También puede ser de utilidad en un plan de mejoramiento económico.
A principios de este año, Bill Gates, fundador de Microsoft, se proclamó a favor de una controvertida idea: el impuesto a la robotización. A medida que las máquinas van sustituyendo a los trabajadores en numerosos sectores, el Estado deja de percibir una gran cantidad de ingresos fiscales en concepto de impuestos sobre la renta. Gravar a las empresas que emplean robots, razona Gates, podría ayudar a frenar el ritmo de la automatización, y la recaudación podría servir para sufragar el reciclaje profesional de los trabajadores.
Cuando el argumento de Gates llegó a oídos del profesor de finanzas de la Kellogg School of Management Sergio Rebelo, le entraron serias dudas. Durante décadas, los economistas han sabido que gravar los denominados "bienes intermedios" —los que se utilizan para fabricar otros bienes, como los ladrillos para construir una casa o los robots para fabricar automóviles— puede crear dificultades para los proveedores a la hora de crear y vender sus productos.
"Aplicar el gravamen reduce el nivel de producción de la economía", dice Rebelo.
Rebelo pensó que el impuesto a la robotización podría ser, no obstante, un tema de investigación sumamente interesante, así que emprendió una colaboración con Joao Guerreiro, estudiante de licenciatura en la Northwestern University, y Pedro Teles de la Universidade Católica Portuguesa.
Los investigadores estaban convencidos de que su estudio confirmaría las conclusiones de investigaciones anteriores: que un impuesto a los robots crearía más problemas de los que resolvería.
"Al final, tal vez ni siquiera habría un estudio que publicar", dice Rebelo.
Así que su sorpresa no tuvo límites cuando descubrieron que estaban equivocados, que un impuesto a los robots bien podría tener su lugar en una política destinada a paliar la desigualdad de ingresos y mejorar la economía en su totalidad.
De hecho, el estudio parece indicar que, si los robots continúan desplazando a los seres humanos sin ninguna intervención estatal, los desplazados podrían sufrir una fuerte disminución de sus ingresos, lo que podría aumentar enormemente la desigualdad económica. Al mismo tiempo, la automatización produce un fuerte aumento de los ingresos totales.
"Esto no es una hipótesis imaginaria", advierte Rebelo. "Ya está sucediendo".
"Una situación sumamente penosa"
Hoy en día se automatizan cada vez más trabajos, sin que exista una verdadera red de seguridad social para aquellos cuyos empleos desparecen. Primero los autores querían entender cómo continuaría evolucionando la economía de seguir su rumbo actual.
Imaginaron una economía en la que la mitad de la fuerza laboral realizaba lo que los economistas denominan trabajos "rutinarios": cualquier empleo que consiste en tareas programables que se pueden automatizar (por ejemplo, una cadena de montaje o un servicio telefónico de atención al cliente donde se sigue un guión). La otra mitad hacía trabajos no rutinarios que no se pueden automatizar (como los bomberos o los científicos).
Los investigadores utilizaron este modelo para observar los cambios en los ingresos de ambos grupos a medida que las máquinas se abarataban cada vez más.
El resultado: "Es una situación muy, muy difícil para los trabajadores rutinarios", dice Rebelo.
Mucha gente supone que, si se permite que la automatización continúe avanzando sin control, las máquinas terminarán realizando todos los trabajos rutinarios en la economía. Pero los investigadores constataron que es muy probable que los trabajadores rutinarios sigan trabajando. Y su situación irá de mal en peor.
"Si yo soy un trabajador rutinario, sigo teniendo que poner pan en la mesa para mi familia", explica Rebelo. Así que, a medida que pasa el tiempo y las máquinas se vuelven más baratas y eficientes, los trabajadores rutinarios no tienen más remedio que aceptar salarios cada vez más bajos para poder competir con los robots.
"Como puedo ser reemplazado por una máquina, mis oportunidades son cada vez peores", dice.
Mientras tanto, la otra mitad de la fuerza laboral sigue prosperando. Los que no pueden ser reemplazados por robots pueden utilizar las máquinas en beneficio propio, lo que les permite trabajar de manera más eficiente, lo que aumenta sus ingresos. Por ejemplo, un médico que se vale de un robot para practicar operaciones quirúrgicas puede tratar a más pacientes en un día que un médico desprovisto de robot.
Y es así como la brecha entre ricos y pobres se abre cada vez más.
Sin embargo, el modelo también revela que, en el sistema actual, los robots nunca terminarán reemplazando por completo a los trabajadores rutinarios. Con el tiempo, llegará el momento en que las máquinas no podrán abaratarse más, y los salarios de los trabajadores rutinarios tocarán fondo a ese mismo nivel. Esta situación hipotética es problemática no solo para los trabajadores rutinarios (que tendrán que trabajar por una miseria), sino también para los que no lo son, ya que la economía en general producirá menos que si todas las tareas rutinarias se pudieran automatizar.
