Hace dos décadas las grandes empresas latinoamericanas se fondeaban en Nueva York. Hoy pueden hacerlo en cualquier mercado local. Bárbara Vignaux
No todo tiempo pasado fue mejor. El chileno Jorge Errázuriz aún recuerda los años 80, cuando en la Bolsa de Santiago era imposible hacer una colocación de acciones por US$ 50 millones. Errázuriz es el CEO de Celfin Capital, la corredora de bolsa más grande de Chile y una de las principales empresas de administración de activos en América Latina. Ante la imposibilidad de recaudar esa suma para financiar la expansión de la telefónica local, Celfin debió emitir ADR en Nueva York. Otros tiempos. El año pasado, en cambio, logró colocar la bagatela de US$ 1.200 millones en acciones de la aerolínea LAN en la Bolsa de Santiago. Pero lo más impactante es que, en palabras de Errázuriz, se logró “casi sin ir al extranjero”.
En Colombia el panorama es parecido. Desde 2001, cuando las tres bolsas de ese país se fusionaron en una sola institución, “el volumen diario de negociaciones de acciones se multiplicó por 25, el market cap, por unas 10 o 12 veces, y el índice de valores de la bolsa creció más de un 1000%”, contó Juan Pablo Córdoba, CEO de la Bolsa Colombiana de Valores, en una mesa de conversación sobre la integración financiera regional, celebrada en el marco de los 25 años de AméricaEconomía.
Cuestión de tamaño. La palabra clave del auge de las plazas bursátiles de América Latina es escala. Y su expresión más reciente y promisoria es el Mercado Integrado Latinoamericano (MILA), conformado por Colombia, Chile y Perú. Sus protagonistas lo destacan como un ejemplo del éxito que puede tener una iniciativa privada como motor de integración. Pragmática, motivada por resultados y libre de las presiones y negociaciones del sector público.
Y es que la integración bursátil de estos tres países tiene el precedente de un creciente número de negocios transfronterizos. En Chile, por ejemplo, parte de la infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria ha sido construida por consorcios privados con la participación de varias multinacionales. Lo novedoso es que ya no son mayoritariamente españolas o estadounidenses. El año pasado Chile recibió importantes inversiones provenientes de Perú y de Colombia, de hecho las más importantes de la historia, con la venta de la cementera Melón al grupo peruano Brescia y el otorgamiento de la concesión de la carretera Santiago-Puerto Montt a la colombiana ISA (Interconexión Eléctrica S.A). Al expandirse en los países vecinos, las empresas del continente generan “una necesidad objetiva de tener servicios financieros acordes”, dice Guillermo Larraín, el ex superintentendente de Valores de Chile. Mirando hacia el futuro, las perspectivas son enormes. Solamente en Colombia, los proyectos en infraestructura alcanzarían el valor de US$ 50.000 millones durante los próximos 10 años.
Pero más allá del MILA, la integración financiera y bursátil de América Latina pasa en gran medida por despejar dos interrogantes, relacionadas con el accionar de sus mayores protagonistas. El mercado mexicano sigue siendo dominado por la renta fija y se le reprochan sus nexos muy privilegiados con Estados Unidos. A Brasil le hace falta ser convincente en querer compartir su proyección hegemónica, que abarca el 40% de la economía del continente, el 80% del mercado y el 90% de los derivados financieros y de los valores en bolsa. “La idea de la integración financiera no es que todo el mundo se vaya a Brasil y que el mercado financiero se vuelva brasileño, sino promover una red de nodos interconectados, sin renunciar a la soberanía de cada uno”, dice sin ambigüedad Juan Pablo Córdoba.
Para Paulo Oliveira, CEO de Brasil Investimentos e Negócios (BRAIN), “la cuestión no es que Brasil sea grande, sino que los demás son chicos. En cuanto a activos bancarios, fondos de inversiones y mercado de capitales, América Latina representa sólo el 3% al 5% del mundo”.
Imposible negarlo: Córdoba reconoce que Colombia, pese al desarrollo de los últimos 10 años, “sigue siendo un jugador pequeño a nivel regional y global”. Lo mismo ocurre con Chile: “El país les quedó chico a las Administradoras de Fondos de Pensiones, ya que creció muchísimo la base de activos”, dice Alfredo Capote, CEO de Investment Banking Goldman Sachs en México. “Tenemos que pensar como Suiza, en el mercado es el mundo”.
De hecho la demanda global por activos latinoamericanos es grande, como reconoce Daniel Gamba, CEO de la gestora de fondos BlackRock para el continente, pero se choca contra una serie de rigideces y barreras. “Hay muy poca liquidez y muy poco acceso a muy pocos instrumentos”.
BlackRock es un activo promotor de instrumentos locales que se transan en distintas bolsas regionales. “Listamos hace poco un instrumento peruano en México y en Chile, listamos ETF en Brasil que tienen mucha demanda en Chile y Perú”, dice. En la visión del ejecutivo, se debe crear una infraestructura regional con la que se genere masa crítica de liquidez, para después ofrecérsela al inversionista internacional”.
MILA es un avance en esta dirección, pero aún queda mucho por hacer. “Los inversionistas globales que quieren poner plata en el sector de energía o de telecomunicaciones en la región siempre me preguntan: ¿en dónde lo listas?”, dice este ejecutivo peruano a cargo de las operaciones regionales de una de las mayores empresas financieras del mundo, con US$ 3,7 billones en activos. Y es una pregunta que a Gamba aún le resulta difícil contestar: “No hay un mercado natural donde uno pudiera invertir toda las acciones de América Latina conjunta; uno termina haciéndolo en Nueva York o Londres”.
La esquiva transparencia. Hay otros desafíos importantes para que América Latina pase a un nuevo umbral en materia de finanzas. Uno de ellos será captar los ahorros de las nuevas clases medias surgidas del crecimiento económico de la última década: “Hay decenas de millones de latinoamericanos que tienen dinero para invertir, por ejemplo, en Petrobras”, dice Paulo Oliveira, de BRAIN
Las finanzas y los movimientos bursátiles son un lenguaje oscuro y que intimida a gran parte de la población. En este sentido cobra importancia el proyecto de educación financiera que está desarrollando el Banco Mundial en escuelas de Brasil. El objetivo es enseñar a los niños cómo proyectar, ahorrar y planificar. “Esto es un poco intangible, pero es fundamental”, subraya Oliveira. Es el camino para tener una clase media “financieramente educada y activa”.
Colombia ofrece un buen ejemplo de comunicación. “Es impresionante cómo las empresas colombianas buscan capitales a través de avisos en los diarios”, dice Capote, algo poco frecuente en México, por ejemplo.
El segundo desafío (y quizá uno de los más importantes) es mejorar y velar por las prácticas de gobierno corporativo. “América Latina está bastante lejos de todos los promedios aceptables en los estándares internacionales de corrupción o transparencia del mercado de valores”, dice Guillermo Larraín. Casos como La Polar, en Chile, o el de Silvio Santos en Brasil (cuyo banco fue intervenido por las autoridades financieras debido a graves irregularidades) no atraen precisamente a las grandes masas a poner su dinero en fondos mutuos y acciones.
Inversionistas institucionales y directores poco exhaustivos, reguladores displicentes y clasificadoras y auditoras con conflictos de interés son los fantasmas que cada cierto tiempo saltan a la luz pública. Y son manchas que cuesta limpiar.