Los especialistas han establecido estrategias que deberían utilizarse en el futuro para reducir los contagios, pero estas acciones deberían utilizarse por años, dependiendo de la evolución de la inmunidad al virus.
Desde el comienzo del brote mundial de COVID-19, la sociedad se pregunta si el SARS-CoV-2 permanecerá en la población humana después de esta etapa pandémica inicial o podrá erradicarse como pasó con la epidemia de SARS de 2002.
Sin tratamientos farmacéuticos disponibles, las intervenciones se han centrado en el rastreo de contactos, la cuarentena y el confinamiento. La intensidad, duración y urgencia requeridas de estas respuestas dependerán tanto de la forma en que se desarrolle esta primera ola como de la propagación posterior del virus.
Un nuevo estudio sobre la dinámica de transmisión y la modelización de futuras estrategias de distanciamiento social, publicado esta semana en la revista Science, apunta que la incidencia total hasta 2025 del SARS-CoV-2 dependerá de la duración de la inmunidad, de la que los científicos saben poco por ahora.
Los autores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard (EE UU) reclaman, por tanto, que se realicen de forma urgente estudios serológicos longitudinales –como el que España plantea iniciar esta semana– para determinar el grado de inmunidad de la población, y si esta disminuye y a qué ritmo.
Basándose en proyecciones de posibles escenarios de propagación del virus, el trabajo sugiere que, si bien el distanciamiento social puede suprimir muchos casos críticos, la infección resurgirá una vez que se levanten estas medidas recargando de nuevo los hospitales.
Así, los expertos plantean la posibilidad de que se necesiten repetidas medidas de distanciamiento social para mantener niveles manejables de hospitalizaciones y muertes por COVID-19 durante varios años, al menos hasta 2022.
“Las medidas de distanciamiento social puntuales probablemente sean insuficientes para mantener los casos dentro de los límites de la capacidad de cuidados intensivos en EE UU”, explicó en rueda de prensa Stephen M. Kissler, uno de los especialistas que dirigió la investigación. “Por lo tanto, en ausencia de otros tipos de tratamientos parecen necesarios los períodos de distanciamiento social intermitentes”.
Probablemente será un virus estacional
Los expertos en salud pública consideran cada vez más improbable que el SARS-CoV-2 siga a su primo más cercano, el SARS-CoV-1, que fue erradicado después de causar una breve pandemia que duró desde 2002 hasta 2003.
En cambio, la transmisión podría asemejarse a la de la gripe pandémica y circular por temporadas. Por eso, conocer la probabilidad de este escenario es clave para montar una respuesta efectiva.
Para Rowland Kao, profesor de Epidemiología Veterinaria y Ciencia de Datos en la Universidad de Edimburgo, “a medida que la pandemia disminuye, un posible resultado es que el número de casos disminuya lo suficiente como para que la enfermedad sea erradicada. De no ser así, la COVID-19 volverá”.
Utilizando datos sobre la estacionalidad de coronavirus humanos conocidos y suponiendo cierta inmunidad cruzada entre el SARS-CoV-2 y otros virus de la misma familia, el equipo de Harvard construyó un modelo para analizar cuánto tiempo deben mantenerse las medidas de distanciamiento social, proyectando la potencial dinámica de la enfermedad en los siguientes cinco años.
Basándose en sus simulaciones, el factor clave que modula la incidencia del virus en los próximos años es la velocidad a la que disminuye la inmunidad del virus, un factor que aún está por determinar. No obstante, el equipo advierte de que en todos los escenarios simulados –incluido el distanciamiento social único e intermitente– las infecciones resurgen cuando se levantan las medidas de distanciamiento social simuladas.
Según los autores, “cuando el distanciamiento social se relaje y al aumentar la transmisibilidad del virus en otoño, puede producirse un intenso brote invernal, que se superponga a la temporada de gripe y supere la capacidad de los hospitales”.
El trabajo publicado en Science modela otro escenario posible en el que se muestra un resurgimiento del SARS-CoV-2 en un futuro tan lejano como 2025. “Las nuevas terapias podrían aliviar la necesidad de un distanciamiento social riguroso, pero en su ausencia, la vigilancia y el alejamiento intermitente tendrían que mantenerse hasta 2022”, argumentan.
Para los autores, esto daría tiempo a los hospitales a aumentar la capacidad de sus cuidados intensivos y permitiría que la inmunidad de la población se incrementara. “Es fundamental distinguir entre esos escenarios para formular una respuesta de salud pública eficaz y sostenida”, afirman.
Limitaciones de este trabajo
No obstante, es importante recalcar que este estudio sugiere posibles hipótesis en lugar de hacer predicciones firmes. Según Mark Woolhouse, profesor de Epidemiología de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Edimburgo, “es un excelente estudio que utiliza modelos matemáticos para explorar la dinámica de COVID-19 durante varios años. Pero es importante reconocer que se trata de una guía; coherente con los datos actuales pero basada en una serie de supuestos que aún están por confirmar”.
“Como predicción de futuro debe considerarse con cautela, a pesar de la excelencia del propio trabajo”, afirma Rowland Kao. “Pero su valor depende de poder desenmarañar los efectos combinados de tres factores que se producen simultáneamente (inmunidad de la manada, distanciamiento social y estacionalidad); algo que resulta sumamente difícil”.
Además, habrá que tener en cuenta que otras intervenciones adicionales, como la ampliación de la capacidad de los cuidados intensivos y una terapia eficaz (con fármacos o vacunas), mejorarían el éxito del distanciamiento intermitente y acelerarían la adquisición de la inmunidad de la manada.
“Una debilidad del documento es que los autores no modelan las intervenciones sociales específicas, como las dirigidas a subconjuntos de la población –lo que se conoce como segmentación– o las destinadas a proteger a las personas más vulnerables a la enfermedad –el llamado blindaje–”, añade Woolhouse.
“Y en ausencia de tratamientos o vacunas, la segmentación y el blindaje ofrecen formas de minimizar los impactos más amplios del distanciamiento social. Eso será aún más importante si, como sugiere este trabajo, vamos a vivir con COVID-19 durante mucho tiempo”, termina.
Necesidad de estudios de seroprevalencia
Por último, los autores dejan claro la necesidad urgente de estudios serológicos longitudinales para determinar el alcance y la duración de la inmunidad contra el SARS-CoV-2. Los resultados serán muy valiosos para tratar de entender lo que sucederá con el nuevo virus en los próximos años.
“Estos análisis son especulaciones importantes y presentan un fuerte argumento a favor de la necesidad tanto de pruebas serológicas extensas para determinar cuán extendida podría ser la inmunidad, como de una mejor comprensión del tiempo que los individuos retendrán la inmunidad después de la infección”, afirma por suparte Kao.
“Los estudios serológicos van a ser muy importantes para comprender el alcance de la inmunidad de la población; el grado y la velocidad con la que disminuye. Cuando se conozcan, esos factores tendrían que ser incluidos en estos modelos”, insisten. “Incluso en el caso de una aparente eliminación se debe mantener la vigilancia, ya que podría darse un resurgimiento del contagio incluso ya en 2024”.