El nuevo presidente de la Comisión de la UE, quiere impulsar con poco dinero inversiones por miles de millones de euros. Ese intento merece alabanzas y no críticas, opina Barbara Wesel.
Quien trae regalos de Navidad debe contar con rostros decepcionados. Tampoco el paquete de inversiones de Claude Juncker despierta solo alborozo. Recuerda a una gran caja primorosamente empaquetada en la que se encuentra una madeja de lana y la indicación de que con ella se puede tejer una bonita bufanda. Pues con 21.000 millones de euros Juncker quiere inducir inversiones por 300.000 millones.
El objetivo es muy ambicioso. El problema de Juncker es que no tiene dinero para regalar: dinero de Bruselas con el que en el pasado fueron financiados miles de kilómetros de autopistas inútiles, puentes a ningún lugar y aeropuertos donde aún no ha aterrizado avión alguno, sobre todo en el sur de Europa. Y en principio está bien que así sea.
Dinero de la nada. Para sus planes, Juncker tiene que sacar dinero de la nada. Los países miembros de la UE simplemente no han aprobado en el presupuesto hasta 2020 fondos complementarios para un plan de ese tipo. Por eso no es legítimo burlarse de la Comisión por una supuesta “magia de la multiplicación del dinero”.
Otra cosa que se le echa en cara a Juncker es: ¿por qué no recurre simplemente a los fondos de la UE actualmente mal empleados, por ejemplo subvenciones fuera de lugar o ayudas inútiles del presupuesto para la agricultura, y conforma con ellos un gran paquete de inversiones en Europa? Quien eso dice no sabe cómo funciona Europa.
Cada euro de esos presupuestos fue duramente negociado entre los países miembros. No es posible sacar dinero de ellos, ya que París, Roma o Madrid pegarían el grito en el celo. El dinero de la UE proviene de los países miembros. Si estos no dan nada, nada hay para repartir. Criticar ahora a Juncker porque su programa está dotado con poco dinero es por lo tanto improcedente.
Creatividad e ideas. Además, ¿qué argumentos hay contra ideas creativas? En tiempos de escasez hay que tener buenas ideas, como por ejemplo transformar a expertos del Banco Europeo de Inversiones en guardianes de nuevos proyectos para impulsar las economías europeas. Los expertos tendrían la tarea de velar por que no se invierta en ladrillo, como antes, sino en investigación, educación y desarrollo sostenible.
Simultáneamente, decisivo para que el plan de Juncker funcione es la disposición de los países de la UE a realizar reformas. En Francia e Italia se sabe desde hace tiempo que sus mercados laborales están hiperregulados y osificados. Los inversionistas vendrán solo si esos países hacen algo para cambiarlo. Por eso, incluso un modesto éxito de este paquete de inversiones depende de que los gobiernos de Europa deseen también realmente su éxito.
Los países deben trabajar activamente para que de las grandes sumas de capital que deambulan sin claros objetivos por los mercados financieros internacionales algo sea invertido en sus economías. La Comisión Europea realmente no puede hacer milagros. Su presidente, Jean-Claude Juncker solo hace como que puede.