Maribel Ramírez Coronel, Periodista en temas de economía y salud para El Economista.
Sigue pendiente el registro nacional de enfermos renales en México. Desde hace años que es un objetivo perseguido por especialistas nefrólogos y se supone que por instituciones, pero es la hora que no se ha concretado. Y tendría que ser una prioridad considerando los crecientes y elevados costos que significa su atención.
Además de tener claro de dónde vendrán los recursos para su puesta en marcha, que sí es un factor, sobre todo, hace falta que se pongan de acuerdo las instituciones del sector salud, encabezadas por la Secretaría de Salud, que lleva el doctor José Narro, en torno a los procesos paso a paso para detectar a los pacientes con problema en riñones.
El punto es ubicarlos en las etapas iniciales para darles seguimiento y evitar que lleguen a la etapa terminal.
Los datos que dan una idea real del problema los tiene el IMSS, que dirige Mikel Arriola.
De acuerdo con Alfonso Yamamoto, coordinador de Donación y Trasplantes en el IMSS, son 66.000 derechohabientes los que en el instituto tienen insuficiencia renal crónica (IRC) en fase terminal que ya reciben terapia sustitutiva de riñón, diálisis y hemodiálisis. Se calcula que en total serán 120.000 los que están en grado terminal en todo el país. Lo que no se tiene claro es el dato de cuántos ya tienen algún grado de enfermedad renal crónica antes de necesitar terapia sustitutiva.
Lo que todos deberíamos saber, como dice el doctor Yamamoto, es que el deterioro de riñones es algo que viene con la edad, y hay que saber cómo cuidarlos. Por ley de la vida a los 40 años empezamos a perder 1% anual de nuestra función renal; o sea que a los 50 años ya perdimos 10% y, a los 60, 20%. Cuando una persona toma muchos analgésicos o tiene diabetes, obesidad o sufre de presión arterial elevada, es de esperarse que a los 65 años ya tendrá enfermedad renal crónica en algún grado y quizá avanzado. En algún momento requerirá terapia sustitutiva.
Por ello es imprescindible trabajar para constituir esa base de datos de quienes están en etapas 1, 2 y 3, antes de que salten a las etapas 4 o 5. Justo es el reto. Un obstáculo es la escasez de médicos nefrólogos, pero ello obliga a formar a los médicos de primer contacto a que detecten nefropatía desde sus primeros indicios. Se trata sencillamente de que detecten pacientes con algún grado de proteinuria (proteína en la orina) para a tiempo darles medicamento y así controlar su elevado riesgo.
De acuerdo con estimaciones de la Fundación Mexicana del Riñón, cerca de 7 millones de mexicanos tienen algún grado de enfermedad renal, de ellos, entre 2 y 3% son los que están en estado final, es decir, aproximadamente 120.000. El punto es que hay una desinformación total: de cada 10 personas con daño renal, apenas 2 saben que lo tienen o que están en riesgo.
Más de 90% están en estado intermedio o temprano del daño renal, es decir, en riesgo de que sus riñones en algún momento dejen de funcionar.
Es una bomba de tiempo que más temprano que tarde va a explotar. He ahí la importancia de que se tomen medidas para prevenir su progresión.