El festival musical organizado en el Ibiza Rocks Hotel de Sant Antoni de Portmany es una idea original y uno de los puntos calientes del verano balear, a pura música.
En el Hemisferio Sur durante agosto es invierno, llueve, hay tormentas eléctricas y truenos de los que lo despiertan a uno en mitad de la noche, pero en un pequeño pueblito originalmente pesquero de la costa norte de la isla española de Ibiza, agosto es una dinamita.
Es el mes en que hordas de turistas ingleses, alemanes y suecos, holandeses, noruegos y demás de sangre vikinga se dejan caer en el mapa en sus vacaciones de verano desde el frío norte hacia las costas más calientes del Mediterráneo. Buscan el descontrol de la fiesta corrida en un ambiente donde durante el día predomina el sol que quema la piel, el alcohol y las drogas, mientras que durante la noche las estrellas son el telón de fondo.
En el centro del mapa de ese descontrol está Sant Antoni de Portmany, un pequeño enclave definido por la revista estadounidense Time Out como “la indiscutida capital mundial de la discoteca”.
Como todo pueblito balear tradicional devenido en balneario del descoque, Sant Antoni de Portmany tiene una vida calma y semivacía, peinada por los vientos durante las tres estaciones que no son verano. Pero esa armonía de tranquilidad se quiebra cuando llega el pelotón de turistas jóvenes que busca en Ibiza confirmar el mito que posee la isla desde mediados de los años de 1970, cuando se volvió colmena y sinónimo global de “fiesta”, en todas las acepciones de la palabra.
Mientras la crisis no pegó en España ni en el resto de Europa y mientras la burbuja inmobiliaria funcionó, Sant Antoni de Portmany fue una mina de oro, con emprendimientos y desarrollos de edificios para los más variados fines. Todo iba viento en popa para inversores locales y foráneos hasta que la realidad de los problemas económicos golpeó en la cara a los ibicencos.
La crisis se extendió y se transformó en la nueva droga de la isla. Edificios abandonados, locales cerrados, discotecas fundidas y ausencia de turistas, desocupados y exilios económicos. Todo junto. La isla tambaleó, el pueblo tambaleó.
Pero con el correr de los años y de a poco, han habido algunos intrépidos que han confiado en la recuperación. Para intentar cambiar la pisada, se desarrolla en Sant Antoni uno de los festivales musicales más calientes del verano balear, el llamado Ibiza Rocks Hotel, mediante una idea bastante original.
Se trata de un hotel, el Ibiza Rocks, que organiza una serie de shows en vivo de varias bandas de mediano porte a nivel europeo pero con fidelidad entre los turistas que llegan a Sant Antoni.
El hotel organiza los shows dentro de su edificio, con un enorme patio interior con una piscina considerable, y ofrece tanto la posibilidad de ver los conciertos desde el “piso” como desde las habitaciones cuyas ventanas y balcones dan al patio interior.
Además, la estadía en el hotel le permite a los visitantes la chance de cruzarse durante el día con las estrellas, que se quedan también allí, así como hacer los paseos marinos llamados “pre gig” (antes del show) en una lancha por la bahía de Sant Antoni, tragos, sunset chill out, DJ y puestas de sol de postal que se van difuminando a medida que la bebida recorre las venas.
La grilla del Ibiza Rocks tuvo el año pasado como banda de cierre a Beady Eye, el grupo liderado por Liam Gallagher post separación de Oasis.
Para este año, el lista la encabeza la banda inglesa Bastille, que tocó en vivo esta semana a 35 euros la entrada.
A pesar de los vaivenes de la economía global, Ibiza no se apaga a su espíritu de festichola. El verano sigue explotando en ese rincón de la isla que le pone rock y pasaporte de Su Majestad la Reina al sol que hacer hervir pieles blancas como un Rolls Royce esmaltado.