El nuevo ministro percibe el nuevo clima y, en consecuencia, se anima a predecir una inflación de entre 20% y 25% para este año. Una cifra altísima para cualquier país, pero bastante optimista si se trata de la Argentina.
Alfonso Prat Gay descubrió el filón: el ministro de Hacienda del gobierno macrista está convencido de que cuanto más adopte posturas antagónicas con el kirchnerismo, mejor predispuesta estará la sociedad para aceptar las malas noticias.
Y, además de las varias chicanas que, al presentar su plan económico, dirigió a su antecesor Axel Kicillof, hubo una definición que probablemente sea la que más irrita al gremio de los economistas K: la adopción de una política explícita de metas de inflación.
Una expresión tabú para el anterior gobierno. No por casualidad, una de las frases preferidas de Cristina Fernández de Kirchner era: "Nosotros no tenemos metas de inflación, tenemos metas de crecimiento".
La repitió varias veces, incluyendo la ceremonia de reasunción de 2011. No fue el momento más diplomático de la exmandataria: estaban presentes los presidentes latinoamericanos, casi todos partidarios fervientes del sistema de metas de inflación.
Por cierto que la realidad nunca confirmó esa relación directa entre inflación y crecimiento, pero en su momento la frase le dio rédito político: era una forma de justificar la alta inflación como forma de estimular la demanda y, por tanto, favorecer la actividad productiva.
Ahora el humor de la opinión pública cambió, de manera que la ecuación modificó su sentido: al contrario de lo que se estaba dispuesto a creer en los años K, ya no se ve la inflación como un estímulo de la economía.
El nuevo ministro percibe el nuevo clima y, en consecuencia, se anima a predecir una inflación de entre 20% y 25% para este año. Una cifra altísima para cualquier país, pero bastante optimista si se trata de la Argentina.
Cuando los periodistas le hacen notar lo difícil de esa meta para un país que arrastra la inercia inflacionaria de 2015, que acaba de devaluar al 40% y que todavía tiene por delante la asimilación de un tarifazo, él reacciona sonriendo con suficiencia.
Recordó que durante su paso por el Banco Central en 2003 ya le habían cuestionado por incumplible su plan para bajar la inflación, y sin embargo cayó desde 40% hasta un nivel inferior a 4%.
Lo cierto es que, más allá de la confianza que se tenga Prat Gay para lograr buenos resultados, el anuncio que realizó en su conferencia de prensa del jueves es una alta apuesta.
Es que en otro país, una meta de inflación sería vista casi como un acto de rutina, pero en la Argentina, explicitar una cifra concreta como objetivo inflacionario es algo inédito, un compromiso político con el cual está poniendo en juego su cargo de ministro.
El precio es la recesión
La pregunta que se hacen en el mercado financiero y en el ámbito político es por qué Prat Gay se muestra tan seguro respecto del cumplimiento de su objetivo. Y la respuesta fue insinuada por él mismo: el gobierno tiene asumido que el 2016 será un año en el que habrá que sacrificar el crecimiento, en aras de ordenar "la herencia" y eliminar distorsiones.
En otras palabras: el precio a pagar para el cumplimiento de esta meta de inflación es el de una probable recesión.
Para que los precios no suban por encima de ese 25%, será necesaria una disciplina monetaria estricta. Hasta ahora, la "maquinita" del Banco Central funcionaba a destajo de acuerdo con las necesidades fiscales: en los momentos de aumento del gasto público, salían las planchas de billetes recién impresos.
Pero Prat Gay acaba de decir que, para cubrir el déficit de 5,8% que heredó de Kicillof, solo podrá acudir parcialmente a la ayuda del Banco Central.
De manera que, para cubrir sus obligaciones –y un déficit fiscal previsto de 4,8%–, el gobierno estará obligado a un gran esfuerzo de recorte del gasto público, además de la toma de deuda en el exterior.
En definitiva, con un Estado que no contará con gran margen para empujar la economía y con un sector privado que todavía no da señales de invertir –más bien al contrario, proliferan los casos de despidos masivos–, el panorama cierra con un inevitable enfriamiento económico.
El propio Prat Gay lo reconoció tácitamente al afirmar que el campo, principal beneficiado de las primeras medidas económicas del gobierno, tendrá su ansiado boom productivo recién en 2017 porque para este año "la campaña ya está jugada".
Las fichas al boom del 2017
Pero hay un lado B: fiel al credo liberal según el cual, si un gobierno libera las fuerzas productivas, el crecimiento sobrevendrá inevitablemente, el equipo económico de Macri apuesta a una fuerte recuperación para 2017.
En el medio, se expone a las críticas del kirchnerismo, como la del ex ministro Kicillof que asimiló el plan de Prat Gay a las viejas recetas recesivas del FMI.
Pero al macrismo no le importa ese costo político. Por un lado, porque está convencido de que este es el momento para dar, lo más rápido posible, todas las malas noticias.
Para un gobierno con minoría parlamentaria, resulta muy difícil, ya superada esa "luna de miel", poder anunciar un tarifazo sin que eso provoque una reacción social negativa.
El segundo motivo tiene que ver con la forma en que los tiempos de la economía "calzan" con los de la política. Este año, en que no hay elecciones, es el momento para soportar el costo de medidas impopulares.
En cambio, el 2017, según los planes de Prat Gay, será el momento de empezar a cosechar los resultados de haber ordenado la economía. Si, como se prevé, el año próximo es de recuperación, eso será un argumento de campaña inmejorable para las elecciones legislativas.
Pero claro, falta transitar lo más difícil. Y, como decía el recordado Tu Sam, "puede fallar". Para Prat Gay, llegar o no al 25% de inflación este año será la diferencia entre la gloria o la humillación.