Por Guillermo Bilancio, académico en la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez.
La conducción de las organizaciones en el nivel político es todo un arte, y ese arte está regido por principios, como todas las artes. Si no tuviera principios no sería un arte, así como una ciencia que no tiene leyes tampoco es una ciencia.
La diferencia que hay entre la ciencia y el arte consiste en que la ciencia se rige por leyes, leyes que dicen que a las mismas causas obedecen los mismos efectos, y el arte se rige por principios que son comunes en su enunciación, pero que son infinitamente variables en su aplicación, y ahí está la dificultad del arte. Y esa dificultad es propia del dirigir, un fenómeno que no depende de técnicas sino de la intención y de la inspiración.
Por esa razón, en el espacio de la dirección a nivel político, no se puede aplicar un cálculo de probabilidades, porque los imponderables superan a los factores que pueden ser previstos en el cálculo.
Los modelos estructurados, en este espacio político, son inevitablemente ineficientes. Porque dirigir en el territorio de la estrategia, implica convivir con una concentración de circunstancias tan variables, tan difíciles de apreciar, tan complejas de percibir, que el racionalismo se ve sobrepasado por la acción del propio fenómeno.
Eso define al arte de dirigir como la capacidad generar acciones inmediatas, donde se aplican los principios y se aprovecha la experiencia, y esas acciones inmediatas producen reacciones también inmediatas, generando un círculo de aprendizaje que es, en definitiva, la esencia de la dirección en el espacio estratégico.
Integrando la experiencia y la realidad en la que vive la dirección (es decir, su propio mundo), quien dirige puede desarrollar una gimnasia intelectual que le permite formar el criterio necesario para la interpretación de los hechos y las decisiones sobre el rumbo que se busca. Pero siempre desde una perspectiva propia, única.
No hay recetas para entender la realidad y decidir el rumbo, sino que hay que adoptar un lenguaje para desarrollar la capacidad de darse cuenta, decidir en la ambigüedad, alinear y evaluar situaciones.
Y ese lenguaje no se construye con una herramienta, sino que está dado por una historia basada en la experiencia vivida y en las emociones, que limitan la objetividad y la racionalidad posibles en la administración y en la operación, pero que no son suficientes para dirigir en el ámbito de la estrategia y la política de los negocios.
Dirigir no es una capacidad que se obtiene a partir de un conocimiento determinado, es una capacidad que proviene de la integración de experiencias que permiten formar conocimiento a quien dirige.
En definitiva, palabras no aceptadas en el ámbito de la administración y operación como intuición, intención, suerte, especulación, son las determinantes en la construcción del arte de dirigir.