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El aborto: diálogo con el ‘otro’
Martes, Octubre 3, 2017 - 07:00

Si aprendemos a dialogar, tendremos una sociedad construida sobre una base fundamental: la confianza.

Cabe intentar un balance del debate de este año en relación con el aborto, y evaluar el tono en que éste se ha desarrollado. Muchas voces muestran desazón a causa de lo poco aptos que parecemos (por ahora) para el diálogo. Rafael Puente, a quien siempre admiro (si bien alguna vez, lo digo con toda simpatía, debería tomar de su propia medicina), señaló que “el debate político es uno de los puntos flacos de este Estado Plurinacional”. Añade que “resulta malsano el diálogo exclusivo con gente que piensa lo mismo que uno”, y afirma que “cerrarnos al diálogo (…) atenta contra la democracia y también contra nuestro crecimiento como personas”.

A su vez, Guadalupe Pérez Cajías se pregunta el motivo de “la intolerancia y la consecuente marginación y/o abuso al Otro”. Indica, siguiendo una línea de la antropología social, que “el Otro es temido por el yo y por el nosotros por tres razones fundamentales: representa la diferencia, evidencia nuestras propias carencias y, fundamentalmente, porque limita nuestro poder”. Por eso “el Otro siempre ha sido temido y marginado por quienes poseen el poder”.

Si se analiza el mencionado debate se verá que el “otro” estuvo representado por los firmantes de más de 147.000 cartas enviadas a la Comisión de Constitución de Diputados; por marchas con más de 334.000 personas en distintas ciudades del país; por pronunciamientos de instituciones representativas del área de salud, educación y otros; por la población en general, dado que las encuestas indican que el 76,2% está en contra de la despenalización del aborto. Las estadísticas muestran que las cifras que emitió el Ministerio de Comunicación (en spots publicitarios) no corresponden a la realidad.

Instituciones como el Centro de Ayuda para la Mujer Latinoamericana (CAM) comprueban que 97,5% de las mujeres embarazadas en crisis no quieren abortar si se les ofrece el tipo de ayuda que precisan.

Instituciones como el Centro de Ayuda para la Mujer Latinoamericana (CAM) comprueban que 97,5% de las mujeres embarazadas en crisis no quieren abortar si se les ofrece el tipo de ayuda que precisan. Pues bien, ni marchas, cartas u otras maneras de pronunciarse ni encuestas o estadísticas fueron objeto de atención.

Lo que me parece más preocupante son los “limitados diálogos” (en palabras de Fernanda Wanderley) que se sostuvieron en los medios de comunicación. En una gran proporción se pudo apreciar el sostenido intento de descalificación del “otro”, en ocasiones con adjetivos inadmisibles y métodos opuestos a la argumentación honesta y abierta.

Aprendamos a dialogar intentando comprender al “otro” y tendremos una sociedad que se construye sobre una base fundamental: la confianza. Los que piensan distinto no son trogloditas o malintencionados. Es bueno captar el verdadero motivo de su disenso. Si me enojo, no entenderé su pensamiento. Si los considero irracionales, los excluiré mientras el poder esté en mis manos; pero puedo equivocarme en aspectos de la postura que defiendo.

Mi interpretación: hay en Bolivia un grupo minoritario de mujeres que son de clase media-alta y alta (élites) que ven en el aborto una conquista de su libertad. Esta pequeña franja vive y razona como en el Primer Mundo. En el acceso a la atención de los medios, su condición de élite le facilitó la parte del león. En cambio, la gran mayoría de las mujeres no ven en el aborto una opción liberadora, sino una salida desesperada a la que son arrastradas por una sociedad fría y hostil. Una sociedad que solo quiere eliminar la causa visible de la crisis que ellas viven; que las olvidará al día siguiente, a pesar de haberlas dejado en la más triste frustración. Ellas prefieren tener a su wawa, con tal de que se les brinde un mínimo de protección frente a las agresiones de su entorno. Y también prefieren que la ley siga penalizando el aborto, ya que ese es casi el único argumento con el que pueden frenar las pretensiones de quienes (pareja, familia, entorno…) las quieren llevar a vivir esa tragedia.

Autores

Claudia Acosta / La Razón