Si bien el modelo de los investigadores es teórico, Rebelo afirma que, al menos hasta el momento, capta las tendencias en curso en Estados Unidos. Rebelo señala que el único grupo cuyo salario mediano ha aumentado desde 1979 es el de los trabajadores con título universitario, cuyas probabilidades de estar realizando trabajos no rutinarios son desproporcionadamente elevadas. En cambio, los trabajadores de menor nivel académico por lo general han visto disminuir sus salarios reales.
Puesta a prueba del impuesto a la robotización
Para evitar este futuro distópico ¿podría el impuesto a los robots ser la solución? Los autores dudaban que lo fuera.
La noción de que debe evitarse gravar los bienes intermedios proviene de un célebre estudio de 1971 de los premios nobel Peter Diamond y James Mirrlees. El dúo concluyó que un impuesto de ese tipo reduciría la eficiencia de la economía, lo que anularía cualquier beneficio neto que pudiera generar. Al comienzo del estudio, la expectativa de Rebelo y sus colaboradores era que el impuesto a la robotización resultara desaconsejable desde la perspectiva de lograr el máximo bienestar económico.
Pero cuando añadieron el impuesto a su modelo, se llevaron una sorpresa. "Descubrimos que, en ciertas circunstancias, gravar a los robots sí es lo más indicado", dice Rebelo.
Como los robots se pueden sustituir por trabajadores rutinarios, toda medida que sirva para que los robots sean más caros también aumentará los salarios de los trabajadores rutinarios. El impuesto sobre los robots constituye una forma indirecta de recabar impuestos de los trabajadores no rutinarios y así distribuir los ingresos de manera más equitativa por toda la economía.
"Eso es lo que cambia por completo la situación y hace que la solución óptima sea imponer un gravamen sobre los robots", dice Rebelo.
Corea del Sur, que recientemente impuso sanciones fiscales a las empresas que automatizan puestos de trabajo, ha sido el primer país, y el único hasta ahora, que aplica este impuesto.
Hacer posible que todos disfruten de los beneficios
Ahora bien, aunque aplicar un impuesto a los robots es mejor que mantener el statu quo, la medida tiene sus límites.
Según Rebelo, para que empiece a paliar la desigualdad, el impuesto tendría que ser sumamente elevado, ya que tendría que contrarrestar la fuerte presión a la baja que ejercen las máquinas sobre los salarios de los trabajadores rutinarios. Un impuesto demasiado elevado disuadiría a los trabajadores no rutinarios de utilizar máquinas para aumentar su productividad, lo que distorsionaría la producción de la economía en su totalidad.
Los investigadores llegaron a la conclusión de que la mejor opción para aumentar el bienestar general consiste simplemente en transferir los ingresos de los trabajadores no rutinarios a los rutinarios sin distorsionar ni la producción ni las demás decisiones. En esta situación hipotética idealizada, gravar a los robots no es lo más indicado.
Sin embargo, en la práctica sería difícil aplicar esta opción. El Estado no puede distinguir fácilmente entre el trabajo rutinario y el no rutinario, y los trabajadores tendrían muchos incentivos para tratar de clasificarse en una categoría en lugar de la otra.
Por lo cual, los investigadores pusieron a prueba otra solución: un impuesto a los robots combinado con una renta mínima para todos. Su conclusión fue que el pago regular de una renta estatal mínima a todos los trabajadores es la clave para gozar de una economía en la que todos se benefician de la automatización.
Cabe señalar que, en esta última situación hipotética, el impuesto a los robots frenaría el ritmo de la automatización, pero no la detendría del todo. A diferencia de la proyección en la que se mantiene el statu quo, en esta a la larga todos los trabajadores rutinarios quedarían sustituidos por robots. (Como en esta situación hipotética los trabajadores rutinarios ahora perciben una renta mínima, ya no necesitan trabajar para subsistir. Por lo tanto, una vez que la automatización deprime sus salarios por debajo de cierto nivel, dejan que los robots se queden con todos los trabajos mal remunerados).
Como explica Rebelo, la eficiencia derivada de la robotización redunda en beneficio de toda la economía.
"Lo que tiende a olvidarse es que el uso de los robots aumenta la productividad de la economía", dice Rebelo. "Alcanzar ese alto nivel de eficiencia es muy apetecible, pero luego es necesario redistribuir la riqueza que aporta la tecnología para que todos puedan recoger sus frutos".
**Previamente publicado en Kellogg Insight. Reproducido con la autorización de Kellogg School of Management**
FOTO: PEXELS.COM