema financiero, concentrado en las cajas”. El otro frente es, por cierto, el fiscal. Lo que resulta llamativo es la inexistencia de un Plan B. Martínez Lázaro propone, en cambio, usar el mismo remedio en dosis mayores: “Si se ve que no es posible que éstas se cumplan porque la economía no crece a los ritmos esperados, será necesario ajustar aún más los gastos y subir los impuestos”.
El punto es que nadie sabe de dónde vendrá el crecimiento de la cuarta economía europea en tamaño, pero con el peor nivel de competitividad, con su gobierno y bancos invirtiendo casi cero en reformas que la mejoren y no sean más que flexibilización laboral. Resulta difícil creer, entonces, que la sociedad española podría no sufrir convulsiones políticas y sociales en caso que se verifique el segundo escenario señalado por Martínez Lázaro.
¿Por qué no reestructurar ahora la deuda de países como España e Italia antes que la situación se haga insostenible? “Las soluciones que se proponen allá son a medida del sistema financiero, los políticos europeos actúan de un modo conservador y provinciano”, dice, en Buenos Aires, Alejandro Horowicz. Una razón para ello es que los principales bancos acreedores de los países endeudados son alemanes y franceses y, en Portugal, se suman los españoles. La decisión ha sido garantizar el pago de los tenedores de bonos. Es una solución de patas cortas. “En el momento en que la recesión avance, el valor de los bienes en manos del sistema financiero van a ser muchísimo más pequeños que lo que deben garantizar”, dice. “Ellos creen que la crisis es portuguesa, griega, española, irlandesa. No, es europea. Son las estaciones que anuncian la crisis en Berlín”.
El brasileño Alves, sin embargo, cree que la sangre no llegará al río. “Soy optimista. Españoles y portugueses van a conseguir encontrar el camino, pero van a demorar mucho más que en Latinoamérica”.
Lamentablemente hay una diferencia: sin moneda propia que devaluar, los países de la península ibérica enfrentan además un escenario en el cual el euro se aprecia contra el dólar y encarece sus exportaciones. Eso además del riesgo de un shock de efectos nada simples de predecir. Los CDS (Credit Default Swaps, un instrumento financiero usado por acreedores para cubrirse del riesgo de default) de Grecia subieron a un 60%. La reaparición y crecimiento de nacionalismos en lugares tan disímiles como Finlandia y Francia complican las cosas. Lo que ocurra en España en el próximo año y medio podría definir si Europa avanza hacia un sistema fiscal más unificado o si el euro eventualmente se rompe.