¿Qué empleos serían los más amenazados? El trabajo humano será obsoleto en aquellos campos cuya actividad sigue patrones establecidos y rutinarios.
El mundo está entrando en una etapa de transformación como nunca antes en la historia. Los avances tecnológicos no sólo se suceden a una velocidad de vértigo, sino que sus poderes se expanden por todo el orbe a un ritmo asombroso. Por ejemplo, si el invento del teléfono tardó 75 años en alcanzar a 50 millones de consumidores, el del Internet llegó a miles de millones de individuos en apenas unas décadas.
Bajo el poder de las ideas, la tecnología nos acerca a la frontera de la fantasía y, en caso de traspasarla, se producirán cambios enormes e inimaginables que pueden significar el adiós definitivo al mundo tal y como hoy lo conocemos: los asuntos humanos cambiarán, e incluso la definición de lo que es un ser humano.
El hombre, nos dicen ahora, es un animal tecnológico, un animal cuya inteligencia le permite desarrollar máquinas que mejoren su vida. Como animal, su evolución biológica, incluyendo su inteligencia, es lenta; pero como creador de máquinas, su evolución tecnológica, que es la prolongación natural de su evolución biológica, es exponencial. Y aquí surgen algunas preguntas, algunas de las cuales son las siguientes.
¿En qué punto estamos dentro de la evolución tecnológica? En ese punto en el que la distancia entre el conocimiento que posee la máquina y el humano se difumina a ritmos espectaculares. Se especulaba, no hace mucho tiempo, que una máquina nunca superaría la inteligencia de un humano. Sin embargo, pronto se comprobó que las máquinas podían pensar mejor y más rápido que los humanos. El campo de experimentación fue el ajedrez, donde el número de partidas distintas posibles es, en términos prácticos, infinitas para el humano pero finitas para la máquina. Deep Blue, de IBM, ganó a mediados de los años noventa al mejor jugador de ajedrez del momento, Gary Kasparov.
Complejidad
Pero cada vez los comportamientos de las máquinas son más complejos e inteligentes y, además, poseen capacidades autodidactas. En diciembre pasado, un software de Google, AlphaZero, aprendió a jugar solo al ajedrez durante un día y destrozó a uno de los motores de ajedrez más potentes del mundo, Stockfish.
En actividades donde los patrones de comportamiento están definidos, las máquinas ya nos superan. Es más, en nuestra vida cotidiana, nuestras capacidades se han visto ampliadas gracias a ellas. Nuestra memoria son nuestros teléfonos celulares, nuestras herramientas de trabajo, las computadoras. También, en ciertos aspectos, nos controlan: son ellas las que monitorean a qué hora entramos y salimos del trabajo, qué actividades realizamos o cuáles son nuestros gustos y preferencias. “Conócete a ti mismo”, rezaba la sentencia del templo de Apolo en Delfos. Ahora mismo, nuestros teléfonos celulares nos conocen a nosotros mucho mejor que nosotros mismos.
Si las actividades se están automatizando, ¿qué empleos serían los más amenazados? El trabajo humano será obsoleto en aquellos campos cuya actividad sigue patrones bastante establecidos y rutinarios. Pero, además, el campo de automatización se amplía y la tecnología ocupa cada vez más espacios. En el transporte, los autos autónomos, una realidad que parecía muy lejana ante las dificultades que entrañaba establecer todas las reglas para definir su patrón de comportamiento, ya existe en nuestros días. Por tanto, no se verá afectado sólo un sector, sino que esta revolución afectará a todos los sectores en general y, dentro de cada uno, a los peor cualificados.
Un estudio llevado a cabo por Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, de la Universidad de Oxford, advierte que 47% de los 702 trabajos analizados están en riesgo de ser reemplazados por trabajos computarizados. Es verdad que probablemente las nuevas actividades relacionadas con la robotización pueden generar nuevos empleos que aún ni siquiera se han inventado ni nos podemos imaginar. Pero el riesgo es que, como advirtió John M. Keynes, el ritmo al que se descubren nuevas tecnologías para economizar el uso del trabajo rebase al ritmo al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo. En ese caso enfrentaremos un problema de desempleo tecnológico.
Entonces, bajo esta nueva revolución tecnológica, ¿el mundo estará mejor o no? No se sabe. Los nuevos hallazgos tecnológicos pueden significar un gran paso para el bienestar de la humanidad….o, directamente, su exterminio. Se especula que la inteligencia artificial, las neurociencias, las nanotecnologías y la ingeniería genética pueden erradicar la pobreza y las enfermedades, salvar el envejecimiento, e incluso resolver los problemas generados por la anterior revolución industrial como el cambio climático.
En ese sentido, puede significar una “mejora paretiana”, esto es, producir una situación económicamente más eficiente en la que alguien mejora sin que nadie empeore (al menos quedaría igual). Sin embargo, aquí surge el problema de la desigualdad. El desempleo tecnológico no significará un gran problema si eso se traduce en una mejor calidad de vida de los humanos, con más ocio y una renta suficiente para llevar una vida acomodada. El hombre quedará liberado de la esclavitud del trabajo.
Sin embargo, el problema será cómo se distribuirá la renta. Esa hipotética sociedad futura podría estar jerarquizada del siguiente modo: creadores de robots, robots y el resto de humano, los usuarios. La renta generada por la producción de los robots, ¿irá prácticamente en su totalidad a los creadores y dueños del capital o habrá políticas públicas que garanticen una distribución más justa de las rentas? Ese problema ya está presente y queda patente en la creciente desigualdad social.
Los grandes empresarios, sobre todo del sector tecnológico, cada vez acaparan más renta. Sólo basta con ver quiénes son ahora las grandes fortunas del planeta: Jeff Bezos, Bill Gates, Mark Zuckerberg, los de Google Larry Page y Sergei Brin, o el de Oracle, Larry Ellison. Por tanto, en este proceso, la sociedad ha perdido empleos o ha tenido que aceptar salarios más bajos.
¿Más desigualdad?
Pero hay quien va más lejos y creen que hay preocupaciones mayores a los posibles problemas de desigualdad que pueden generar. Esos científicos y creadores tecnológicos, entre los que se encuentran Nick Bostrom, Stephen Hawking, Bill Gates o Elon Musk, temen que en un futuro las máquinas sean más inteligentes que los humanos y que la especie humana pueda estar forjando su autodestrucción en caso de que se cree una superinteligencia que posea deseos y puedan tomar decisiones por sí mismos.
¿Está ese futuro muy lejano? Quizás no tanto. Un ejemplo que parece más o menos cercano sería el de los ancianos que reciban ayuda de robots: ante su incapacidad para tomar decisiones, tendrían que ser los robots quienes las tomen por ellos. ¿Hasta dónde puede llegar ese poder de decisión?
Si los objetivos de la inteligencia artificial están alineados con los intereses de la Humanidad, si el modelo de valores humanos de las máquinas está especificado correctamente, todo irá bien. Pero en caso de que haya errores en su especificación o la máquina aprenda y sea capaz de reelaborarlos, ¿podrán convivir los humanos con los androides, conversar con ellos, ser parte de la familia o seremos nosotros las mascotas de los robots? ¿Seremos libres? ¿Cómo será el destino de una civilización en un futuro en caso de que la máquina trascienda a lo biológico?
*Director de llamadinero.com y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM.
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