Quien pensara que el primer ministro griego, Alexis Tsipras, se iba a amilanar ante el “ultimátum” lanzado por Bruselas, se equivocó. Ya lo había advertido hace apenas unos días: las negociaciones, de verdad, apenas comienzan.
Lo de Grecia cada vez adquiere tintes más bélicos. Esto ya no tiene nada de afable reunión de socios, sino más bien parece la batalla de Salamina, cuando las fuerzas griegas se enfrentaron a las del imperio persa de Jerjes I pese a contar con un número mucho menor de combatientes.
Quien pensara que el primer ministro griego, Alexis Tsipras, se iba a amilanar ante el “ultimátum” lanzado por Bruselas, se equivocó. Ya lo había advertido hace apenas unos días: las negociaciones, de verdad, apenas comienzan. Ahora los dos bandos van con todo y los mercados sufrirán las consecuencias.
El sábado, en la reunión “decisiva y crucial” del eurogrupo, como la había denominado la canciller alemana Angela Merkel, rechazó el plan de los acreedores.
Punto de quiebre. Pero no sólo eso: Tsipras, en un giro copernicano, rompió las negociaciones y acabó de un plumazo con cinco meses de trabajo que habían acercado bastante las posiciones.
Inesperadamente, retó al resto de Europa convocando a un referéndum para el 5 de julio en el que llama al pueblo griego a que sea él el que decida, una amenaza a la que ya había recurrido en abril, pero que había permanecido anestesiada.
Al mismo tiempo que realizaba ese planteamiento, solicitaba una prórroga al actual plan de rescate hasta la fecha del referéndum.
Su propuesta, claro, sentó muy mal. Su pretensión era dar otra vuelta de tuerca en el pulso que mantiene con los acreedores con el fin de obtener alguna concesión más. Pero también ellos respondieron con otra bazuca. Europa, sin ningún tipo de contemplaciones, le negó la prórroga y pone a Grecia y a la eurozona en una situación muy comprometida.
Reacción. Tras el órdago de Tsipras y la respuesta europea se redefinieron las estrategias. Muestra de ello es que prosiguieron las reuniones de urgencia, aunque por separado: el Banco Central Europeo (BCE), con objeto de detener el pánico bancario en Grecia y evitar su contagio a los mercados de deuda soberana de los países más vulnerables de Europa.
De hecho, los ministros de finanzas del euro (sin el griego Yanis Varoufakis) se reunieron para tratar de levantar un escudo frente al euro y replantear el próximo movimiento contra Tsipras.
En tanto, el gobierno griego evalúa cómo afrontará esta semana decisiva, incluso cómo prepararse para una salida del euro, en caso de darse.
El referéndum se celebrará pronto, dentro de una semana, el próximo domingo, pero en estas circunstancias de miedo y tensiones se puede convertir en toda una eternidad.
En medio pueden suceder inesperados acontecimientos, incluyendo marchas en favor y en contra de Tsipras, que pueden restablecer las negociaciones o precipitar la salida de Grecia del euro.
Bajo fuego. En un principio, casi todas las miradas estaban depositadas en el BCE, pues de él depende que la banca griega permanezca a flote o colapse. Ayer, su presidente, el italiano Mario Draghi, decidió mantener sin cambios su programa de Asistencia de Liquidez de Emergencia (ELA) a la banca griega.
El objetivo era, probablemente, que se abortara la idea de un “feriado bancario” para mañana amainar el pánico de los depositantes y tratar de contener el impacto sobre los mercados financieros.
Pero el gobierno de Tsipras, directamente, se encargó de dejar al BCE en fuera de juego. Los bancos griegos no abrirán hoy ni el resto de la semana. Así las cosas, y salvo que Grecia vuelva a sentarse durante esta semana en la mesa de negociación (algo improbable, dado que le exigirían desconvocar el referéndum), los bancos difícilmente abrirán sus puertas en los siguientes días.
De este modo, el papel de contemporizador que podría haber jugado Draghi quedó anulado.
Apuestan por efecto dominó. ¿A qué le tira Grecia ahora? Intuimos que lo que pretende es ponerse el aterrador atuendo de Lehman Brothers.
Su intención va destinada, en ese cuerpo a cuerpo con Europa, a generar un riesgo sistémico global como el que provocó la quiebra de ese banco de inversión en septiembre de 2008 y que llevó a las autoridades estadunidenses a adoptar medidas extraordinarias.
Si lo logramos, han de pensar, ganaremos poder de negociación y forzaremos a Bruselas a que reconsidere y ajuste su programa de rescate a nuestras demandas.
Pero nada de eso va a pasar.. En un principio, el que más va a sufrir esa medicina es la propia Grecia: mañana los ciudadanos protestarán porque no pueden sacar sus ahorros, la bolsa de Atenas se desplomará (la banca se hará añicos) y las tasas de interés de los bonos se elevarán a niveles estratosféricos.
Pero en el resto de Europa el impacto será mucho más contenido.
Desde luego, dudamos que haya una corrida bancaria: no habrá interminables filas en las puertas del BBVA o del italiano Unicredit para sacar sus ahorros.
Turbulencia. Las bolsas europeas, por supuesto, se resentirán y sufrirán severas pérdidas, otra vez centradas en las entidades financieras, pero el BCE tiene mecanismos de intervención para amortiguar cualquier impacto negativo sobre los mercados de deuda soberana (sin duda, también las discutieron hoy) siendo el más inmediato el de ampliar su programa de compra de activos.
Es de esperar que también sufran otros activos de riesgo, como la deuda corporativa o los bonos emergentes, en tanto los capitales buscarán refugio en los bonos del Tesoro de Estados Unidos y los “bunds” alemanes. El dólar, a su vez, se apreciará frente al euro y, de paso, frente a otras divisas del mundo, como el peso mexicano.
De modo que hay una semana de mucha volatilidad.
El desenlace ahora se traslada al día de referéndum. El Fondo Monetario Internacional (FMI), desautorizando a Tsipras, ya ha dicho que la votación del domingo es “irrelevante” dado que el programa vence el martes y el pueblo griego estaría votando sobre propuestas que ya no estarían vigentes.
Ahora bien, si el “sí” a Europa obtiene una victoria contundente, los acreedores estarán dispuestos a abrir de nuevo las negociaciones con Grecia.
Disyuntiva de ser euro. En ese caso, ¿qué pasaría con el gobierno de Tsipras, quien ahora promueve el voto al “no” con el fin de regresar a Bruselas exigiendo que escuchen al pueblo griego y acepten condiciones menos traumáticas?
Posiblemente correría la misma suerte que Yorgos Papandreu en 2011, cuando se le ocurrió convocar un referéndum que desembocó en su dimisión.
Europa no lo aceptaría como un interlocutor válido: ni cree en él… ni le es simpático.
¿Cómo podría ejecutar el gobierno de Syriza, con ciertas garantías, un programa de austeridad que rechaza? Lo verían como un continuo problema y forzarían un cambio de administración.
Si fuera así, probablemente regresarían, en otra burla de la historia, los conservadores de Nueva Democracia, esos mismos que mintieron como bellacos con los números de sus finanzas públicas, crearon el actual marasmo y ahora, con el mayor cinismo del mundo, se rasgan las vestiduras.
Eso sí, si el pueblo griego rechaza la propuesta de los acreedores, sería el fin de Grecia en la eurozona, pues como ya comentó una vez con sorna el ministro de finanzas alemán, Wolfgan Schaeuble, una de las voces más duras contras la permanencia de Grecia en el euro, sería estupendo que el pueblo griego decida su propio destino.